Reseña del libro “Un Dios Inclemente”, de Steven Erikson
Hace apenas unos meses terminaba de leer El Dios Tullido poniendo fin a la saga de Malaz: El libro de los Caídos. Tras diez libros inmensos, en contenido y continente, tras miles de aventuras grabadas a fuego y otro número igual de personajes inolvidables, llegó el vacío. La saga Malaz me había dado tanto que cuando llegó su final me sentí huérfano de literatura fantástica. La decalogía de Steven Erikson se posicionó, sin discusión, en mi lista de mejores sagas jamás escritas. Lo curioso del asunto es que si a Erikson todo le hubiera salido a pedir de boca desde el inicio, hoy en día, en vez de libros dispondríamos de una saga de películas o tal vez una serie. Y es que el arqueólogo y antropólogo natural de Toronto, gran aficionado a los juegos de rol, convirtió todo el universo que había creado para jugar con sus amigos en un guion. Como dos dados golpeando entre sí de forma cruel, el destino quiso que unos productores decidieran que lo que Erikson relataba era demasiado complejo. El espectador medio, dijeron, no compraría ese producto. Erikson no se amilanó. Tras mucho esfuerzo reconstruyendo, apuntalando, embelleciendo y dotando de una narrativa que lo convertiría en un aedo de nuestra época nació Los jardines de la Luna, primer libro de la saga Malaz, una obra compleja que sin ningún tipo de preámbulos te lanzaba de cabeza a un mundo de una inmensidad que producía vértigo. Ha llovido mucho desde entonces, pero Malaz siempre aguardó. Con Un Dios Inclemente (Nova) Steven Erikson inicia una nueva etapa, devolviéndonos al imperio malazano, al caos y a la dulce melodía de la épica en una primera crónica que inicia La trilogía de los Testigos.
Han pasado diez años desde lo relatado en El Dios Tullido. Algunos dioses han desparecido, mortales singulares se han convertido en dioses y nuevas religiones han brotado como hongos a lo largo y ancho del imperio Malazano. Uno de esos dioses es Karsa Orlong, guerrero teblor, antaño esclavo, luego libertador de multitudes, ahora un dios indiferente que no quiere saber nada de nadie. Pero el pasado de Karsa, en especial las acciones que llevó a cabo en la población de Lago de Plata, han dejado cicatrices difíciles de cerrar así como un hijo bastardo que vive entre dos mundos sin lograr encajar en ninguno de ellos. Rant, el muchacho, emprenderá un viaje de no retorno para buscar sus raíces. Con esta trama Steven Erikson ahonda en la inocencia y la forma en que la vida, mediante puñetazos de realidad, de drama y tristeza, directos al estómago, se encarga de arrancártela. “Vivir es perder la fe con la que se nació.” Pero siempre hay lugar para la esperanza. Esta llega a través de la amistad sin condiciones. El muchacho teblor, debido a su candidez juvenil, será capaz de ofrecer redención a un cazador que durante tiempo ha sacado rédito de la esclavitud o de unir seres enemistados por enconada tradición. Mientras tanto, todos los personajes que pasen por su vida, de una forma u otra, se convertirán en un modelo a tener en cuenta, ya sea por el acierto o desatino de sus acciones. Las enseñanzas que tienen que ver con decisiones, actos y promesas marcarán el camino del muchacho, así como un espíritu atado a un objeto cotidiano y una furia ciega que lo convierte en un guerrero imbatible cada vez que vidas inocentes son puestas en riesgo.
Por otro lado, en Un Dios Inclemente nos reencontraremos con el siempre sorprendente ejército malazano. Esperado reencuentro para algunos lectores, maravillosa carta de presentación para los recién llegados al mundo de Malaz. Y es que con esta primera entrega de La trilogía de los Testigos (compleja pero más asequible que algunos de los libros de El libro de los Caídos) Steven Erikson quiere reclutar a nuevos lectores mientras refresca la memoria a los más veteranos. Con tal fin, se valdrá de someras aclaraciones o apuntes a lo largo de la historia sobre razas, tribus, cómo funciona el ejército o las sendas de la magia.
Así pues, volvemos a tener a esas compañías de soldados, una fuerza de choque que a veces parecen tenerlo todo bajo control y en otras improvisan en pos de la supervivencia. El extraño movimiento de tribus más allá de las fronteras los pondrá sobre aviso. Una legión de infantería malazana se verá obligada a desplazarse dirección Lago de Plata para descubrir qué diablos se está cociendo. La habilidad de Erikson en el manejo de varios personajes a la vez es equiparable a la de un mago diestro realizando trucos con una baraja. Diálogos ágiles, en ocasiones con carga humorística capaz de arrancar una carcajada. Todas esas situaciones, las divertidas así como las dramáticas o agridulces, suministraran al lector la información necesaria para crear lazos de empatía con todo el pelotón al completo.
Oams, Piscolabis, Manta o Anyx Fro son algunos de esos soldados a los que iremos cogiendo cariño y a medida que avancen las escaramuzas temeremos por sus vidas. Aguascalmas será esa asesina y maga que nos brindará la ocasión de ver hasta qué extremos puede llegar la magia de las sendas en una escena épica donde realidades sobrepuestas y acción a raudales consiguen que se te ponga la carne de gallina y el corazón en la boca. Pero tras las batallas, las escenas cruentas, la magia ejercida de forma suprema y los dioses que moran a lo largo y ancho de Malaz, el mundo fantástico creado por Steven Erikson no es más que un espejo del nuestro. “La guerra no es solo algo que ocurre una y otra vez; es algo que nunca deja de cambiar, y cada cambio la convierte en algo jodidamente peor de lo que había antes.” Un Dios Inclemente está repleto de reflexiones certeras y punzantes sobre el cambio climático y el drama (por desgracia siempre en boga y más que nunca de actualidad) de las guerras y los refugiados que marcan el ritmo de una trama emotiva, trascendente, gloriosa en los momentos clave e inolvidable en su totalidad.
“¿De qué sirve un imperio si vuelve la espalda a los indefensos, sean sus súbditos o no?”