Situémonos en 1986, es verano y alguien nos va a contar la historia de una familia, los Belitre. De ese alguien que se erige como narrador solo sabemos que es amigo de uno de los hijos de la familia, que estudiaron juntos de pequeños y que luego formaron una banda de música. No sabremos su nombre y a lo largo de la narración poca información nos da sobre sí mismo. Pero habla y sabe hablar mucho. De esa familia sabemos que está formada por seis hijos, que comprenden edades de los 9 a los 28 años, por los padres, Félix y Paula, el hermano de Félix, Alejandro, y los abuelos por parte de padre, Abelardo y Alma. Nosotros seremos uno más de los Belitre por el espacio de tiempo que a cada uno de nosotros nos puedan ocupar 236 páginas. Estas 236 páginas son las que conforman la primera novela que Anagrama publicó de David Trueba: Abierto toda la noche. Lleva ya trece ediciones y ahora llega como un miembro más de la Biblioteca David Trueba.
Para empezar decir que el título, para quien desconozca el dato, hace referencia al hogar y a esa frase del escritor Ambrose Bierce que dice que «El hogar es el único sitio abierto toda la noche». Y, como no podía ser de otra manera, es toda una declaración de intenciones. Los Belitre (más concretamente la abuela) heredan un palacete en Madrid y deciden usarlo en sus vacaciones de verano. Los abuelos se quedan cerca, en su casa, pero no van. Hagamos una descripción rápida de la familia: La abuela Alma ha decidido, por voluntad propia, que el tiempo que le queda quiere pasarlo tumbada en su cama. Tiene un pasado muy bohemio repleto de anécdotas que mezclan literatura con personajes ya míticos pero reales. El abuelo, Abelardo, se cree capaz de hablar con Dios, no entiende que nadie le crea y encuentra su salvación en dos jóvenes ingleses que se presentan un día en su casa como testigos de Jehová. A partir de ese momento se da cuenta de que su misión debe ser abrir los ojos de la sociedad hacia Dios. Liándola mucho, claro. Félix es un padre sobrepasado, siente que necesita que por alguna vez en su vida alguien no lo vea como padre sino como persona y hace cosas, no muy bien vistas por nadie, para conseguir escapar de ese recluso destino. Paula es una madre total, tiene que lidiar con todo y más, aguanta lo inaguantable y lucha por siempre mantener el orden en una casa formada de altibajos. Paula es ese mediocentro defensivo que parece que nunca se note en un equipo pero que cuando lo quitas llega una derrota tras otra. Y empieza la retahíla de hijos: el mayor es Félix, o Felisín, de 28 años. Llega con una novia francesa, ya su mujer porque se han casado repentina e inconscientemente, e intenta volver a ser parte de una familia cuando ya se le ha pasado la edad de serlo. A Félix todo se le escapará. El siguiente es Basilio, de 22 años. Tiene la cara llena de granos que supuran, da asco a la gente a la que se acerca y eso le hace que cada vez se aleje más de todo. Contrata a un psicoterapeuta (muy especial y bien vestido, a pesar del calor del verano en Madrid) para que le trate, y este acaba siendo parte de la familia (aunque siempre duerma en su tienda de campaña plantada en el jardín). Basilio es el mayor y mejor personaje tragicómico de la novela. Le sigue Nacho, de 20 años, el ligón de la familia. Cuando leemos mantiene encuentros con Aurora, de 30 años, quien se obsesiona con él, divergiendo cada vez más de lo que él siente por ella. Ya veréis lo que pasa al final. Después está Gaspar, de 14 años, el favorito de la abuela porque quiere ser escritor. Se enamora, al igual que Nacho, de la chica que cuida a su abuela (Sara) y eso provocará divertidas (y no) consecuencias. Seguimos con Matías, el hijo más especial. Sufre lo que se llama en la novela el síndrome de Latimer, que viene a ser algo así como adoptar la figura de alguien cercano, en su caso la de su padre. A medida que avanza la historia es posible que te des cuenta de que en definitiva lo que hace es suplantar a quien parece no estar, o a quien no está. Al ser su padre tendrá cosas extrañas con su madre. Cosas malas. No quiero destriparlo. Y por último Lucas, de 9 años, el más incordio de todos. Llegan hasta tal punto de histeria con él que deciden que lo mejor es ponerle una especie de bozal que solo le quitan para comer. Lo más extraño de todo es que encima le sirve y él lo sabe y reconoce.
Y después de este engranaje de personajes, ¿qué más cuento? Pues creo que nada, porque la gracia de Abierto toda la noche no está tanto en el argumento en sí sino en cómo esta serie de personas (más que personajes) se mezclan y se evitan, chocan y se separan, huyen y se encuentran, viven y mueren. Esta era la última novela que me faltaba por leer de David Trueba (en su caso, la primera que escribió; y no la mejor) y ahora tengo miedo de no encontrar más a nadie en las librerías que me sepa explicar tan bien cómo pueden llegar a ser por dentro las personas. Leed todo de Trueba. Os conoceréis mejor. Mucho mejor.