Sukkwan Island, de David Vann
Las mejores cosas son las que no ves venir. Los libros que te sorprenden. Historias que ponen todo patas arriba. Que se te enroscan en el estómago y sacuden ese lugar tranquilo y seguro donde te sientas a leer. Un entorno pacífico, como una isla, que de golpe se convierte en un pedazo de infierno. Algo así como Sukkwan Island, el espacio paradisiaco donde Jim, un hombre inmaduro y depresivo, ha decidido trasladarse a vivir junto con su hijo de trece años, Roy. Algo idílico, una isla para ellos solos situada en alguna parte del sur de Alaska que ayude a mejorar la relación paternofilial durante los próximos doce meses. Así que tampoco ellos lo ven venir. Porque a veces ocurre que también, las peores cosas, son las que no te esperas.
David Vann sabe algo de esto último. De lo inesperado. Como lo fue el suicidio de su padre poco después de que él, también con trece años, se negara a mudarse y vivir con él en una isla. Es por ello que “Sukkwan Island” no es sólo una novela, la primera de las tres que forman esta especie de trilogía sobre las tortuosas relaciones familiares que completan la ya comentada Caribou Island y California. Es también una oportunidad. La oscura historia del “y si” despojada de todo tipo de edulcorantes. Diez años tardó el escritor en terminarla y no es para menos. El dolor, para el que tenga la suerte de no saberlo, es difícil de domar. Y es este un devastador relato, directo y sin tapujos donde si uno es capaz de mirar al trasluz de sus páginas alcanza a ver el alma del autor. Ahí es nada.
Con todo que no espere el lector una historia conmovedora y emotiva. David Vann no es un autor fácil de leer. Mas que ablandarte te sacude. Es incómodo e inquietante, oscuro y violento. Del tipo de escritor que toma una isla paradisiaca y la convierte en un lugar similar a un infierno sin fin. Allí, sus dos protagonistas, incapaces de establecer lazos entre ellos, se irán distanciando cada vez más a pesar de tenerse únicamente el uno al otro. Un paseo largo por una primera parte, marcada por las tensiones entre esa especie de antihéroe que es el padre y su hijo, que terminará con un vuelco al corazón. Un pequeño tirón que te meterá de lleno de nuevo en la lectura, transformando lo que queda de relato en algo perturbador, asfixiante y claustrofóbico, casi terrorífico, que concluirá sin que el lector consiga sosegarse del todo de la opresión que le ha generado el texto.
Y es que Vann tiene la sana costumbre de dejar sus finales en lo más alto, dejar que la narración crezca de una forma retorcida y termine justo en su momento de máxima tensión. El resultado es que uno cierra el libro con la sensación de quedar casi tan tocado como sus protagonistas, totalmente desubicado, con ganas de volver hacia atrás y prestar atención a los detalles.
Porque efectivamente no lo ves llegar. Yo al menos no lo vi venir. Y a pesar de que ya venía de otra de sus islas con una buena impresión,”Sukkwan Island” es de esas novelas que te dejan hecho polvo y te remueven por dentro. Las que te marcan y recuerdas. Como las cosas importantes. Que se te meten en la cabeza y no hay forma de sacarlas hasta un tiempo después.
Si David Vann va a ser siempre así, lo compro con los ojos cerrados.