Hoy no voy a hacer la típica introducción que suelo hacer siempre que comienzo una reseña. Hoy voy a ir al grano. Acabo de terminar de leer Sed, de Neal y Jarrod Shusterman (y traducido por Pilar Ramírez Tello) y creo que por fin voy a dejar de tener pesadillas.
Veréis, tenía muchísimas ganas de leer este libro, de verdad que sí. Me sonaba uno de sus autores por haber triunfado recientemente con la saga de Siega —cuyos libros tengo unas ganas tremendas de leer—y cuando supe que la editorial Nocturna iba a editar su novedad se me hizo la boca agua.
Y el problema ha sido precisamente ese: que me he pasado todo el libro con una botella en la mano, incapaz de soltarla porque mi boca se quedaba seca cada cinco minutos. De hecho, estoy escribiendo esta reseña con una buena taza de té al lado, siendo consciente de que no se va a ir a ninguna parte.
Todo empieza cuando en California deja de salir agua del grifo. Desde hace un tiempo existe una restricción porque el agua escasea. No se pueden llenar piscinas ni regar jardines, hay que guardarla para lo importante. Pero un día, los Estados del norte deciden cortarle el suministro a California con la intención de guardar su agua para los vecinos de allí. El resultado ya os lo podéis imaginar: un apocalipsis donde lo único que importa y lo único que vale es tener una botella de agua.
Alyssa es la protagonista de esta historia. Junto a su hermano y otros tres personajes más, empezarán su batalla personal por sobrevivir. Su vecino, uno de esos personajes de los que hablaba, está un poco más preparado que ellos, ya que es un friki de las guías de supervivencia y en su casa llevan preparándose durante años para un posible fin del mundo. Pero lo cierto es que, en una situación como esa, nada es suficiente. Y, sobre todo, nada es seguro.
Ahora entenderéis por qué me he pasado toda una semana con pesadillas, levantándome a mitad de la noche para beber agua como si llevara días sin beber. La narración de Neal y Jarrod Shusterman es tan realista y está tan bien pensada e hilada, que todo parece tener sentido. Podría ocurrirnos esto mañana y sería muy probable que todo pasara igual que pasa en el libro. Y eso es lo que más asusta de todo: que no se encuentran fisuras en la trama. Yo iba leyendo y se me iban ocurriendo cosas, fuentes de las que poder sacar agua, y yo pensaba «serán imbéciles, seguro que si hacen tal cosa podrán beber un poco». Páginas después, los personajes acaban haciendo eso que había pensado, y no salía tan bien como yo imaginaba. Eso me aterró.
Pero lo que más me ha gustado de este libro, aparte de su trama, son los personajes. Cada uno de los cinco tiene características diferentes, de manera que cada uno tiene un rol dentro de la trama. Encontramos a la calmada y con la cabeza fría, al que siempre cree tener razón y que quiere hacer de súper héroe, a la tía dura que no se fía de nadie, al que quiere sacar provecho de la situación y al graciosillo que le pone el punto humorístico de vez en cuando. Esos personajes, tan dispares, se van a convertir en una especie de sociedad donde se necesita un líder, alguien que siga al líder, uno que se oponga, un optimista o incluso un pesimista. Como si se tratara de una organización política premeditada y que existe en cualquier sociedad.
Y esto se debe a que al final siempre nos organizamos, de una manera o de otra, para que el caos no sea tanto caos. Esto lo consigue muy bien Saramago en sus libros y Sed me ha recordado mucho a las ideas que aparecen en ellos, ya que el autor portugués coge un hecho (por ejemplo, todo el mundo se queda ciego o desaparece la muerte), lo lleva al extremo y saca un libro que podría ir paralelo a nuestra sociedad. Tan creíble que da miedo.
En definitiva, es un libro que no puedo decir que haya disfrutado porque lo he pasado verdaderamente mal leyéndolo, pero eso ha hecho que se convierta en una de mis mejores lecturas de este año. Porque a mí me gustan los libros que no me dejan indiferente, que me marcan, ya sea para bien o para mal y que me hagan ver la vida desde otro punto de vista. Y este lo ha conseguido: jamás volveré a mirar mi botella de agua de la misma forma.