Si no hubiera leído todos los libros de Moehringer probablemente podría asegurar que es de ese tipo de autores que sabe meterse magistralmente en la piel de los demás y, cosas que pasan, normalmente cuando nos encontramos con escritores así no podemos evitar pensar en que esa facultad, la de ser tan bien otros, les impide saber hacerlo igual de bien consigo mismos. ¿Cuál es el problema aquí? Eso, que he leído todos sus libros. Y claro, te encuentras con El bar de las grandes esperanzas y te calla la boca. Vale que podemos entrar en eso de que todos somos desdoblamientos de nosotros mismos, que ha podido usar el recurso de utilizarse como un otro… Pero no. Es bueno y punto, y ahora lo demuestra una vez más con la historia del que seguramente sea el ladrón más famoso de Estados Unidos, el ladrón perfecto, el ladrón que, como se lee en la cubierta del libro, «nunca disparó una bala»: William Francis Sutton Junior, más conocido como Willie Sutton. Y el libro: A plena luz, de J.R. Moehringer, publicado por Duomo en traducción de Juanjo Estrella.
Nada más abrir el libro nos encontramos con un Sutton de 68 años saliendo de la cárcel. Es el día de Nochebuena de 1969, hay muchos periodistas congregados a las puertas de la prisión (momento para que Moehringer, ya bien pronto, empiece a mandar puyas a sus colegas de profesión), y Sutton está a punto de salir después de diecisiete años entre rejas. Lógicamente, no será la primera vez que Sutton esté en la cárcel. Pero, ¿será la última?
Nada más salir, con una visible cojera fruto de palizas, disparos y huidas, a Sutton se le comunica, siendo una estrella como es para una gran mayoría de estadounidenses, que tiene una exclusiva con cierto medio del país para pasar el día de Navidad junto a un periodista y un fotógrafo recorriendo los lugares ya míticos de su vida. No podrá hacer nada hasta que pase ese día. Solo encerrarse en la habitación de un hotel. Sutton acepta.
Será a partir de este momento cuando Sutton empezará a recordar y nosotros, con solo un día como espacio de tiempo, recorreremos toda una vida. La suya. Subido al coche del periódico, siguiendo el mapa que él mismo ha trazado a boli, lo conoceremos todo. Pero lo conoceremos todo desde la memoria de alguien que ha vivido las máximas reclusiones, las mayores palizas; una memoria distorsionada, que a veces agranda, que a veces reduce, que siempre está creando. Y en ese proceso de creación de una vida es donde nosotros entramos. Para entenderle o no, para quererle o no, para odiarle o no. En definitiva, para creernos lo que queramos, sin necesidad de juzgar. Sobre esto se puede leer algo dentro del libro, cuando se dice que: «Sutton vivió tres vidas separadas. La que recordaba, la que contaba a la gente y la que ocurrió en realidad». ¿Cuál conoceremos nosotros? La que tú elijas conocer.
Desde su primer y gran amor, sus años de infancia en un barrio pobre irlandés de Brooklyn, la relación con sus padres y su abuelo, sus amigos, sus primeras huidas, sus primeros robos, sus primeras detenciones, hasta los grandes escándalos, los grandes robos, las grandes huidas. Todo con los Estados Unidos de mediados de siglo como telón de fondo: la ley seca, la(s) crisis, el desempleo, el nulo futuro para los jóvenes de origen humilde, el rodillo del capitalismo…
Leeremos de las palizas que la policía le propinó, de los magistrales métodos de robo (ríete de La Casa de Papel), de las malas (y buenas) amistades, de los años en la cárcel siempre pensando en la mejor forma de huir. Años en total reclusión, a oscuras y sin hablar con nadie, en los que solo pasajes de la Biblia aprendidos de memoria lo salvaron; días calculando la forma mejor de entrar en un banco, robar lo máximo posible y no hacer daño a nadie. Todo esto es Sutton, y mucho más, explicado en cerca de 500 páginas.
Para acabar, comentar algo que siempre me pasa con Moehringer y que ya no recordaba. Quizá a alguien por aquí le pase lo mismo. Hablo de esa sensación que tienes cuando lees cualquiera de sus libros de que por no ser norteamericano no acabas de entender al completo lo que te quiere contar. Es toda su escritura tan de allí, con esas referencias, esa forma de hablar, esas actitudes, jergas, chistes y guiños, que te da rabia no poder formar parte de ello. Y no es cosa de leerlo en lengua original o no. Es cosa de ser de allí. Pues en este A plena luz, que yo lo definiría como un homenaje a Sutton que acaba convirtiéndose en un homenaje al “otro” Estados Unidos (al pobre, al mestizo, al multicultural…), todavía lo he sentido más. Pero es que nada puede ser perfecto, aunque, la verdad, las novelas de Moehringer casi lo sean. Qué bien le queda ese adjetivo que se lee en alguna de las citas que acompañan al libro: «magnético», esa es la palabra.