Hubo un tiempo no muy muy lejano, en el que los dioses pisaban la tierra y dejaban huella en los humanos mortales. No en todos, solo en los que sabían apreciarlo. Tiempos en los que U2 todavía eran U2, Queen no había perdido a Freddie, Michael aún era negro, los Stones parecían próximos a jubilarse, Bowie exploraba Marte, Madonna tenía conos en las tetas como Afrodita A y R.E.M. perdía su religión.
Eran tiempos en los que los músicos eran idolatrados y venerados como auténticas deidades. Eran tiempos en los que permanecían inalcanzables a las hordas de fans. ¿Es acaso ese el problema? ¿Que ahora podemos verlos en Twitter o Facebook, en fotos robadas o en autofotos publicadas en Instagram y ya no “parecen” tan lejanos y menos aún venidos del cielo? ¿Que ahora hay programas hechos solo para elegir los artistas que van a brillar intensa y cansinamente durante los próximos… no sé, cinco meses? Por supuesto, esa es parte del problema, pero lo más gordo es que, salvo honrosas excepciones (y el reggaetón no se incluye en ellas –es más, ni cuenta como música–), la música de ahora apesta y poca va a ser la que merezca pasar a la historia. El ateísmo se abre paso.
The wicked + the divine. El acto faústico nos cuenta que, sin saber el cómo ni el porqué (salvo razones argumentales para alejarse de típicas redundancias en este tipo de argumentos), cada noventa años doce dioses, de religiones o mitologías distintas, regresan como jóvenes para estar entre nosotros durante dos años. Y luego mueren. Esta vez la mayoría, no todos, han vuelto para ser adorados como estrellas del pop (muchos han sido dibujados para que reconozcamos en ellos a cantantes como Rihanna, Kayne West o mi favorito, un Bowie encarnado por una andrógina Lucifer) y quieren exprimir esos dos años al máximo rindiendo culto al axioma aquel del vive rápido, muere joven y blablablá… Pero es que además son adolescentes. Rondan los diecisiete en cuerpo y mente cuando su identidad les es revelada. Si a esos años, con las dudas propias de la edad, con el carácter que le acompaña… te dicen, te demuestran y te crees que eres un dios y que tienes dos años de vida… ¿qué harías tú? Pues eso. Dioses convertidos en músicos…
“La chica a mi izquierda se desmaya hiperventilando. El chico a mi derecha cae de rodillas con semen resbalándole desde la entrepierna”
Vamos a seguir la historia, –o más bien vamos a meternos en medio de ella, pues la sensación es la de habernos montado en algo que ya lleva camino andado–, de la mano de Laura, de diecisiete años y fan de todos esos dioses-cantantes que, por avatares del destino, acaba queriendo ayudar a una Lucifer, acusada de asesinato.
No es la primera vez que vemos a los dioses tomar apariencia humana y caminar entre nosotros. Sin irnos muy lejos, recientemente hemos podido ver la serie American Gods basada en la obra homónima de Gaiman, pero no ha sido el único caso. Sin embargo, uno de los puntos a favor de este cómic es el no haber elegido dioses muy conocidos para poder contar esta historia con mayor libertad. De hecho, yo recomiendo consultar la sagrada fuente de Google cada vez que aparezca un nuevo dios para entender y situar mejor su contexto, sus palabras o su aspecto.
Otra baza es la importancia del papel femenino. Calculando a ojo, diría que el 92% de los personajes son mujeres y los pocos hombres que aparecen no son muy trascendentales.
En cuanto a la trama y, a pesar de que podamos estar un buen rato asombrándonos y deslumbrados por los focos y el espectáculo de estar en medio de peleas y diálogos entre dioses, no deja de ser un whodunnit. Un “¿quién-lo-hizo?” Y me encanta. El asesinato no se ha resuelto en este tomo (o eso creo, porque con Lucifer nunca se sabe) pero tampoco es que Laura haya recabado muchas pistas por ahora. Aunque no importa. El viaje está mereciendo tanto la pena que lo que queremos es conocer a todo el panteón y tengo la impresión, y creo que es lo que debería ser, de que no podremos averiguar la identidad del asesino hasta que se nos hayan presentado a todos los integrantes de este nuevo Olimpo-Valhalla.
El ritmo es ágil, adictivo, no decae y el dibujo (y también el color) da un apoyo visual increíble con un cuidado impresionante del detalle (ropa a la moda, maquillajes, escenarios, luces, peinados y teñidos, uñas pintadas de varios colores…) que logra ejecutar una historia terrenal con un baño de cultura popular (muy bueno el guiño de Lucifer escuchando a los Rolling, por ejemplo) sin hacernos olvidar que la protagonizan divinidades.
The wicked + the divine. El acto faústico ha sido una gran sorpresa. Estoy seguro de que la serie lo va a petar y estoy deseando leer el siguiente tomo… Porque si este primer volumen tan solo ha servido para presentar los personajes y establecer las normas de lo que vendrá a posteriori, ¡lo que venga a continuación tiene que ser la hostia, porque los dioses no existen… pero molan!