Soñé en La Habana, de Dolores Conquero

Hoy vengo aquí a desmontar tópicos. A tirar por tierra las manidas historias de amor que nos encontramos libro tras libro. A aplastar la típica historia donde el bueno es muy bueno y el malo es muy malo. A haceros viajar y, tal vez, a creer en el amor. 

Vengo a hablaros de una autora que no es la primera vez que me atrapa con sus palabras: Dolores Conquero. Ya lo hizo en su día con Amores contra el tiempo, libro que disfruté desde el principio hasta el final y cuya reseña podéis leer si pincháis en el enlace que he dejado en el título, y ahora ha llegado de nuevo a mi vida para hacerlo con Soñé en La Habana. 

Cuando sostuve por primera vez esta novela entre mis manos, fue una idea la que se me vino a la mente de manera irremediable, tanto que era casi una especie de ruego. Deseaba con todas mis fuerzas que ese libro de tapas verdes me hiciera viajar. Viajar es una de mis mayores aficiones (diría que la que más si los libros no estuvieran de por medio), y dado que no puedo hacerlo tanto como me gustaría, leer me da la oportunidad de conocer lugares ansiados y deseados. En este caso, como no podía ser de otra forma, Cuba. Muchas veces ha estado este país en mi punto de mira, muchas veces he curioseado vuelos y hoteles, pero al final se acababa quedando en una mera ilusión. Así que sí, ese momento en el que por primera vez me enfrenté a este libro, deseé con todas mis fuerzas que me hiciera volar. 

Y vaya que lo ha hecho…

Pero vayamos por partes. Todo empieza cuando Alicia decide emprender un viaje hacia Cuba acompañada por su hija adolescente. Y, como ya os habréis imaginado, allí conocerá algo más que edificios preciosos, una cultura riquísima y un sinfín de curiosidades. Allí encontrará el amor. Será Yodiel el que se encargue de ello personalmente. Sin embargo, lo cierto es que Alicia es casi literalmente un mar de dudas y siente que algo no encaja. Todo es demasiado bonito y su instinto le dice que hay gato encerrado en todo ese asunto, así que se pone a investigar con toda su alma con la intención de llegar a la verdad que esconde Yodiel. O a la mentira, según se quiera ver. 

La cuestión es que durante esa investigación, Alicia no solamente descubrirá la esencia de Yodiel, sino que también averiguará todos los secretos que esconde La Habana y que se irán revelando poco a poco delante de sus ojos como si estuviera leyendo un libro.

Y aquí viene lo bonito, la paradoja de leer: seremos nosotros, los lectores, los que descubramos a la vez que la protagonista todo eso que está oculto. Será Dolores Conquero la que vaya pasando las páginas de la historia una a una delante de nuestros ojos. Y lo hará de una forma tan delicada tan esmerada, que el lector se quedará absorto ante su juego de manos y querrá más y más. 

Y para que esta magia se cree, Dolores opta por utilizar un narrador en primera persona que hace que el lector se meta de lleno en la mente de Alicia. Gracias a este recurso narrativo, la empatía está más que presente desde la primera página. Sinceramente, creo que es un gran acierto haber escogido esta persona ya que Alicia es una protagonista con muchísima personalidad. Sus dudas y su pasión atraviesan las hojas de la novela y caen encima del lector como si fueran una jarra de agua fría, inevitable y satisfactoria al final. De esta manera, sus miedos son más que palpables, así como sus desilusiones y sus desencantos. Esto hizo que me encontrara queriendo saber más que incluso la protagonista. Me fue tan fácil ponerme en su piel que me adelantaba a sus anhelos, a sus incógnitas. Y esto también se hace posible gracias al estilo casi policiaco que la autora utiliza en algunos momentos. 

Lo cierto es que Soñé en La Habana ha sido toda una sorpresa. Lejos de regocijarse en los tópicos que todos sabemos acerca de la isla, Dolores Conquero hace una labor de investigación para darnos más, bastante más. Ya lo deja bien claro en su primera página: Cuba es mucho más que Silvio, es mucho más que Orishas, incluso mucho más que Pablo. Y eso se descubre dejándose llevar por su narración ágil, llena de diálogos que facilitan la lectura, y adentrándose en sus descripciones nada pedantes ni agobiantes que hacen que miremos Cuba con otros ojos. 

Ay, Dolores. Te tengo que estar agradecida —no puede ser de otra forma— por haberme hecho volar. Por haberme dado una historia de amor tan atípica que incluso las palabras para describirla se me quedan vergonzosas en los dedos. Por hacerme sentir que mi pasión por viajar está ahí por algo, y que siempre que no pueda coger un avión, tendré una historia como la tuya que me haga sentir y volar. 

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