Reseña del libro “2100: Una historia del futuro”, de Borja Fernández Zurrón
2100: Una historia del futuro es un estudio prospectivo, es decir, que trata de dar una visión plausible de las macrotendencias del futuro de nuestro planeta y comprender las revoluciones que están por llegar a 75 años vista, es decir, para el 2100 (ya que más allá no se pueden realizar análisis con el debido rigor), utilizando para ello la información que hemos recogido del pasado y de la que tenemos hoy día disponible gracias a dos disciplinas: la historia y la geopolítica.
Su autor, Borja Fernández Zurrón, responsable de los conocidos canales de Youtube Memorias de pez y Memorias de tiburón, nos desglosa en este libro su punto de vista de la actualidad y sus predicciones para el futuro, en un estilo que recuerda al del coronel Pedro Baños en La encrucijada mundial, pero con una prosa más accesible y amena (pero no por ello menos didáctica y bien documentada, aunque a veces tiende a repetir párrafos y frases, lo que da una sensación de corta y pega), enfocada quizá a un público más joven.
Comienza 2100: Una historia del futuro mostrando un resumen cronológico del siglo XX, haciendo hincapié en cómo ha marcado el devenir de la humanidad: 1ª Guerra Mundial, el crac del 29, la 2ª Guerra Mundial, la Guerra Fría, las de Corea o Vietnam, la llegada del hombre a la Luna, la crisis del petróleo, la caída del muro de Berlín, la guerra del Golfo, la desaparición de la URSS, la creación de la Unión Europea, la guerra de los Balcanes y el boom de la tecnología al final del mismo, con la creación de internet.
Luego nos disecciona las grandes potencias del siglo XXI, y la pugna por la supremacía mundial (que, recordemos, ahora es por motivos económicos y no ideológicos, como en el siglo anterior): China, el país destinado a convertirse en hegemónico con sus estrategias la Nueva Ruta de la Seda ―una red de transporte ferroviario que la conectará con Europa en 16 días― o la iniciativa One Belt, One Road, con la construcción de infraestructuras (carreteras, puertos, oleoductos, ferrocarriles…) que le darán independencia energética y salida abierta a sus mercancías a todo el mundo, o los acuerdos firmados de cooperación con multitud de países africanos, o con Bielorrusia y Portugal, por ejemplo; India, con su importantísima apuesta en el sector tecnológico (la industria de IT); Estados Unidos, el viejo gigante, con 9 de las 10 mayores empresas cotizadas del mundo y 7 de las 10 marcas más valoradas, la mayor productora de minerales, aunque con el hándicap de tener menor población que las dos anteriores, estar muy polarizada políticamente, y con el riesgo de una hipotética caída en la demanda del dólar o el fin de su hegemonía militar o tecnológica. Con todo, haría falta un cataclismo para que perdiera su hegemonía mundial antes de 2050; la Unión Europea, el mayor mercado común del mundo, pero también el más envejecido y con un peligroso aumento de los nacionalismos; África, vergel de materias primas, pero el país más pobre del mundo y el más tensionado por los terrorismos y guerras cebadas en su mayor parte por los intereses colonialistas de terceros países. Su despegue futuro pasará por aumentar la población y su índice de alfabetización, la creación de un mercado y una divisa común y la inversión china.
Pero el autor, a pesar de muchos puntos de vistas contrarios, tiene una visión optimista del futuro, ya que, según él, se estima la llegada a su techo de la población mundial entre 2085 y 2100, situándose entre los 10.500 y los 12.000 millones de personas, lo que, unido al aumento de la alfabetización, economía y tecnología, al avance sustancial en la transición energética hacia un mundo 100% sostenible (que parece que podrá completarse para el 2050 en las economías desarrolladas y antes de final de siglo en todo el mundo), abre un futuro esperanzador para el desarrollo de la humanidad. Además, los indicadores macros nos dicen que el mundo nunca había sido un sitio tan seguro como ahora, ni las personas nunca antes habían vivido tan conectadas y en paz, a pesar de que conflictos como el de Rusia y Ucrania parezcan indicar lo contrario, pero son la excepción y no la norma, debido al efecto disuasorio del armamento nuclear.
Aunque ésta es una arma de doble filo (nunca mejor dicho): este armamento también puede destruir toda la vida en la Tierra, y todo puede desencadenarse por un infortunio o un mero accidente. Y mantener una población en ese pico plausible de 11.000 millones supondrá un esfuerzo ingente. Además, quedan otros muchos retos y luchas: por controlar las cadenas estratégicas de suministros (materias primas, tierras raras, superconductores…), por la transición ecológica, por la escasez del agua, por colonizar el metaverso y rentabilizar las blockchain y las criptomonedas, por implantar la IA (que pueden volverse una amenaza cuando alcancen un elevado nivel de autonomía, inteligencia y autorreplicación sin tener que tirar de estereotipos de sci-fi, si no por meros hackeos de ciberterroristas), y por conseguir acceso a los bancos de datos que las alimentan, o por hacerse con los cúbits, las unidades de información de los ordenadores cuánticos.
En resumen, los peligros son grandes, pero tanto o más son las posibilidades que se abren ante nuestro futuro. Está en nosotros aprovecharlas.