Adolf

Reseña del cómic “Adolf”, de Osamu Tezuka

adolf osamu tezuka

Durante La Segunda Guerra Mundial los estadounidenses fueron los reyes del mambo así como los salvadores del mundo. O eso nos hicieron creer mediante la eficaz y engrasada maquinaria de Hollywood. Si no te acercabas a un libro de historia, a la literatura o indagabas en un cine menos comercial, parecía como si esa guerra solo la hubieran librado dos naciones. Con el tiempo, y a través del propio séptimo arte, la balanza fue equilibrándose: Reino Unido resulta que también tuvo mucho que ver, así como La Unión Soviética o Francia. Y en el otro bando, países como Italia o Japón también contaban una historia. Con todo, la visión continuaba siendo muy Eurocentrista, y en general siempre desde un punto de vista occidental. Incluso grandes obras como El imperio del sol retrataban las vivencias del conflicto con la mirada ajena del británico que no entiende, aunque le fascina, aquella extraña cultura japonesa. Para entender mejor el conflicto había que ir a la fuente: indagar en productos de manufactura nipona para evitar tópicos y errores por desconocimiento. Aquí es donde entra la titánica obra de Osamu Tezuka titulada Adolf, un cómic, al estilo novela monumental, que abarca un periodo de tiempo que va desde el año 1936 al 1983. Una creación descomunal, en muchos aspectos, que Planeta Cómic reedita en una edición cofre de lujo que consta de dos tomos de más de 600 páginas cada uno.

Decir que Adolf es la historia de tres hombres llamados Adolf no es faltar a la verdad pero es quedarse muy, pero que muy corto. Si bien es cierto que se nos relatarán algunos de los momentos más celebres, así como los más delirantes, protagonizados por Adolf Hitler, el hombre que consiguió poner al mundo de rodillas no es ni de lejos el verdadero protagonista de esta historia. Lo interesante del manga que Osamu Tezuka publicaría allá por la década de los ochenta es que el protagonismo recae en los ciudadanos de a pie y en las tragedias del día a día de un mundo que se caía a pedazos. Muchos años después, todas esas tragedias son relatadas por un periodista llamado Sohei Toge. Pero el periplo en el que se embarca el reportero empieza durante los juegos olímpicos celebrados en Berlín en agosto de 1936. Mientras cubre el evento, Toge recibe la llamada de su hermano instándole a reunirse lo antes posible. Una llamada desesperada que por motivos laborales el periodista descuidará. El resultado es el asesinato de su hermano en circunstancias más que sospechosas. En escena entra el mcguffin que hará girar los engranajes hasta prácticamente el final: una partida de nacimiento que demostraría la ascendencia judía de Adolf Hitler. Tezuka tira de, leyenda urbana, mito o como se le quiera llamar para crear un nexo de unión que irá entrelazando personajes de ámbitos afines como opuestos. Y es que mientras Toge emprende la búsqueda frenética de los asesinos de su hermano, así como del documento que podría acabar con las políticas tiránicas de Hitler, dos Adolfs más se unen al elenco: Adolf Kauffmann y Adolf Kamil. Ambos afincados en Japón. El primero hijo de un diplomático alemán del partido nazi y de una japonesa. El segundo hijo de judíos. Dos niños amigos que no entienden lo que está ocurriendo ni porqué deben sentir odio el uno por el otro. Tezuka juega magistralmente sus cartas con estos dos personajes y los va haciendo evolucionar. A su vez relata de forma minuciosa, paso por paso, pero sin pararse más de lo necesario, todos los eventos clave para entender el conflicto. Resultan esclarecedores todos aquellos que afectaron a su país y que para los occidentales, a día de hoy, muchos todavía nos resultan desconocidos.

Como he dicho inicialmente este no es un manga de unos pocos personajes. Pues como una novela río, y a medida que la narración se encamina hacia la guerra más absoluta, van uniéndose pequeñas historias que a la postre formarán un todo titánico. Algunas voces del relato serán disidentes que se encargarán de proteger la partida de nacimiento de Hitler para que no caiga en manos del enemigo y la destruya. Detractores como la señorita Ogi, profesora perteneciente a un grupo de eruditos muy críticos con las políticas del gobierno Japonés, o Nikawa un policía en busca de la verdad. Pero si Tezuka es bueno creando personajes honestos y de buen corazón, es implacable a la hora de moldear cabronazos desalmados que convertirán en un infierno la vida de los demás. Algunos de ellos, así como sus acciones y crímenes de guerra ponen los pelos de punta. El oficial Lampe de la Gestapo se las hará pasar canutas a Toge en una cruzada que se convertirá para los dos en una venganza mutua. Pero lo que de verdad puede dejar al lector tocado no son los actos de maldad cometidos por seres abyectos, sino los cometidos por personas a las que creíamos buena gente pero que un fanatismo sin sentido o las circunstancias más jodidas los llevan a cometer actos abominables. Estas acciones execrables son dibujadas por Osamu Tezuka con todo lujo de detalles en algunas ocasiones, en otras decide crear metáforas visuales con la potencia de una bomba nuclear. Y es que desde las primeras páginas el apartado visual de Adolf se aleja de lo que normalmente veníamos viendo en la obra de Tezuka, de esos dibujitos cándidos que sin embargo, en ocasiones, contaban historias repletas de claroscuros. Esta vez Tezuka ofrece un dibujo más adulto, apenas unas pocas caricaturas que rebajarán la tensión dramática, y sobre todo una representación detallista de momentos clave de La Segunda Guerra Mundial, consiguiendo de esta manera grandes dosis de intensidad dramática. El conjunto final de Adolf, su monumental historia y su voracidad narrativa, la convierten en una obra maestra del género, en una de esas que hay que leer sí o sí por lo inolvidable de su mensaje.

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