¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?, de Steven Tyler

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?«Tengo muchas salvajadas que contar, demasiadas, y voy a contarlas sin paños calientes. Relatos atronadores de lujuria, droga y desenfreno, de trascendencia y toxicomanía que saciarán todo vuestro apetito por la truculencia».

A ver cómo me atrevo a comentar las memorias de Steven Tyler si ya te mete esta confesión por la boca en la solapa de la sobrecubierta. De primeras, ¡qué tipo más auténtico es Steven Tyler! Uno de esos tipos con los que no te aburres. Nunca. Jamás. Y te lo debes pasar muy pero que muy bien. Bueno, si le aguantas el ritmo.

Las biografías de los rockeros, ya sea Jim Morrison, Richie Blackmore, Axl Rose o cualesquiera pelanas con billete, solo de ida, para el lado salvaje de la vida y que ha hecho que féminas por doquier mojen sus bragas y muchos, cuando éramos adolescentes, hubiésemos intentado aporrear sus riffs de guitarra, suelen ser, por norma general, una copia entre sí. Puede haber más sustancias tóxicas, más enanos repartiendo rayas de coca o una tía con tres tetas, pero poco más allá de lo que suele ser la vida de una estrella del rock en potencia. En ¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?, las memorias que narra con maestría Steven Tyler, deja todas esas poses confesadas de rockstar con intenciones de literatura obscena en cuentos de cuna para colegialas. Todo escrito con descaro, sinceridad y poesía por, permíteme expresarlo de este modo, el pene más lascivo y testarudo, la lengua viperina erótica y de mejor retórica, el genio más excéntrico y lujurioso y el espíritu atormentado y tóxico que ha dado el rock and roll americano, Steven Tyler. Él, el demonio aullador de la mejor jodida banda de Estados Unidos, Aerosmith, y su poético-vicioso-caótico verbo.

Conocí la música de Aerosmith cuando en la MTV, la que molaba, ponían el vídeo de «Cryin’». Flipé al ver cómo Alicia Silverstone se lanzaba por el puente quedando colgada por un cable enganchado al piercing de su ombligo. Eran los años 90 y se podría decir que me había perdido un viaje previo más que interesante de la trayectoria anterior de la banda. Puede que mis padres decidieran tenerme más tarde, obrando según un minucioso plan maestro de evitar que mi persona se viera corrompida (y lo habría hecho) por el pervertido estilo de vida de la banda y caer así en ese depravado pozo de la decadencia alada de los de Boston. Me perdí una buena época, desde luego. Pero nunca es tarde para que su protagonista me haga partícipe de ella.

Después de leer las confesiones de Steven Tyler he conseguido conocer muy de cerca todas esas ilusiones rotas y otras logradas de unos chicos que soñaban con ser los más grandes, y cómo el camino que emprendieron se les torcía una y otra vez, sobre todo a él, Tyler, viviendo en una continua noria que no dejaba de girar y agitarse a toda velocidad. Sí, me ha confirmado que aquélla fue una buena época. Una buena época en la que reunirse de gente como Jimmy Page, montárselo con la locutora de radio en plena emisión, presentarse desnudo frente a la puerta de Joan Jett para tirarle los tejos o mear al lado de Paul McCartney «Me gusta vuestra música, me dijo. Desde entonces no he vuelto a mear recto», era el pan nuestro de cada día.

El chico que se criara en los bosques de Sunapee, que escuchara todo el blues que podía permitirse, y no era poco, que se vestía con los trapitos que diseñaba una amiga para parecerse a sus admirados Rolling Stones y que escribió una de las mejores jodidas canciones de la historia del rock, «Dream On».

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera? Solo a un cachondo como el cantante creador del aullido del demonio se le ocurriría un título así. Una edición muy cuidada por Malpaso, en tapa dura impresa y sobrecubierta con diferente portada y fotografías en pliegos interiores y un gran trabajo de traducción por un viejo lobo de mar en esto del rock, Ignacio Juliá, curtido en las idas y venidas de muchos rockeros. En cuanto a estilo narrativo, mucha poesía y gusto literario en el que Steven Tyler me ha fascinado en su modo de relatar su vida tóxica. No falta detalle. Pero más aún, la vida de un hombre sumamente sensible del modo más auténtico que se puede llegar a ser. Un hombre enamoradizo y salido a partes iguales, pero siempre sincero, siempre descarado. Un amante y padre de tres hijas y un hijo a quienes adora. Una víctima muchas veces de los excesos que la banda le exigía y un obstinado detallista por dar el 100%. Hay grandes momentos en el libro donde se demuestra esa obsesión y que si eres un apasionado de la música y del proceso de creación, vas a  disfrutar mucho. Toma nota y después oído a la grabación de  «Nobody’s Fault». Me encantó.

Cuando lees las memorias de Tyler te das cuenta de cuán subestimado le tienen en su propio país. Quizás sean sus excentricidades y amaneramientos, vestirse con los pañuelos como Janis Joplin o desafinar cuando canta el himno nacional en los partidos de béisbol. Espera a leer y te darás cuenta del bagaje musical y literario que domina, de que no es oro todo lo que reluce en su vida personal y que el líder de Aerosmith, si algo tiene, además de ganas obsesivas por echar un polvo, es genialidad. Un jodido genio, eso me ha parecido leyendo su libro. Una historia que además de leerse se escucha, y de qué manera. He tomado nota de todas las canciones que germinaron el degenerado y sensible espíritu de Steven Tyler, de esas canciones que escuchas la aguja corriendo —y corriéndose— por los surcos de viejos vinilos de blues. El blues, tío, la jodida teta que amamantó al rock. La manzana que pervirtió a Eva haciéndola bailar con el diablo, Oh yeah, baby, te ves estupenda. El motor quejumbroso que da alas al sonido de Aerosmith. El blues, tío, porque en definitiva eso fue, es y siempre será el blues, el fermento de los lamentos del alma atormentada.

¿Te ha molestado el ruido? Eso es que vas por buen camino y no te imaginas aún el viaje que te espera. Por tanto, déjate llevar. Al final, todo se reduce a las canciones, al amor y también al desamor. Porque los cantantes escriben canciones de amor, sí, pero no se les permite enamorarse. ¿O puede que sí?

2 comentarios en «¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?, de Steven Tyler»

  1. “El pene más lascivo y testarudo”. Como te lea Paul Stanley… jajajaja

    ¡Muy buena reseña! Y es cierto… las mejores canciones de amor están compuestas por aquellos que no pueden enamorarse. Ya sabes, dream on.

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    • jajaja…Titánico duelo de pendones en esto del rock entre Steven Tyler y Paul Stanley. Miedo daría juntarles en una misma fiesta. Muchas gracias por el comentario. Disfruté mucho con las paranoias de este tío. Es de mis grupos favoritos y a veces, con confesiones tan poéticas y creativas (en algunos casos similares a las de cualquier rockstar, es cierto) pero contadas con tanto descaro, no hacía más que sacarme una sonrisa tras otra. Si te lo pillas, no dudes en ponerte de fondo los discos que va mencionando, ¡menudo viaje!

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