Voy a empezar confesando que he hecho trampas con esta reseña: mientras la estoy escribiendo apenas he leído una cuarta parte del libro del que voy a hablar. No obstante, no tenía otra opción: era eso o tener que esperar hasta nochevieja para poder comentarlo. Y es que la peculiaridad de Un año para maravillarse es que propone escuchar una pieza de música clásica cada día a lo largo de un año entero. Dicho de otra forma, nos ofrece 366 composiciones —la autora ha tenido el detalle de incluir un fragmento del Petite messe solennelle de Rossini para el disfrute de quien lo lea en un año bisiesto— con el objetivo de demostrar que, en palabras de su autora, esta música “está al alcance de todos”.
¿Y por qué no iba a estarlo?, puede pensar algún despistado. Por meros prejuicios, seguramente, ya que durante siglos esta corriente musical se ha vinculado a las élites, tanto intelectuales como, sobre todo, económicas. Lo bueno es que las cosas han cambiado, al menos en lo que a facilidad de acceso a la cultura se refiere. Y es que, quizá en los años 70 y 80 del siglo pasado un obrero no podía profundizar en este mundo, al no poder permitirse una entrada para ver una representación en el auditorio de su ciudad, pero hoy en día, con las decenas de posibilidades que tenemos para acercarnos (hasta legalmente) a prácticamente cualquier material sonoro, lo único de lo que adolecemos es de información. Y ahí es donde entra Clemency Burton-Hill.
Para los que no la conozcan, entre los que me incluía hasta hace poco, esta polifacética londinense —ha trabajado como actriz, violinista, novelista y periodista a lo largo de su carrera— lleva vinculada desde la niñez a la música clásica, ya que su padre, Humphrey Burton, fue un reputado presentador de programas musicales de la BBC, tanto en radio como en televisión. Ella no solo ha continuado con su legado, sino que lo ha aumentado exponencialmente, al abrazarlo tanto desde los medios de comunicación como desde el propio campo de batalla, como organizadora de eventos y con el violín en las manos. Una persona más que capacitada, por lo tanto, para iniciarnos en un campo en el que afortunadamente cada vez más expertos se atreven a hacer un esfuerzo de divulgación.
Y es que, a pesar de la experiencia y el gran conocimiento sobre el tema que posee la autora, en sus comentarios no hace análisis demasiado minuciosos o técnicos de las composiciones. De hecho, en algunos de los textos ni siquiera habla de ellas; estas únicamente se toman como pretexto para contar una anécdota interesante en torno a su compositor, para recordar una efeméride curiosa o para lanzar un mensaje de ánimo al lector. El día de mi cumpleaños, sin ir más lejos, contiene seguramente el comentario más breve del libro: «Estamos a mediados de febrero. Consolémonos con esta obra». Eso sí, la elección es maravillosa: Consolation nº 3 de Franz Listz, o como un solo piano es capaz de emocionar por sí solo más que una orquesta completa. Un tesoro que, de no haber sido por la periodista británica, seguramente no habría escuchado nunca.
Ya he comentado al principio de esta reseña que he hecho trampas al escribirla y, por tanto, también las estoy haciendo al recomendar este libro. Al fin y al cabo, desconozco completamente qué tipo de comentarios hará la autora en el mes de julio o si, dios no lo quiera, a partir de otoño todas las recomendaciones son de reguetón. Bromas aparte, aunque no puedo valorar todavía el libro en su totalidad sí que puedo decir que tanto la propuesta en sí como la forma de articularla de Burton-Hill me han parecido excelentes, ya que con unos minutos al día te permiten ampliar tu conocimiento musical mientras disfrutas del proceso. Y puestos a confesar, por culpa de ello en más de una ocasión se me ha ido el dedo hacia el futuro para conocer la joya que me esperaba al día siguiente.