Reseña del libro “Una bestia en el paraíso”, de Cécile Coulon
A veces, no hacen falta tramas complejas ni giros imprevisibles para mantenernos pegados a una novela, solo unos pocos personajes, un escenario bien ambientado y una buena narración. Eso es lo que encontramos en Una bestia en el paraíso, de Cécile Coulon.
Esta escritora francesa publicó su primera novela a los dieciséis y ahora, con treinta y un años, ya ha ganado varios premios de prestigio, entre ellos el Premio Le Monde en 2019, precisamente con esta obra. Y no me extraña.
Los personajes de Una bestia en el paraíso son básicamente cinco: Émilienne, una mujer que, al fallecer su hija y su yerno, se hace cargo de sus dos nietos; Blanche, la nieta mayor, tan dura como su abuela; Gabriel, el nieto menor, tan roto por la muerte de sus padres que parece incapaz de enfrentar la vida; Louis, un joven que trabaja para Émilienne y que, maltratado por su padre, se queda a vivir con ella, y Alexandre, compañero de clase de Blanche. El escenario principal de la novela no es otro que el que le da nombre: El Paraíso, la propiedad de Émilienne, unas tierras de cultivo y ganado que constituyen el único sustento de la familia.
Émilienne y Blanche aman El Paraíso, se dejan la piel en sacarlo adelante. Y Louis ama a Blanche, igual que Alexandre. He aquí el problema: la joven solo quiere a uno de ellos, casi tanto como a sus tierras, y eso desencadenará en una serie de odios, abandonos y venganzas. Enseguida el título de la novela adquiere sentido; lo que no está tan claro es cuál de ellos es la bestia o cuál de todas esas bestias es la peor.
En Una bestia en el paraíso vemos cómo Blanche, Gabriel, Louis y Alexandre pasan de niños a adultos y los anhelos, decepciones y pérdidas que eso conlleva. Mientras tanto, Émilienne nos hace ver la vejez y el camino hacia la muerte, cuando las decisiones se toman más por el bien de los demás que por una misma. Y bastan las tribulaciones de unos y de otros, inevitablemente enredadas, para que Cécile Coulen mantenga nuestra atención durante doscientas ochenta y dos páginas.
Como dato curioso, cada capítulo lleva por nombre un verbo y suelen alternarse los que transmiten positividad y negatividad: dañar, proteger, construir, superar, crecer, matar, nacer, observar, arriesgar, huir, torcerse, soñar… Se va centrando en los personajes uno a uno y nos desgrana sus vivencias y, sobre todo, sus pensamientos.
La cotidianidad tensa del Paraíso nos embarga y presentimos que algo va a explotar, que hay demasiados sentimientos enquistados, demasiadas pasiones contenidas, demasiadas frustraciones acumuladas. Unas veces, compadecemos a los personajes, deseamos liberarlos de su tormento; otras, los tememos al vislumbrar que son capaces de cualquier cosa. Y por más páginas que pasan, no acaba de quedar claro si El Paraíso es una bendición para esta familia o en realidad se trata de la peor de las maldiciones; si la solución es huir lejos o resistir pese a todo y todos.
Una bestia en el paraíso es una novela de personajes rotos y obsesivos, con una ambientación envolvente y una narración desasosegante y cruda. Una muestra de cómo la sencillez puede traspasar más que los grandes alardes narrativos.