Afectados, como tantos, por la crisis económica española, sin trabajos ni ilusiones futuras, mi mujer y yo decidimos emigrar para buscarnos la vida. La posibilidad que le surgió a ella de trabajar un tiempo como profesora auxiliar, nos llevó de la noche a la mañana a una pequeña isla perdida en el medio del Caribe: La Martinica. Durante ocho inolvidables meses fuimos económicamente independientes y desde allí volvimos a emigrar hacia Inglaterra, donde vivimos hace tres años. Sin embargo, no pasa semana en la que, sobre todo cuando observamos el plateado cielo londinense, no nos pongamos a recordar y añorar nuestro paso por aquella isla de ensueño, en la que conocimos más sabores, colores y paisajes de los que cualquier imaginación virtuosa podría jamás fantasear. Por eso no dudé en leer Un crucero de verano por las Antillas, de Lafcadio Hearn.
El libro, un conjunto “de notas tomadas durante un viaje de casi cinco mil kilómetros que duró algo más de dos meses” a bordo de un buque que partió en 1887 desde Nueva York, nos ofrece la visión particular de un viajero incansable en su paso por las variadas islas que conforman las Antillas; así, viajaremos, junto al autor, por San Vicente, Granada, Trinidad o la mencionada Martinica, a la que Hearn le dedica la mayoría de las 132 páginas que conforman este bello libro de viajes.
Lafcadio Hearn (1850-1904), de quien solo leí este libro, es considerado por muchos como un autor de culto y definido como un escritor capaz de captar esos detalles que normalmente pasan desapercibidos, cualidad digna de resaltar si a eso se le suma su pasión por los viajes, de los que deja unas descripciones profundas, claras y llenas de poesía. Su curiosidad insaciable lo llevó a conocer diversas culturas que dejó plasmadas en sus obras. Y como para muestra sirve un botón, vale decir que en 1890 se cansó de la mentalidad y costumbres americanas y se fue a vivir a Japón, donde se nacionalizó y se cambió el nombre: pasó así a ser Yakumo Koizumi.
Un crucero de verano por las Antillas relata a la perfección esas hermosas islas ancladas en el tiempo, ajenas a la globalización actual que todo lo homogeiniza y a todo le quita su individualidad y, sobre todo, su personalidad. Si existe un lugar en el mundo donde aún a día de hoy se mantiene el desapego a la triste tendencia mundial, ese lugar es el Caribe (el verdadero, no el turístico de hoteles cinco estrellas) y principalmente Martinica (y más específicamente St. Pierre, “la más pintoresca, curiosa y bonita de todas las ciudades caribeñas”)
A lo largo de varios capítulos cortos, podremos viajar a través de los ojos de un libro que ofrecerá a nuestra mente una infinidad de sensaciones difíciles de comprender si uno no estuvo allí, pero que con la exquisita pluma de Lafcadio Hearn, resulta un poco más fácil de imaginar. Azul, el azul más azul de todos los azules, como se encarga de repetir hasta el cansancio el autor, acerca de las aguas del mar de ese sector del mundo. Y volcanes como el Montagne Pelée (cuya erupción mató alguna vez, literalmente, a todos los habitantes de la ciudad menos a uno, el único prisionero encerrado en el calabozo), pero también ciudades decrépitas que aún dejan ver las huellas del magma pasando por sus calles, mercados cuyas frutas parecen pintadas a mano, y sobre todo, rostros, gestos y miradas hermosas de aquella mezcla de razas que hacen de los antillanos uno de los más artísticos y encantadores ejemplos de belleza.
Cada vez que veo la lluvia caer en esta gris y triste Inglaterra, me pregunto cuándo y porqué se nos cruzó por la cabeza la absurda idea de dejar la Martinica. Tras leer Un crucero de verano por las Antillas, me lo pregunto aún más.