Me imagino a V. C. Andrews delante de su máquina de escribir (esto es suposición mía, ya que no tengo ni la menor idea de si escribía en un bloc, en máquina o en un trozo de pergamino), pensando: “Está bien. He escrito dos libros que han sido todo un éxito y ahora el público quiere más. Pero ya me estoy hartando de Cathy y de sus venganzas contra su madre. ¿Cómo podría cambiar el estilo de la saga sin olvidar el hilo de la historia? ¡Ya sé, cambiaré el narrador!”. Y eso es, efectivamente, lo que nuestra querida escritora hizo. Cathy ya no es quien nos cuenta la historia, ya no habla en primera persona, sino que serán sus dos hijos (Jory y Bart), nacidos de sus vaivenes anteriores con los hombres, quienes nos hacen cómplices de la continuación de la saga Dollanganger.
Si estáis un poco perdidos con el inicio de esta reseña es porque no habéis leído las dos entregas anteriores de la saga Dollanganger, Flores en el ático y Pétalos al viento. Pero si habéis entendido perfectamente quiénes son Jory, Bart y Cathy y, sobre todo, por qué esta última quiere venganza, es porque sois de los míos y habéis leído estos libros que menciono y estáis ávidos de saber cómo continúa la historia. Pues bien, como decía al principio, los protagonistas ahora son Jory y Bart. Cada uno de ellos nos va a narrar un capítulo, de manera que se van a ir intercalando. Esto nos permitirá ver lo diferentes que son: uno es el hijo perfecto y, el otro, no tanto… Cada uno nos contará desde su punto de vista la historia que ve con sus propios ojos. Pero hay una cosa que ninguno de los dos sabe: y es que su “padrastro” (es decir, Chris), es en realidad el hermano de su madre. Tampoco saben nada del ático, ni de una abuela encerrada en un psiquiátrico. Pero, por suerte o por desgracia, los secretos son muy difíciles de guardar. Y más si se trata de secretos tan jugosos y morbosos como los que acechan a esta familia.
Si hubiera espinas supone un cambio radical en la historia creada por V. C. Andrews. Ya no solo por modificar a los protagonistas, sino por transformar su estilo narrativo. En este libro ha escogido a dos relatores que no podrían ser más diferentes entre sí y, como no debía de ser de otra manera, cada uno tiene su forma de ver el mundo y de expresarse. Eso es algo que a mí, personalmente, me apasiona. Entiendo que haya gente a la que no le guste encontrarse dos estilos de narrar en un mismo libro, ya que puede resultar un poco agotador seguir la manera de ser de cada protagonista; pero a mí me gusta mucho el hecho de que la autora cambie sus expresiones y su ligereza a la hora de escribir para hacer que los personajes nos resulten mucho más cercanos.
Pero lo que no cambia es su narrativa gótica y tormentosa. El drama es el hilo conductor de toda la historia y la escritora nos tiene en vilo durante todos los capítulos. Leer este libro es como ver un tren que va al doble de velocidad de la que debería y saber que va a descarrilar en cualquier momento. Sientes que tienes que dejar de mirar si no quieres grabar en tu mente una imagen tan grotesca como puede llegar a ser un descarrilamiento, pero a la vez quieres, no, necesitas, no apartar tus ojos del tren ni un solo segundo, por muy trágico que sea el final.
Y yo, claro está, no desvié la mirada del tren ni por un momento. Seguí con mis ojos fijos en él hasta que, como era de esperar, descarriló. Así que ahora solo me queda una cosa por hacer: terminar esta reseña y no parar hasta devorar Semillas del ayer, cuarta parte de esta saga, que espero que me ayude a curar el trauma vivido tras este devastador descarrilamiento.