Reseña del libro “Vencer al dragón”, de Barbara Hambly
“Cambiamos lo que tocamos, sea la magia, el poder u otra vida.” Esta máxima alcanza al lector en el momento preciso. La frase, además, es certera como un virote lanzado por un ballestero de puntería imbatible y atina justo en el epicentro de nuestro ser más pasional para enviarnos un mensaje alto y claro que habla del poder modificador de nuestras acciones y nuestras palabras. Y es que Vencer al dragón va más allá de la típica historia de caballeros andantes, de princesas en apuros, de magos ancianos de poder absoluto y de dragones terribles que lo arrasan todo a su paso. Barbara Hambly destroza los estereotipos desde las primeras páginas para ofrecernos una historia que casi cuarenta años después se muestra más original, más fresca y arrolladora que la mayoría de la fantasía actual que se publica hoy en día. B de Bolsillo es la editorial encargada de reeditarla en una sencilla edición de bolsillo lastrada por los errores tipográficos (una verdadera hecatombe en la que tildes, comas y puntos son colocados en los lugares más insospechados). Una edición que tristemente no está a la altura de una obra que es un imprescindible del género fantástico.
En Vencer al dragón los personajes lo son todo. El elenco principal lo forman una pareja que no necesitan demasiadas páginas para volverse memorables: por sus personalidades imperfectas, por sus acciones de lógica aplastante y por esa sensación de que a pesar del escenario, la magia y los dragones podríamos ser cualquiera de nosotros. Para empezar tenemos a John Aversin, el Vencedor de Dragones. ¿Sabéis el típico caballero de belleza prominente enfundado en una armadura reluciente y que cabalga sobre un caballo imponente en pos del peligro? Pues ese no es Aversin. Lord Aversin es más bien un tipo campechano dedicado a cuidar las gentes y tierras de las que es barón. Y ello una vez implicó jugarse el cuello y matar a un dragón. Solo es un tipo que aspira a una vida sencilla rodeado de la gente que quiere y leyendo libros siempre que sus quehaceres se lo permitan. Así que cuando Gareth, un muchacho de la nobleza en busca de ayuda, un pipiolo que cree en las viejas leyendas, se encuentra con Aversin y no con el héroe perfecto del que hablaban las baladas, el mundo se le cae a los pies. Y es que el dragón Morkeleb tiene aterrorizada la capital y necesitan la ayuda de John a toda costa. El mata dragones que no quiere matar dragones pero que lo hará por el bien común, el joven noble que es más de lo que dice ser y que poco a poco se le irá agrietando esa armadura de pijo estirado para ir mostrando una personalidad más humilde… Y es que en Vencer al dragón nadie ni nada es lo que parece, empezando por Jenny Waynest el personaje que llevará todo el peso de la narración. Jenny es una maga que nunca llegó a acabar su formación y que siente el peso de la frustración de unas aspiraciones lastradas por su vida del día a día. Jenny acompañará a John y a Gareth y serán sus pensamientos los que nos guíen, así como su conflicto interior sobre el poder y sus consecuencias. Reflexiones que enfrentarán egoísmo y altruismo y que valorarán sus posibles resultados al tomar una elección.
En Vencer al dragón Barbara Hambly exprime los clichés del género para sacarles el jugo de la realidad, de, a pesar del escenario y la acción, lo verosímil. Así encontramos que cada acto tiene sus consecuencias. La magia, por ejemplo, con un ingenioso sistema en el que hay que marcar unos límites en cada hechizo para que el asunto no se desmadre, se cobra no pocos sacrificios en quienes la utilizan, tanto a nivel físico como mental. En las ocasiones en que Jenny Waynet hace uso de ella las implicaciones éticas también entran en juego. Barbara Hambly narra de forma poderosa esas escenas de acción, pura épica repleta de lirismo. Una lírica que alcanza el súmmum en los dos últimos capítulos donde la historia deviene una leyenda de melancolía subyacente que la hace inolvidable.
“Tenemos tan poco…, lo compartimos entre nosotros para que valga la pena tenerlo. Hacemos lo que hacemos porque las consecuencias de no preocuparnos por hacerlo serían peores.”