Me he dado cuenta en todo este tiempo de lecturas que hay libros que te hacen sentir grande y otros que te hacen sentir muy pequeño y no sé por qué siempre me he sentido atraído por los que me han empequeñecido. ¿Os acordáis de cuando Alicia crece y se encoge? El día a día nos hace crecer y sentirnos absurdamente importantes y de repente aparece alguien, algo o nada disfrazado de libro y nos hace pequeños, muy pequeños. Ese alguien, ese algo, esa nada, ha sido para mí en este caso un libro, este: Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard, premiado con el Pulitzer de Ensayo y que llega a España de la mano de Errata Naturae en su colección Libros salvajes.
Dillard comenta nada más comenzar que busca llevar a cabo lo que Thoreau denominó «un diario meteorológico de la mente», y – ojo ‘spoiler’ – lo consigue. Pero también consigue mucho más. Porque como he dicho hace un momento, hace que empequeñezcas y entres en el maravilloso mundo de la Naturaleza. Antes de empezar el libro, su información te transmite que estás delante de una escritora que superó una fuerte neumonía siendo muy joven y que decidió trasladarse a las montañas. Pero tras leerlo te queda la certeza de que es en ellas, en las montañas, donde Dillard sana de verdad. Siempre envuelta de una envidiable soledad, la autora estadounidense se convierte en nuestros ojos a través de sus palabras y nos muestra un mundo que solo se ve si te paras a verlo. No es suficiente con solo mirar, hay que pararse a mirar, hay que meditar con los ojos para así conseguir que florezca todo lo que nos envuelve.
Os voy a confesar algo. Yo, al final de la semana, tras varios días empapado por la contaminación de una ciudad como Barcelona, me veo casi obligado a subir a alguna de las montañas que protege la vertiente sólida de mi pueblo – en la otra hay mar – para desenganchar de mí ese humo negro que veo cada mañana antes de entrar a la ciudad. Pues bien, esa subida semanal a la montaña ha pasado a ser diaria gracias a Una temporada en Tinker Creek. Con este libro en las manos – del cual he devorado sus cerca de 400 páginas en un par de días – sentía que caminaba por la Naturaleza. Nunca unas páginas de un libro habían sido tanto un bosque vivo.
Dillard nos habla detalladamente de sus experiencias en el bosque, ya sea con animales, insectos, hojas, plantas, árboles o personas – aunque personas, pocas –. Nos habla de todo ello, de tú a tú, dejándose ir en muchas y muy valiosas ocasiones. Cuando Dillard se explaya y habla tan filosóficamente, tan metafóricamente, tan desde dentro, tan vital de la Naturaleza, no queda otra que cerrar momentáneamente el libro y buscar el árbol más cercano para darle las gracias; las gracias por existir.
No sé si este libro gustará tanto a alguien que no ame la Naturaleza, no sé si provocará que entren tantas ganas de verde;lo que sí sé, y es lo que intento expresar siempre en mis líneas, es lo que yo he sentido leyendo. Y yo he sentido el olor de la hierba mojada cuando ya ha salido el sol en cada momento en que abría sus páginas, he sentido que el pequeño viento levantado al mover sus páginas curaba mis heridas – las superficiales y las muy muy profundas -, he sentido que yo también me curaba sin saber previamente que estaba enfermo.
Una temporada en Tinker Creek es la mejor lectura con la que me he encontrado en lo que va de año, es una suerte de calma dentro de la agitación diaria, es una oda a la observación meditada y a la meditación observada, es un paseo walseriano de los pies y de la mente, es una delicia cuidada de traducción por parte de Teresa Lanero, es la afirmación de la soledad, es el «Vosotros seguid. Yo me quedo aquí» que entona Dillard en sus páginas y es el «Algo no va bien en una persona que, en la ribera de un río, prefiere mirar aguas abajo. Es como contaminar tu propio nido. ¿Y a cambio de esto y de tumbarse en un diván la gente paga cincuenta dólares la hora?», porque «Uno no atrapa el presente, no lo persigue con anzuelos y redes. Uno lo espera con las manos vacías, así es como te llenas. Tendrás pescado de sobra. El arroyo es el único proveedor. Es, por definición, la Navidad, la encarnación. Este viejo planeta de roca recibe el regalo del presente todos los días por su cumpleaños.» Hoy siento que es mi cumpleaños, y todo gracias a un libro. Como siempre.