32 colmillos, de David Wellington
Estoy desolado. Abatido. Tristérrimo. Sólo ante el abismo. ¿Qué voy a hacer ahora? ¡¿Qué voy a hacer?! ¿Dónde voy a encontrar vampiros terribles y despiadados, vampiros que no se enamoren de humanos y cuya única preocupación sea satisfacer su necesidad de sangre, en definitiva…¡vampiros de verdad!? Ayer acabé 32 colmillos, la quinta y última parte de los Vampire Tales de Wellington, y me dio mucha pena despedirme de sus protagonistas. Es muy duro decir adiós a Laura Caxton, que tan buenos ratos nos ha hecho pasar. A pesar de ser ruda y poco dada a la emotividad, es una gran cazavampiros, dispuesta a sacrificar a humanos inocentes, incluso allegados a ella, para librar a la humanidad de esa plaga que son los vampiros. Duele saber que no vas a volver a saber de su novia Clara, que tan mal lo ha pasado. Ni de Glauer, Urie Polder, o el marshall Fetlock… No, al marshall Fetlock no me pesa no volver a verle, que le den.
Debo sobreponerme, debo sobreponerme…
¿Quién me iba a decir cuando allá por agosto del 2010 comenzaba a leer 13 balas que iba a engancharme tanto y que iba a esperar con ansiedad el siguiente libro? ¿Que estaba a punto de entrar en un mundo con personajes bien construidos, creíbles y con una evolución tan bien desarrollada a lo largo de toda la saga? Nadie lo hizo.
En 32 colmillos han pasado dos años desde los sucesos narrados en 23 horas, y Laura lleva ese tiempo escondida y considerada fugitiva de la justicia. Ni Clara ni Glauer tienen idea de donde puede esconderse y ahora, tras tener pistas concluyentes de la supervivencia de la malvada Justinia (a veces aparece, imagino que por obra de Word, como Justicia) , necesitan más que nunca su ayuda.
Como viene siendo habitual, Wellington nos cuenta la trama principal y la va aderezando con flashbacks. ¡Y qué flashbacks! Me ha encantado conocer la historia de Justinia, la vampira más malvada, perversa y terrorífica que he conocido hasta ahora. Cruel hasta la médula, descubriremos cómo fue creada, cómo aprendió sus “trucos”, quién la ayudó, cómo piensa, cómo elabora sus planes y cómo desde siempre ha sido más mala que un veneno.
Como siempre, también asistiremos a acción sanguinaria desde el principio, a momentos de tensión, a luchas entre medio muertos y vivos, a desmembramientos, amputaciones, decapitaciones y a querer saber qué va a pasar a continuación, a la incapacidad de abandonar la lectura porque el tiempo que pase hasta que vuelvas a coger el libro se hace eterno
Pero además, y esto es algo también típico de David Wellington, entenderemos las tácticas y estrategias de uno y otro bando. Los planes minuciosamente orquestados de Laura, las maquinaciones a larguísimo plazo de Justinia y cómo todas las piezas van encajando como en un puzzle.
No obstante, hay algo que en principio rechina un poco, y que en menor medida ya se daba en 13 balas, como es la inclusión de la hechicería o wicca (llámese como más guste) y los brujetos en éste desenlace. Pero si somos capaces de superar esa parte, la lectura es muy agradecida y se disfruta de lo lindo.
En resumen, 32 colmillos es un broche de oro, un punto y final más que digno a toda una saga, que, en un principio iba a ser un relato corto de 4000 palabras, pero que se ha convertido en una obra clave e indispensable para cualquier aficionado al género vampírico del bueno. Una saga que no puede faltar en tu casa.
Y sigo con mi duda y congoja inicial: ¿quién alimentará ahora mi espíritu lector? ¿Quién llenará mi vació? ¡Wellington: invéntate algo. Saca un sexto libro de chupasangres. Aunque sea mentira, aunque no tengas intención de hacerlo, aunque sólo sea un rumor para mantener la esperanza…!