Durante bastante tiempo los vampiros rondaron los oscuros rincones de mis pesadillas. Ni siquiera cuando me enteré que, según las leyendas, el chupasangre en cuestión tenía que ser invitado, podía quitarme de la cabeza esos afilados colmillos cerniéndose sobre mi yugular. Porque el vampiro podía ser cualquiera. Quizá incluso alguien conocido, un familiar o un amigo, al que yo previamente había invitado. El vampiro, un monstruo insaciable que provoca un miedo ancestral; el miedo a la muerte, el miedo a una condena eterna vagando por la oscuridad. La primera vez que leí Soy Leyenda lo hice bajo la influencia de este temor.
Varios años después, habiendo madurado como persona y lector y aquejado de otros miedos menos infantiles, regresé a la obra de Richard Matheson. Esta vez los vampiros me dieron lástima, pues, al igual que el protagonista, lo que buscaban era sobrevivir a toda costa, encajar en un mundo que no comprendían. De la misma forma que hace Robert Neville al convertir su hogar en un bastión de la civilización a la que él pertenecía.
Y como no puede haber dos sin tres, en este preciso momento de desescalada, de protocolos para evitar contagios del Covid-19, de adulterada recta final hacia el oxímoron de la nueva normalidad, he vuelto a leer Soy Leyenda. Y de esta forma la obra de Matheson entra también en el grupo de los libros que gozan de más de una reseña en Libros y Literatura.
Soy Leyenda inicia su aventura in media res con un tipo del que solamente sabemos su nombre y su extraña rutina. Unas prácticas que realiza con la vista siempre pendiente de las agujas del reloj, siempre pendiente del anochecer. Así que para llevar a cabo esas tareas sale siempre a la misma hora. Para luego volver y confinarse en su casa. Para soportar los gritos que trae la noche. Para soportar esos vampiros que hacen todo lo posible para llegar hasta él y acabar con su vida. Para lidiar con sus sombríos, tristes y desesperados pensamientos.
Cuando Richard Matheson cree oportuno que ya hemos soportado demasiada angustia, demasiada soledad, empiezan las analepsis. La alteración de la cronología narrativa nos brinda la oportunidad de atisbar momentáneamente cómo era el mundo de Neville antes de que se viniera abajo. Un respiro, una bocanada de normalidad. La vida apacible en un mundo poblado de guerras. ¿En qué paises? ¿Qué tipo de armas se utilizan? El autor solo nos da los puntos para que nosotros los unamos. Aquí lo que importa es Robert Neville, ese punto de vista del hombre mundano que se enfrenta a algo desconocido. Y con los flashbacks llega el contexto, además de una sensación desasosegante de pérdida.
Si Bram Stoker escribió Drácula al amparo de un mundo repleto de supersticiones, viejas leyendas y una devoción ciega en la religión, Richard Matheson lo hace bajo la perspectiva del hombre moderno. Ese hombre más dispuesto en encontrar una explicación en la ciencia que en los cuentos de viejas. Así pues, una de las rutinas de Neville nos llevará por los senderos de la bacteriología en busca de una cura. Unos pasajes que otorgan cierto peso de realismo a una historia de terror y ciencia ficción que, aunque en algún momento plante la duda de lo contrario, rinde un sincero homenaje a la obra de Stoker.
La pérdida de la humanidad. Es posiblemente lo que ahora mismo me haya dado más miedo de la obra de Matheson. La pérdida de la humanidad por la falta de contacto humano y la horrible sensación de que las cosas cambian tan rápido que ya no encajas en el mundo. Porque aunque Neville se esfuerza para que su comportamiento moral sea intachable, aunque hace todo lo posible para ser una buena persona, su forma de actuar en ese nuevo mundo se torna anacrónico. Y eso nos lleva al final. A un final que tiene que ser así. Para que todo encaje. Para que todo tenga sentido. Para que se cierre el círculo. Un final glorioso.
Soy Leyenda, publicado por Minotauro en su colección Minotauro Esenciales, es probablemente la mejor novela de vampiros desde Drácula. Richard Matheson insufla tal realismo a la narración que la asfixiante sensación de soledad es casi insoportable, algo que a la postre resulta más terrorífico que los propios vampiros.