Maller contempla este anfiteatro en el que va a representar su papel, en el que va a lanzar su máquina revolucionaria ante un público inmenso, dispuesto a aclamarle si triunfa. A la derecha, el puente Dunlop lanza por encima de la pista su colosal medio neumático, el Arco del Triunfo del automovilismo.
Los valientes y los locos a veces se dan la mano, y este 24 horas en Le Mans que orgullosamente edita Macadán Libros es un ejemplo de ello. Hay que echarle arrestos para rescatar una novela que cumple 60 años y que ni siquiera en su Francia natal es fácil de encontrar en la actualidad. Hay que estar un poco loco también para traer a la atiborrada mesa de novedades en castellano una novela sobre las 24 Horas, una prueba casi desconocida en nuestro entorno, y para hacerlo por todo lo alto, con una edición muy cuidada y un diseño con aire vintage y buen gusto que entra por los ojos. Claro que Jean Albert Grégoire, el autor, también fue un valiente loco en su tiempo, un ingeniero visionario que trató de innovar en la construcción de coches con tracción delantera, que se embarcó en el coche eléctrico y en vehículos de gas y que, no contento con ello, escribía sobre historia del motor y era novelista de cierto éxito.
24 horas en Le Mans, quizá su obra más conocida, narra la imaginaria participación en la prueba de 1954 del equipo Maller y su coche de turbina de gas. La presentación de este revolucionario pero peligroso prototipo se antoja como la última oportunidad para que el fundador de la escudería y todavía director, el propio Auguste Maller, salve el futuro de su negocio. Para ello, confía los mandos del bólido a un veterano escéptico y miedoso, Emile Dumont, y a un joven vendedor caído en desgracia, Roger Giraud. Este último se convertirá en el verdadero protagonista de la narración. Su épica conducción a lo largo de las 24 horas se intercala con su trágico romance con la bella Nicole, cuya mirada abismal será lo único capaz de apartar sus ojos de la carretera. A unas velocidades a las que dejar de mirar un segundo puede significar la muerte…
En la línea de otros libros de aventuras y motor de la época, o un poco posteriores, el texto me ha recordado especialmente a Meteoro (ojo, a los dibujos animados, porque a la película de los Wachowski no se parece en nada). Tanto Maller como Giraud son dos cenicientas que ahuyentan sus problemas dando gas pero fuera del circuito son tan poco héroes como cualquiera. Valientes o locos, de nuevo. A su alrededor se despliega todo un entramado de relaciones sociales y comerciales, y creo que Grégoire acierta a retratar una gran cantidad de personajes un poco arquetípicos pero muy variados. Un montón de detalles de la carrera y una descripción muy clara del circuito curva a curva hacen que por momentos el lector piense que huele de verdad a gasolina en el salón de casa.
Eso sí, hay que reconocer para ser honestos que el texto tiene sus tachas. Supongo que en consonancia con el momento en el que lo escribió Grégoire, el papel que reserva a la mujer, reducida a una caprichosa secundaria, es bastante discutible. Las pasiones arrebatadoras que envuelven a los personajes son exageradas, muy de folletín, y se puede entrever cierto simplismo a la hora de reflexionar sobre ciertas cuestiones más allá del asfalto, como la deriva de la empresa francesa, sobre la que habla en un par de ocasiones.
Sin embargo, para los aficionados a las carreras el libro tiene bastante valor (o a mí me lo ha parecido) como testimonio de una época. Ahora que la tecnología hace más fácil que nunca subir a un coche de carreras sin moverse del sofá, es cuando se puede apreciar más el esfuerzo de Grégoire por describir el ambiente de las tribunas, los entresijos de un mundo más accesible, menos profesionalizado que en la actualidad. Además, el apartado mecánico está cubierto de sobra por la erudición del autor que se entretiene en sus aspectos técnicos en varias ocasiones. No en vano, el prototipo en el que se inspiró era su creación, el SOCEMA-Grégoire, un coche que tomaba elementos de la aviación pero que tenía verdaderos problemas con los frenos y que nunca llegó a debutar.
En su lugar nos ha quedado este 24 horas en Le Mans, donde, como decía al principio, los locos y los valientes se dan la mano. Lo que está claro es que cuando pasan delante a casi 300 kilómetros por hora y sus andanzas están tan bellamente editadas, merecen un aplauso.