Rural, de Étienne Davodeau.
Me veo en la obligación de comenzar esta reseña con una pequeña confesión sin importancia: no me caen especialmente bien los franceses. Ya está, ya lo he dicho. ¿Por qué? pues básicamente porque no voy a apreciar a gente a la que, a priori, no le caemos bien los españoles. ¿Y tú como sabes eso? Pues porque soy muy fan del Roland Garros y percibo como el público prefiere que gane Nadal a cualquier otro. Y lo mismo pasaba con Indurain en su día.
Dicho esto, tengo que reconocer que hay algo en lo que son especialistas: crear historias inolvidables. Ya sea en el cine o en la literatura, cuentan las historias con una sensibilidad especial así como una sentido del humor tan sutil y elegante, que llegan al interior del espectador/lector dejando una huella profunda, perdurable. Resulta realmente meritoria su capacidad para, partiendo de unos hechos aparentemente irrelevantes, conseguir construir una narración adictiva o como penetran en sucesos dramáticos hasta conseguir hacer aflorar una carcajada. Por todo ello, tengo que decir que en lo que a competiciones deportivas se refiere, no les desearé nada bueno. Ahora bien, no creo que jamás me pueda resistir a ver una comedia francesa clásica o a leer una novela escrita por gabachos.
La conjunción de todos estos factores hizo que, irremediablemente, sintiera una curiosidad inmediata por ver que se cocía en la novela gráfica de Étienne Davodeau “Rural”, con la seguridad de saber de antemano que no me iba a equivocar a pesar de ser el primer cómic que cae en mis manos de este guionista e ilustrador francés.
Es este llamado docu-comic Davodeau, se adentra en los problemas comunes y no tan comunes del rural francés. Para ello, realizó un exhaustivo seguimiento de un año de duración a tres agricultores y ganaderos que forman una cooperativa de explotación lechera que sigue los dictados de la filosofía Bio (producción de comida sin dañar el medio ambiente, así que nada de pesticidas en la producción de piensos, antibióticos para las vacas…). Si, es verdad que la producción se reduce en algún que otro litro de leche, pero se suple con una ilusión desbordante por parte de los socios. Unos visionarios que creen firmemente que otro tipo de agricultura y ganadería y, en definitiva, otro modo de vida más sostenible es posible.
El problema (más bien problemón) viene cuando se proyecta la construcción de una autopista en la zona, que atravesará la explotación. Una gran frontera interna que acabará con la tranquilidad y apacibilidad de la zona. Durante su infiltración en el día a día de esta peculiar cooperativa Davodeau conocerá, además, a una pareja que construyó su casa con sus propias manos y a la que trazado de la autopista obliga a malvender su hogar y, en definitiva, su sueño de una vida familiar tranquila.
A lo largo de las páginas de “Rural”, Étienne Davodeau nos introduce en el mundo de los piensos, los veterinarios, la maquinaria agraria, de los sindicatos de agricultores y describe e ilustra con una belleza y una sensibilidad totalmente palpables y todo lujo de detalles (mención especial merecen las expresiones faciales de los personajes) un modo diferente de vida.
Estamos ante un canto de alabanza y de dignificación a la vida sencilla, a la vida rural, de campo. Un modo de entender y vivir la vida muchas veces olvidado, ninguneado de mala manera pero extremadamente digno. Y, en particular, se trata de homenajear a aquellas personas que tienen la ambición de dejar a las generaciones futuras, un mundo en el que los recursos naturales son aprovechados sin llegar al abuso desmesurado de los mismos. Aunque también hay espacio para la otra cara de la moneda, la de la crítica a los intereses creados y la de la fuerza del poder y de aquellos que lo ostentan sin ningún tipo de responsabilidad.
Y aquí está la grandeza de los escritores franceses: partiendo de un hecho del cual el drama fácil y el panfleto cabreado saldrían a borbotones (a priori) se sacan de la manga una historia bella, hermosa y delicada, aunque también reivindicativa. No aplauden a Nadal, pero hay que reconocer que para este tipo de cosas, son los amos. Sobretodo, me quedo con el descubrimiento de Étienne Davodeau y me lo apunto para futuros regalos de cumple/Reyes y, claro está, para autopremios cuando sea buena. No dejéis pasar la oportunidad, leedlo.
Ya sabes, si tu no puedes ganar, que tampoco gane tu vecino jejjeje
Creo que tienes razón en cuanto a las maravillas que deices sobre la literatura francesa ¡Tan delicada!
Después de tu reseña no me queda más remedio que tomar nota para mis futuros “premios”
Un abrazo !
¿Verdad que un autopremio mola mil? A mi en breves me va a caer uno que últimamente me estoy portando de cine ;).
La sensibilidad de los franceses es única pero también su sentido del humor, con el cuál me siento muy identificada (una mezcla con el humor negro inglés). La literatura francesa siempre me atrajo no así el cine, pero hace dos años asistí a un ciclo de cine francés que cambió mi vida, desde entonces nunca digo que no a una buena comedia francesa.
Un abrazo.
Se me olvidaba decirte que yo también soy sencilla y rural jajjaa Será por eso que me ha llegado tanto tu historia 😛
Yo me sentí identificada también y eso que soy más urbana que el asfalto. De ahí su grandeza, supongo. 🙂
También es bueno leer a John Berger, que ha tratado mucho el deterioro de la vida rural en Francia…
Queda apuntado 🙂