La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal
A veces sucede que uno adquiere un libro y este libro no cumple ninguna de sus expectativas. Y en ocasiones, resulta que eso es lo mejor que le puede suceder al lector.
Así, me las prometía yo muy felices cuando conseguí este libro. Había leído por ahí que La liebre con ojos de ámbar seguía los vaivenes de una dinastía de empresarios y banqueros judíos desde mediados del s. XIX hasta finales del XX, en escenarios que iban desde Odesa hasta Tokyo, pasando los París y Viena de fin de siglo. O dicho de otra forma, que teníamos historias sobre pogromos, zarismo, Primera Guerra Mundial, caída del Imperio Austro-Húngaro, vida cultural en los cafés vieneses, auge del nazismo y Segunda Guerra. Todos ellos temas que me fascinan desde hace muchísimos años.
Sin embargo, nos advierte De Waal en un momento dado de lo fácil que sería caer en el cliché del mundo perdido, soltar a diestro y siniestro los nombres de Musil, Schnitzler o Freud, y pecar de cierto sentimentalismo disfrazado de cultura. Y lo que él se propuso con este libro era algo muy diferente…
Edmund de Waal nos quiere hablar de su colección de netsuke, una especie de broche con el que en el antiguo Japón los hombres sujetaban el sagemono (una bolsita) al cinturón del kimono.
La liebre con ojos de ámbar no es, pues, ni la historia de Europa ni la de una familia de empresarios judíos. De Waal no se ha servido de los netsuke para relatarnos, como tantos han hecho, la caída del mundo de ayer o los años terribles que siguieron. Ni siquiera es, propiamente dicho, la historia de cómo esos netsuke pasaron de generación en generación, a veces de la manera más insólita. Hay mucha historia en este libro, desde luego, y si es eso lo que el lector busca, no se sentirá defraudado. Pero La liebre es, ante todo, un canto a la belleza, a la belleza del objeto, y por si eso fuera poco, de un objeto extraño y completamente inútil, un objeto que no sirve más que para ponerlo en una vitrina y que lo vean los invitados, que pase de mano en mano, y que vuelva a la vitrina.
¿Y se puede escribir un libro sobre eso?
Vaya si se puede.
¿Pero un libro bueno?
Un libro maravilloso.
No todos son capaces de ponerse a escribir a los 46, y al cabo de dos años publicar una joya como ésta. Desde luego, la familia ayuda. Y no me refiero a que los abuelos cuiden de los niños.
Comparables a los Rothschild, con quien de hecho se emparentaron, los Ephrussi, la familia materna del autor, fueron una de las familias más ricas de aquella Europa que se lanzaba al suicidio. Procedentes de Ucrania, donde se enriquecieron en el comercio de grano, se instalaron en lugares como París o Viena, donde sus palacios siguen hoy en pie, convertidos, en su mayoría, en oficinas. Sin embargo, cuando digo que la familia ayuda, no me refiero tampoco al dinero, sino a la vida cultural que rodeó a la familia generación tras generación.
Charles Ephrussi, coleccionista, crítico e historiador de arte, sirvió de inspiración y modelo para el personaje de Swann en la obra de Proust. Eso nos da una idea de los círculos intelectuales en los que se movía la familia. Los Ephrussi se codeaban con artistas como Degas, Pissarro, Monet o Renoir, y Charles aparece en uno de los cuadros de este último. Fue en aquellos años cuando, como hoy los restaurantes de sushi, llegó a París la fiebre del japonisme, y ahí se inicia la andadura de los netsuke. Charles compró 264, y la historia de esta colección hace que lleguemos a olvidar otros aspectos de la obra, que bastarían por si solas para darnos horas de placer literario.
Los mundos a los que nos lleva esta novela son, entre algún otro, el París de la Belle Époque o la Odesa del crisol de culturas, y las épocas, ya mencionadas antes, del Imperio Austro-Húngaro, el de los Zares, el Austria del anschluss, y el Japón de los años inmediatamente posteriores al final de la Segundas Guerra Mundial.
En occidente tenemos nuestros cuadros, nuestras sinfonías y nuestras catedrales, que nos permiten mirar, escuchar, decir “¡ooooh!” y ponernos a hacer fotos. Por su parte, el arte del netsuke no se deja contemplar. Es un arte que apela a otros sentidos, sobre todo al tacto. Los netsuke viven tras una vitrina, pero como los juguetes de Toy Story, están ahí para que alguien los coja, los sopese, los acaricie, pase la yema de los dedos por su superficie, aprecie su suavidad, la textura del marfil, el coral, el diente de cachalote, absorba su relieve, su profundidad, las diferentes caras que nos ofrece desde la palma de la mano. Es un arte humilde en sus pretensiones y complejísimo en su ejecución, que nadie como los niños sabe apreciar. El poder evocador de los netsuke nos recuerda al wellsiano Rosebud o a esa cajita de metal que Amélie devuelve a su dueño.
Es muy difícil hacer lo que ha conseguido De Waal en esta obra. Sin caer en el sentimentalismo, nos ha conmovido con las historias de sus antepasados. En su recorrido por las antiguas residencias familiares, nos ha proporcionado un nuevo punto de vista de aquellos lugares y períodos históricos en los que se fraguaba gran parte de la historia cultural de Europa. Ha dado el protagonismo a un objeto inútil del que pocos en Europa habían oído hablar, y lo ha hecho de un modo cautivador y sin apabullarnos con detalles técnicos sobre su elaboración. Edmund de Waal nos ha colocado en una vitrina, junto a una serpiente de marfil sobre una hoja de loto, un tonelero trabajando, un níspero maduro, o una liebre con ojos de ámbar, y desde ahí nos ha mostrado la vida.
Yo pienso mucho en eso de las expectativas previas de un libro, como soy un entusiasmado y tiendo a no tener medida con los elogios cuando un libro me gusta, luego, como se crean las expectativas con mis ojos pero se leen los libros cada cual con los suyos, me da un poco de reparo que alguien se acerque al libro a través de una reseña y no vea lo mismo que yo, o sí lo vea pero lo valore de forma diferente. Como decía la Tsivietáieva: “fuí una necia al pensar que podía ver tu mar con mis ojos”. Pero tu reseña, fantástica, me acaba de vacunar contra esto. Si el libro es bueno, lo es aunque tus expectativas fueran diferentes y me ha encantado cómo lo dice: “A veces sucede que uno adquiere un libro y este libro no cumple ninguna de sus expectativas. Y en ocasiones, resulta que eso es lo mejor que le puede suceder al lector.”
Me apunto el libro, gracias por recomendarlo tan bien.
Un abrazo,
Andrés
Gracias por tu comentario, Andrés. Es verdad que a veces unos encendidos elogios pueden llevar a una posible decepción. Pero como muy bien dices, si el libro es bueno, lo será aunque se aleje de nuestras expectativas (eso sí, siempre que nos acerquemos a él con la mente abierta y sin prejuicios).
Por eso, estoy seguro de que, sea por un camino u otro, este libro te gustará mucho.
Un abrazo.
Me gustó mucho ” La liebre con ojos de ámbar ” ,la leí el verano pasado ,pero creo que si esa historia la contase Stefan Zweig sería mucho más impresionante . La recomiendo . Saludos.
A mí también me encanta Zweig, pero esta historia tenía que contarla quien la vivió. Zweig habría escrito un libro genial, sin duda, pero con De Waal yo no tuve en ningún momento la sensación de estar ante un narrador menor.
Gracias por tu comentario.
Con todo respeto, el estilo del libro me pareció rígido y almidonado, profuso en datos, pero carente de fuego interno. Me pareció que el autor como escritor es un excelente ceramista.
De Waal no es un genio de la literatura, eso es evidente, pero como narrador, encuentro que tiene mucho oficio. A mí el libro sí me pareció muy bien escrito, con un estilo en absoluto almidonado y con una pequeña pero poderosa llama interna. Sobre gustos…
Saludos.