Dos tipos que flotan, de Guillermo Ortíz (Orx)
Las tiras cómicas requieren de cierto valor. Primero, porque tienen que ser cortas y condensar en ellas lo que quieres plantear. Segundo, porque deben tener el efectismo necesario para que el lector pase de la primera a la última y sienta que lo que ha leído, en ese corto período de tiempo, ha merecido la pena. Tercero, porque los personajes tienen que estar bien definidos y además, tienen que decir algo al público que ve cómo sus correrías siguen una tras otra. Y por último, aunque no menos importante, porque en una tira cómica no es lo mismo estar leyendo que ser parte de lo que lees, por eso para mí requiere de un valor (que no tengo) a la hora de crear algún personaje o alguna historia que requiera de este tipo de lecturas. Por eso, cuando puse en mis manos “Dos tipos que flotan” pensé de nuevo en que las tiras cómicas han sido parte de mi vida desde hace mucho tiempo, bien desde que las leía en el periódico, bien desde que alguna editorial las recopilara en un libro. Y me maravillé de nuevo, porque con sólo unas pocas imágenes, sazonadas con unas pocas palabras, hay autores que con capaces de contarte una pequeña historia que más parece un capítulo de una novela, que una simple historieta.
Un Robinson Crusoe al que le llueve del cielo un compañero, pero no para salvarle de la deriva en la que está inmerso sino para acompañarle en sus reflexiones sobre la soledad, el mundo y por qué no decirlo, de la supervivencia.
Que conste en acta lo primero: esto se trata de una continuación, de un tomo anterior, pero que no es necesario leerse (aunque sí recomendable, sólo por el buen hacer del autor). Una vez establecidas las bases, el inicio de esta reseña puede ser olvidado como es olvidada la civilización para el personaje que nos ocupa. “Dos tipos que flotan” podría describirse como lo que es la sal para algunos alimentos: algo indispensable. ¿Por qué? Pues hay varias razones, y yo os las digo encantado, aunque ya sabéis que no soy de desgranar mucho punto por punto lo que viene en una lectura, porque me parece caer un poco en el absurdo, pero allá va: los protagonistas son dos tipos que no tienen nada que perder (bueno, quizá la vida en el naufragio, pero qué importan esas menudencias) y que hablan entre ellos, se comunican, y sobreviven como pueden en alta mar, y aunque se trate de supervivencia lo que aquí nos encontramos, las risas están aseguradas. Una vez me dijeron que para que haya un conflicto basta sólo que una persona se una a otra, así que aquí ya está el lío formado. Y esta lectura se podría ver desde múltiples ópticas, pero yo elijo la más liviana, por ser precisamente la más sana, y no la más ardua, que es la de que los dos protagonistas son un espejo de la realidad, un espejo de la deriva que ha tomado el mundo. Yo me lo he pasado bien, he disfrutado como un enano con los protagonistas, y muchas veces, mucho más allá de interpretaciones profesionales y existenciales, está el gran sabor de boca de haber pasado un rato agradable con una lectura descubierta por azar.
Guillermo Ortiz (Orx) resulta que es un dibujante con años de experiencia a sus espaldas, que de vez en cuando nos ameniza con sus ilustraciones en varios medios, y que además, por qué no decirlo si es la pura verdad, posee un arte envidiable para, en pocas imágenes, darte qué pensar. Me gustan esos escritores, dibujantes, autores, llamémosles X, que te dejan con la boca abierta (bien sea por una sonrisa seguida de carcajada o por simple estupor) con su trabajo. Creo que en esta vida sobran las naderías y falta más obras que nos hagan sentir algo. Así son estas viñetas, llamadas a convertirse en un oasis como el que aparece en este volumen, y que pueden dar al traste con la idea que teníamos de los náufragos que intentan buscar tierra a toda costa. Porque mira que yo no entendía muy bien lo de intentar encontrar un compañero en la nada más absoluta, pero que ahora lo entiendo, que no es para que nos entiendan, que no es para poder contarle nuestros problemas, que no es para rellenar huecos con palabras vacías al estilo “qué buen tiempo hace”. Que no, que no. Que para lo que queremos la compañía es para discutir, discutir sobre nosotros mismos, discutir con el otro, y de vez en cuando, reírnos de ese conflicto. Porque en esta vida, señores, señoras, niños, niñas, no hay nada más imperdonable que perder el humor, en la circunstancia que sea.