Polvo en el neón, de Carlos Castán
Hace tan solo unos días mi hija leía “Las uvas de la ira”. Lo leía en inglés, en aquel inglés con el que John Steinbeck, a través de un largo, triste y deprimente viaje, quiso hablarnos de su extenso país, EE.UU, del espíritu americano y de las miserias humanas. Corrían los años treinta, y una gran masa humana atravesaba el país desde Chicago hasta Los Ángeles huyendo del hambre y de la crisis.
Esa ruta, hoy conocida como “La ruta 66” por la que muchos hemos soñado con perdernos con una Harley Davidson, será, como en “Las uvas de la ira”, la protagonista de “Polvo en el neón”.
Pero ¿Qué es “Polvo en el neón?
Yo creo que es un sueño hecho realidad. Verán, Dominique Leyva es un fotógrafo estadounidense al que podemos ver y conocer, pero sobre todo podemos sentir a través de las imágenes que nos irán acompañando durante este viaje. En este caso es el viaje que realiza Quinn por esa ruta 66, un viaje que inicia con Jessica, pero él sabe que es un viaje que debe hacer solo, es su viaje, así que habrá que deshacerse del exceso de equipaje.
Hay que estar en la piel de un americano para entender la atracción que un habitante de Springfield puede sentir hacía esa inmensa carretera… pero todos sabemos que alejarse nunca es la solución. O quizá si, porque mirar el foco del dolor y los problemas con cierta distancia también sabemos que puede ayudar a tomar decisiones más coherentes. Ponemos tierra de por medio, sí, pero también tiempo. Tiempo y espacio.
Para hablarnos desde el interior de Quinn está Carlos Castán, el autor de la parte literaria del libro. Carlos no es americano pero sabe de desiertos y soledades. También sabe de dolores, del poso del dolor lejano y del dolor nuestro de cada día. Carlos sabe lo que es llorar a mares, autoalimentar el motor de las lágrimas, terribles recuerdos familiares, mentiras personales, reproches egoístas… Y miedos… todos los miedos condensados en un motel de carretera.
Me ha sorprendido el libro. Me ha gustado, me ha gustado mucho más de lo que yo quisiera, me ha gustado el equilibrio entre imágenes y texto. Me ha gustado esa forma de narrar rápida y limpia, y que da, sin embargo, una visión completa de los personajes. Nada superfluo pero tampoco nada que echar de menos.
Menos de cien páginas… ¡Para qué más! Si con ellas ha sido capaz de dejar en mi garganta un cierto regusto amargo del que no logro escapar.
Será que cuando hablamos de mentiras, soledad y dolor, y cuando profundizamos en las miserias humanas, es más fácil hermanarnos, es más fácil empatizar, e incluso, como dice el autor a través de Quinn, es más fácil dudar, incluso “dudar a cierta edad, es ya amar”, y es que el miedo a la soledad planea sobre la madurez del ser humano.
Y si algo descubrimos a través del viaje de la vida es que el dolor propio no se comparte, hay dolores que hay que digerir y purgar por uno mismo. Luego ya estarán los demás para recoger los pedazos.
Susana Hernández
Con este me rindo, jajaja, y me lo llevo. Me parece una estupenda combinación lo que cuentas que proporciona este libro, la combinación entre lo que es contado y las imágenes, no soy ameriana (ni falta que me hace, esto es broma tonta, jeje), pero esta carretera con tanto pasado me interesa, y si es de esta forma, mejor que mejor, igual hasta aprendo de el viaje hacia uno mismo del personaje. Una buena recomendación 😀
¡¡Buen fin de semana!!
Creo que te sorprenderá Iciar. Tu eres una gran viajera y los que viajan buscan… Tantas cosas! Pero tu y yo sabemos que no siempre lo importante es llegar, lo importante es disfrutar de cada metro que avanzamos. Recuerdo que un día hablamos que la felicidad está siempre en el trayecto, que lo importante en la vida es el camino, por mucho polvo que en el haya.
A disfrutar del viaje, amiga!