Miradas nuevas por agujeros viejos, de José María Pérez Zúñiga
Somos letras en un alfabeto perdido. Caminamos con la vista al frente, con los caracteres pegados a nuestro cuerpo, a nuestra identidad, al nombre que nos dieron al nacer y que se va modificando a medida que los años pasan, que la vida pasa, y pesa, sólo una letra cambia en esos dos verbos, pero todo el significado varía, revierte el significado, le da otro sentido. Y somos esas letras que lo trastocan todo, que lo convierten en una nueva realidad, en nuevo espacio donde perderse y hallarse, donde correr para escondernos, donde cerrar los armarios o abrir las ventanas, para saltar, para agarrarnos a los bordes y mirar el horizonte. Sin término medio, somos ese abecedario que se conjuga en palabras, que construye frases, que inventa conceptos que nos eran desconocidos. Miradas nuevas por agujeros viejos es ese momento en el que los caminos convergen, se cruzan, se bifurcan y hacen que nos choquemos, caracter con carácter, sin fisuras, quizá sólo alguna coma o punto seguido, nunca un punto suspensivo que alargue lo inminente. Son esas palabras que nos crean y nos definen, cuando la definición es sólo una idea, tal vez errónea, tal vez certera, pero en cualquier caso palabra, sólo eso, tan sencillo y tan complicado a la vez, que recubre la piel y deforma los huesos. Son palabras que se convierten en relatos. En minúsculas narraciones que, a modo de cajones donde se guardan miserias y alegrías, abrimos y cerramos al antojo del ojo lector, de ese ojo que con la curiosidad pegada en las pestañas no aparta nunca la mirada hasta que no llega, invariablemente, el punto y final.
Si yo tuviera que vivir eternamente lo haría rodeado de libros. Ya lo hago ahora sabiendo en todo momento que mi caducidad está a unos cuantos pasos de distancia de mi presente. La edad es algo tan abstracto que, a veces, cuando me veo a mí mismo leyendo un libro, me sorprendo de cómo ha ido pasando el tiempo y cómo las agujas se han convertido en amigas y no enemigas. José María Pérez Zúñiga detiene el tiempo, a sorbos, con las gotas que salpican en todos los capítulos de su libro, para hacer que nuestras lenguan saboreen un lenguaje que muchos callamos por el miedo a que se convierta en verdad. Son palabras, al fin y al cabo, las que nos encadenan a una realidad, las que convierten en real lo que hasta hace escasos minutos pensábamos que era mentira. Hace mucho tiempo, cuando yo era más joven y estaba más desubicado en la vida, una persona me dijo que nombrar algo es hacerlo real. Lo creo firmemente y eso se huele, se saborea, se ve, incluso se oye, en Miradas nuevas por agujeros viejos porque si todos nos comunicamos con el lenguaje, ¿por qué silenciamos tanto? Así, a modo de pequeños golpes que martillean el alma, que clavan la mente en una palabra o letra del alfabeto, vamos deslizando nuestra fuerza y también nuestro miedo por unas narraciones que son dolor, pero también la calma; que son la vida, pero dentro de una pequeña muerte; que son placer, aunque también locura, obsesión, los poros de una piel que absorbe y es absorbida. Es todo que intenta ganar la batalla a la nada. Son píldoras con las que automedicarnos sin ningún tipo de consecuencias negativas.
Leer me apasiona, crea en mí un estado de obsesión como pocas veces he sentido en mi vida. Una vez, hace poco, me dijeron que lo mío era puro amor al arte. Y lo es, sin duda alguna. Leer, además, puede convertirse en una especie de respuesta a aquellas preguntas que no habíamos sabido contestar. Miradas nuevas por agujeros pequeños es ese final de interrogante, es ese llenar espacios que habían permanecido oscuros, lejanos a la luz de un foco que nos diera la contestación, la palabra adecuada, el pensamiento que requeríamos para comprender lo que nos estaba pasando. No sé las razones que llevaron a José María Pérez Zúñiga a emprender el osado viaje de escribir este libro. No importa demasiado. Porque de lo que aquí se trata es de abrir la mente, de meterse de lleno en los capítulos, en las letras que son nuestro alfabeto, que somos nosotros, para después mirarnos en un espejo imaginario y contestarnos a nosotros mismos, poder decir que ya lo entendemos, que eso es lo que estábamos buscando, que la pasión por la lectura en ocasiones sirve, tiene un propósito, que nosotros hemos creado, es cierto, pero que es igual de válido. Yo sigo los pasos, los caracteres que van de la A a la Z, como en un paseo que nos lleva del principio al final de la vida, construyendo e imaginando que lo que aquí nos cuenta el autor no es sólo ficción, no es sólo una creación literaria, sino que también es la vida, la pura vida.