Reseña del libro: “21 días: levántate siempre e ¡intenta ser feliz!”, de Silvia Vecchini y Sualzo
Algunos vínculos forjados en la infancia son tan fuertes que resultan imposibles de romper aunque medien el tiempo y la distancia. Ahora las redes sociales hacen más complicado perdernos de vista, pero antes era de lo más habitual: nuestras amistades de verano retornaban a sus ciudades, nuestros compinches del colegio se mudaban, sus padres y madres cambiaban de trabajo y todo lo que nos quedaba en el mejor de los casos era una dirección postal, unas señas a las que enviar botellas de náufrago una vez al mes. Sin embargo, si conseguíamos mantener el contacto o si la familia regresaba al siguiente verano, a la siguiente recolección, a lo que fuera, aquel vínculo irrompible se retomaba como si nada hubiera pasado.
A Lisa, la protagonista adolescente de 21 días: levántate siempre e ¡intenta ser feliz!, le ocurre algo parecido. Su mejor amigo, Ale, vuelve a su vida después de haberse marchado apresuradamente unos años antes, cuando ambos eran unos niños. Ella continúa en el mismo pueblo, yendo a clase de kárate y trabajando en el kiosco del camping del que se encarga su madre, un lugar privilegiado para poder contarnos las historias particulares de ese microcosmos veraniego. Entre ellas, la de un loco que se pasea de acá para allá anunciando el fin del mundo para el 15 de agosto (el “ferragosto” italiano), el insólito avistamiento de un corzo y una misteriosa intriga sobre cadáveres que pasa de turista en turista.
Tras un tenso primer momento, Lisa y Ale retoman su amistad donde la habían dejado, e incluso retoman el proyecto que dejaron a medias cuando él se marchó: construir una balsa para navegar con ella en el lago. Mientras la reconstruyen, sin embargo, descubrirán que no va a ser tan sencillo volver al punto en el que sus caminos se separaron, y que para ello cada uno tendrá que hacer frente a sus propios fantasmas del pasado. Eso sí, al menos contarán con el kárate y sus preceptos de vida para guiar su camino.
No suelo leer novela gráfica y menos para adolescentes, pero he terminado encantado con la experiencia. En las poco más de 200 páginas de 21 días cabe de todo. Por raro que parezca en un pueblo de veraneo, vertebrar el relato a través de las enseñanzas del kárate le da un punto original y logra desde el principio que el libro pierda el aire de “otro amor infantil de verano”. Su punto fuerte, además, es que 21 días logra acercarse a la intensidad adolescente sin caer en lo melodramático, algo que se reafirma por la seriedad de temas tan sensibles como el suicidio y la depresión, que van apareciendo para acompañar la historia entre los dos chicos y se tratan con delicadeza pero sin tapujos. Lisa y Ale son hijos de familias imperfectas, con padres en problemas para los que no hay una solución mágica y heroica sino mucho diálogo y comprensión.
El dibujo de Sualzo es limpio, redondeado sin ser ñoño. Los tonos apagados, la tendencia a los fondos ocres y sin brillo le van bien al drama y nos recuerdan que estamos lejos de la playa. El guion de Vecchini reafirma esta sensación de tránsito hacia la edad adulta sin dejar de tener puntos divertidos pero ya alejado de lo puramente infantil.
En definitiva, 21 días me ha traído una experiencia de lectura interesante… y toneladas de nostalgia, cómo no. Quién pudiera regresar a los quince años, aunque fuera con los problemas de Lisa y Ale, y revivir el penúltimo verano de la infancia.