Los que vivimos en la periferia de Madrid, a estas alturas de verano estamos ya al borde de convertirnos en un charco de sudor y evaporarnos al minuto en la freidora que es el asfalto y cemento madrileño. Apetece una piscina, un manguerazo en el patio del chalé de tus colegas o meter la cabeza debajo de una fuente. Apetece también cobijarse a la sombra de unos árboles en un parque fresco donde corra el aire y, una vez más, bañarse con las bocas de riego y los aspersores que encontremos encendidos. Una vez puestos en remojo, vuelta a la sombra del árbol y a coger el libro que tan interesante se adivinaba. El título reza Subsuelo.
La portada no puede ser más inspiradora. Un bosque de abedules donde cobijarse del extremo calor. Falta una piscina. Una piscina como en la que se encuentran los personajes de la historia.
Es verano. Los mellizos y un amigo disfrutan de una noche tranquila en la piscina de la parcela del valle. Como ellos, los padres, bebiendo y divirtiéndose en la casa, ignoran lo que sucederá en poco tiempo. Así. Un instante. Unas primeras páginas de vértigo. Intenso. No hay momentos para poder ir cogiendo cuerpo en el relato. Tampoco para avisar a los jóvenes de lo que va a ocurrirles porque así, su autor, Marcelo Luján, ha querido que sea. Nos avisa, nos indica el lugar que ocupamos como lectores y nos anticipa lo que va a ocurrir, algo que no podemos evitar, tan solo dejarnos llevar, pero no así a sus personajes. Ellos serán víctimas de un instante. Un trágico instante que lo cambiará todo.
La intensidad con la que arranca la novela no recae en ningún momento durante el relato. Recuerdos de la madre de los mellizos sobre aquella noche, de esa cena donde los chicos se sentaban en la piscina y los padres bebían y se divertían inconscientes aún a la tragedia, nos permitirá conocer más el instante antes del instante. Con la fuerza de las mejores obras criminales, también nos muestra el instante justo después del instante y todo lo que ello generó. La noche envenenada.
Y en el ahora, el rencor y la culpa tomarán posesión de los mellizos desarrollando la corruptibilidad de la mente humana y la negrura de ésta. La parcela de la villa, oculta entre abedules, será el escenario de la perfecta tortura emocional.
Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) ha escrito su mejor novela. Sin más. Antes ya escribió La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra, 2009) y Moravia. Su novela Subsuelo acaba de recibir el Premio Hammet de la Semana Negra de Gijón 2016 entre otros muchos reconocimientos. En su narrativa es tema central el cómo un momento, un capricho del azar, puede romper la vida de una persona y hacer que las cosas más oscuras de su mente salten por los aires. En esta obra, de un estilo narrativo arriesgado, utilizando un discurso indirecto en el que la voz del personaje se intercala con la visión del narrador en diversidad de ocasiones, su lectura resulta de lo más entretenida. De esas que gusto en denominar juguetonas por la variedad de registros que encuentras entre sus párrafos.
Editada por Salto de Página, quedo gratamente satisfecho con la labor del narrador haciendo de estas lecturas algo más curiosas, y de cómo a través de su discurso, sientes la pesadumbre de sus personajes de una forma visceral, cercana y creíble. E incluso temor. Temor a cómo la mente de alguien pueda albergar tal cantidad de malicia como ocurre dentro de Subsuelo.
El título me gusta. Es directo. Intenso, como la historia. Hace referencia a esas raíces que se ocultan en lo más profundo de cada uno, que, producto de un instante, emergen mostrando su identidad. Metafórica y físicamente, las hormigas juegan ese papel en la novela, surgiendo en los momentos —esos instantes— que marcan lo más profundo y oscuro del alma humana.
La identificación con los personajes, sus vidas cotidianas y sus profundos sentimientos, son las bazas fuertes que ha creado Luján para su novela. Si a eso le añades una historia negra escrita con gusto y elegancia y una marcada personalidad en su estilo narrativo, tienes un magnífico libro para pasar un fin de semana —eso se tarda en leer— cobijado bajo la sombra de los abedules o sentado junto a la piscina.