Antes de empezar os voy a decir una cosa: me encanta que los años vayan pasando y que la tecnología progrese. Es verdad, me gusta el avance y todas las facilidades que nos da la tecnología hoy en día. Y no solo en lo referente a poder utilizar un ordenador o un móvil como una herramienta de trabajo más; también por todos los adelantos médicos que esto supone, la alegría de pulsar un botón y tener a un ser querido a unos centímetros de ti, la serenidad que produce saber que tienes tanta información al alcance de tu mano…
Le he estado dando vueltas y creo que yo he nacido en la época adecuada. Me gusta esta generación y me gustan todos estos progresos. Pero me he dado cuenta de que hay una cosa que echo muchísimo de menos y cuyo destino está próximo a desaparecer: las cartas. Aunque soy joven puedo presumir de haber mandado muchísimas cartas. Ahora me río, porque recuerdo obligar a mis amigos del pueblo a escribirme durante el año para que me pusieran al día. Vaya tontería más grande teniendo en cuenta que por entonces usábamos el Messenger. Pero yo lo intentaba. Y llegaba Navidad y me volvía loca escribiendo felicitaciones para todos mis amigos y familiares. Incluso se las mandaba a mis compañeros de clase… ¡a sus casas! Seré una romántica, puede ser. Pero era algo que a mí me encantaba.
Así que cuando empecé a leer Bajo nuestros pies y vi que toda la novela se estructuraba en una serie de cartas, ¡no pude alegrarme más! Claro que está basada en el año 1921 y eso entonces era más factible… El caso es que lo importante aquí es el hecho de que el protagonista de esta historia, John D. Lindgren, va a conocer una historia escalofriante y sobrenatural de la mano de las cartas que su mentor, el profesor Kleinman, escribió un tiempo atrás.
Todo empieza cuando al profesor Kleinman le llega una carta muy misteriosa que contiene una oferta más que jugosa. Él sabe que no debería aceptar, porque eso supondría poner en juego muchas cosas, pero también sabe que es una persona curiosa por naturaleza y que quien le manda esa carta lo sabe. Después de tener la miel en los labios, el profesor no se puede resistir y acepta dicha oferta. A partir de ahí, todo empieza a convertirse en caos y en horror.
Kleinman irá dejando cartas a través de las cuales contará toda la historia y todo lo que le está ocurriendo. Después, esas cartas llegarán a su alumno, quien nos las leerá y nos contará sus impresiones.
Por lo tanto, aquí tenemos dos historias paralelas: la que nos cuentan las propias cartas y también la que nos cuenta la persona que las lee. Es una estructura maravillosa que me recuerda muchísimo a Drácula, por esa forma epistolar. Es un recurso literario que me gusta especialmente, por dos motivos fundamentales: el primero, porque se conoce de primera mano la historia de quien está escribiendo las misivas. Al escribirlas en primera persona, llegamos a conocerle en profundidad y saber la historia real sin que haya un interlocutor o narrador que la distorsione. Y, el segundo (este es el más importante), porque me encanta la angustia que genera en la persona que está leyendo las cartas. Esa angustia se debe básicamente a que el lector sabe que todas esas cosas han pasado en realidad y, lo peor de todo, que no puede hacer nada para cambiarlas. Así que se crea una especie de ambiente agobiante en el que el lector no puede evitar mostrar desasosiego y tristeza por saber que no puede hacer nada por ayudar al que escribe las cartas.
Y en esta historia, en este libro escrito por Francisco Javier Olmedo Vázquez, esa angustia todavía es mayor si cabe porque lo sobrenatural cobra un papel importante en la trama a medida que esta va avanzando. Así que, lo que empieza siendo una historia de misterio que genera curiosidad al lector, se convierte en una novela de terror.
Tengo que decir que a mí me ha divertido muchísimo leer este libro, porque no sabía qué me iba a encontrar cuando pasara a la siguiente página. La historia va dando vueltas y uno ya no sabe qué esperar. Creo que es exactamente lo que le pasa al protagonista, al alumno del que escribe las cartas, que sigue leyéndolas sin saber qué es lo que va a pasar en la siguiente. Me imagino que en su mente se fraguarán cientos de teorías a medida que las hojas van avanzando (exactamente igual que me pasó a mí) y también me imagino su sorpresa al saber la verdadera historia.
Bajo nuestros pies es eso: sorpresa. Francisco Javier Olmedo Vázquez mantiene la tensión durante toda la obra resolviendo el misterio en el momento exacto, generando angustia en el lector. Todo ello acompañado por una forma de escribir muy cuidada y elaborada, notándose las horas invertidas en ella. Eso también me ha gustado, claro. Y, aunque cuando estamos leyendo las cartas no exista un narrador externo que nos hable sobre la personalidad de quien las escribe, a través de su puño y letra podemos conocerle lo suficiente como para empatizar con él. Mediante esas cartas conseguimos saber más cosas del profesor: su personalidad, sus miedos, sus impresiones. Por lo que un narrador externo se convierte en innecesario. Sin duda, un muy buen trabajo el que ha llevado a cabo este escritor.
No sé si él habrá mandado muchas cartas en su vida (espero que sí) pero con este libro ha completado el cupo que todos deberíamos alcanzar a lo largo de nuestras vidas. Yo creo que a mí me queda todavía un buen trecho para llegar hasta él, así que si me disculpáis, voy a cerrar ahora mismo el ordenador, voy a coger un papel y un boli y voy a ver cómo era eso de empezar escribiendo “Querido…”.