Bruja, de Alejandro Hermosilla

BrujaLes voy a ser sincero: lo primero que sentí al tener Bruja entre mis manos fue miedo. El precedente de Martillo, probablemente uno de los libros más intensos publicados el pasado año, me hacía temerme que Bruja, que es algo más largo, fuese demasiada intensidad para un mes de julio y sus calores. Porque Alejandro  Hermosilla es un escritor tal talentoso como temible y uno sabe a estas alturas que disfrutar con sus libros en inevitable y que el verdadero mérito consiste en salir indemne, en escapar de Chtulhu, lo efrits, los demonios y por supuesto de esa omnipresente Bruja de tan desasosegante presencia en estas páginas.

Bruja nace, según la confesión del autor, del desprecio de una rectora de universidad, de su inasistencia a una cita y es un intento de borrar de la faz de la tierra a las representantes de su maléfica estirpe. Tengo dos malas noticias, Bruja no sólo no borra a las brujas de ningún sitio sino que las hace muy presentes, y la segunda es que si antes del libro la rectora no le dio cita, después de leerlo (si lo ha leído) se puede ir olvidando. A no ser que sea con sus abogados. Porque Alejandro Hermosilla se despacha a gusto, de entre las múltiples virtudes que adornan su prosa onírica no puede destacarse la contención, desde luego.

Estas páginas envuelven al lector, lo transportan a mundos reales o imaginados por los que no siempre se discurre confortablemente. La enciclopédica cultura del autor se muestra en un texto que bajo su forma recurrente y original compendia la historia de las brujas en la literatura y la historia. Y lo hace del modo más original concebible, mediante una suerte de diatriba tan emocionada y contundente como erudita. Sirva caperucita roja como ejemplo:

Un cuento de resonancias místicas protagonizado por una adolescente vestida habitualmente con una caperuza roja cuya mirada trastornaba a los hombres.

Todos los que habían conseguido besar a aquella joven habían desaparecido a los pocos días.

Sus cuerpos habían sido recogidos del borde de un lago por mudas señoritas que, tras despellejarlos, habían comenzado rituales en los cuales ofrecían la carne a su abuela: una vieja adivina erecta y rígida de ojos blancos y uñas afiladas que solía comerla sobre una silla de duro asiento, tan alta para ella que sus piernas, sin llegar al suelo, pendían rectas y verticales como si los huesos de sus tobillos y pantorrillas estuviesen fundidos en hierro, mientras acariciaba la encarnada capucha de una muchacha que, posteriormente, entregaría las sobras del festín a los lobos.

Con quienes tenía una relación de afecto y cariño y parecía comunicarse en un lenguaje secreto.

Sobre todo con uno de pelaje negro, marcado con una letra escarlata en su lomo, a quien denominaba “el reverendo”.

Ya lo ven, Alejandro Hermosilla es un tipo peligroso, no sólo por ser el feliz poseedor de una voz narrativa original de potenciales efectos adictivos y alucinógenos, sino porque de puro contundente corre el riesgo de asustar a quien esté acostumbrado a frecuentar pagos literarios más apacibles. Y ése es el mayor de los peligros para el lector, no atreverse, perderse la que probablemente sea una experiencia diferente, no necesariamente mejor que otras (eso probablemente vaya en gustos) pero sí indiscutiblemente original e inspiradora.

Habrá que terminar dándole las gracias al autor y a su Bruja, no por lo disfrutado, que ha sido mucho, sino por no poner las cosas fáciles. Gracias por el reto, gracias por la literatura.

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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