Hace poco leí un reportaje en El País que hablaba sobre un tenue pero peligroso repunte del consumo de heroína en España. En EEUU, la muerte del actor Philip Seymour Hoffman por sobredosis hizo visible que la droga que tanto daño había causado décadas atrás y que parecía haber quedado en la marginalidad mantiene aún hoy una fuerza considerable y toda su capacidad destructiva. Por eso creo que no es mal momento para leer al escritor que mejor ha descrito el ciclo vital de la adicción a la heroína; si en Trainspotting Irvine Welsh nos narraba los intentos de Mark Renton de desengancharse de la droga y de todo lo pernicioso que le rodeaba, Skagboys, es el viaje a los orígenes de sus males, cuando él y su inseparable cuadrilla del norte de Edimburgo prueban por primera vez el jaco y comienzan a dejar a un lado sus aspiraciones, sus creencias, sus sentimientos afectivos y todo aquello que no les ayuda a conseguir un nuevo chute.
Creo que es oportuno avisar de que no es una novela fácil de leer, ya que el bueno de Irvine no es muy dado a lo ortodoxo. En este trabajo, como en los anteriores, no faltan las palabrotas cada dos o tres frases, el argot escocés, los juegos de palabras, las referencias a personajes sólo conocidos en el país del Brexit… Por suerte, las notas del traductor a pie de página solucionan muchas de las papeletas. La escritura de Welsh también puede resultar algo cruda para según qué lectores, dado que es explícito en todos los sentidos y en todos los ámbitos: con las drogas, con el sexo, con la violencia, con lo escatológico…impregnándolo todo de una ironía muy particular y de un sentido del humor que muchas veces tiene un color más oscuro que el negro.
Me gusta especialmente la forma en la que el autor relata los inicios de los protagonistas con las drogas duras, dado que lo expone de una forma honesta, sin apelar al victimismo o al desconocimiento de las consecuencias. Renton explica poco antes de inyectarse su primera jeringuilla que es consciente de lo que ello conlleva y de cuál es el futuro que le espera a partir de entonces. Las descripciones de los efectos y de las sensaciones que tienen los protagonistas al consumir también son muy realistas. Welsh, ex adicto, sabe pasar sus vivencias a papel como muy pocos.
Renton, al principio de esta precuela, es muy distinto a como lo conocimos una década después. Es mucho más inocente e idealista, un joven con unos fuertes intereses intelectuales, de notas brillantes y con fuertes valores de clase obrera. Y es que hay mucho de lucha de clases en Skagboys, un aspecto que se percibe no sólo en las reivindicaciones laborales y en las huelgas, sino también en momentos más sutiles, como en las conversaciones de los trabajadores sobre sus jefes o en los odios de los chicos de barrio humilde hacia los snobs.
No es necesario haber leído las dos novelas anteriores, Trainspotting y Porno, para disfrutar con este libro, pero los fans de la saga podrán apreciar la evolución de ciertos rasgos de la personalidad de los protagonistas. Así, Renton ya empieza perder empatía por los demás, Begbie saca a relucir sus puños a la primera de cambio, Tommy es el más sano y deportista, Sick Boy muestra ya ser todo un sociópata y Spud es un pobre tontorrón al que nada le sale bien, especialmente en lo laboral y en lo sentimental.
La estructura del libro es endiablada y alterna narraciones en primera persona de distintos personajes con fragmentos contados en tercera persona, al tiempo que intercala informes históricos o trozos del diario de Renton. Es una novela coral en la que, además de los ya citados protagonistas, intervienen una gran cantidad de personajes, por lo que en ocasiones se vuelve algo complicado seguir el hilo del relato o saber quién es el narrador hasta pasados unos párrafos. Pero es lo que tiene leer a Welsh, al fin y al cabo: nunca puedes esperar de él nada al uso.
Skagboys, que podría traducirse como “Los chicos del jaco” (Welsh explicó en su día que skag es su forma favorita de referirse a la heroína) es la crónica de una autodestrucción anunciada, el relato de la caída en desgracia de unos jóvenes en los que el autor escocés refleja a aquella generación perdida por la heroína. Una catástrofe que también sufrió nuestro país y que convendría no olvidar para no volver a tropezar con la misma piedra.