La novela negra siempre ha sido uno de mis géneros favoritos para desconectar del día a día y, de paso, jugar a ser una detective –la primera profesión a la que me quise dedicar cuando apenas superaba el metro de altura–. Tengo cientos de recuerdos de mí misma devorando libros de Agatha Christie o Patricia Highsmith ya en mi más tierna infancia. Fueron de los primeros libros “serios” que leí. Luego, vendrían Conan Doyle, con su archiconocido Sherlock Holmes, y Raymond Chandler. El gran atractivo de estas novelas radica, además de en su temática, que gira, evidentemente, en torno a un crimen, en sus ambientes opresivos, sórdidos y violentos; en sus carismáticos investigadores; y en sus diálogos que le dan ritmo a la investigación. Aguacero, la primera novela de Luis Roso, cumple con todas estas características y me ha devuelto a esos veranos de emoción y tensión de mi infancia.
En Aguacero, nuestro protagonista, el inspector Ernesto Trevejo, deberá trasladarse por orden de su comisario a un pequeño pueblo de la sierra madrileña, Las Angustias, donde han muerto cuatro personas –dos guardiaciviles y el alcalde y su mujer– para ayudar a la Guardia Civil a desentrañar los crímenes. Ya allí, nos encontraremos con un pueblo desolado, sombrío y lleno de secretos. Esta novela tiene tres puntos claves que se corresponden con las características más importantes de la novela negra que decía en el párrafo anterior: el primero es la época en la que se desarrolla, los años 50 de una España en la que ya estaba del todo asentada la dictadura de Franco. Una España, por tanto, cerrada y monjil; que se vuelve aún más encorsetada y oscura en pueblos pequeños como el de la historia. Me ha encantado leer una novela ambientada en nuestro país, en una parte (negra) de nuestra historia –tan rica e interesante como la de cualquier otro país– mostrando cómo era la sociedad y la vida en esos años. Y si bien al reflejar la sociedad de esa época se hace un poco de crítica social, ésta es una pequeña parte del libro porque lo importante, el foco, sigue estando en el caso que se está investigando.
Otro punto a destacar, casi diría que el que más, son los diálogos. En Aguacero ocupan el 90 por ciento del libro y son brillantes. Dotan de ritmo a la narración y nos muestran en todo su esplendor a los distintos habitantes de Las Angustias que están involucrados en el caso. A pesar de que ocupan una buena parte del libro, van de la mano de unas descripciones breves pero precisas que arman un esqueleto sólido para aguantar con facilidad el peso de esta novela.
–Bogart también tiene un aire castellano –afirmó el ingeniero–. O por lo menos europeo. ¿No les resulta calcado a Albert Camus?
–¿A quién? –pregunté, por mí y por el resto de los presentes.
–Es un escritor francés –respondió el ingeniero–. Aunque me imagino que no lo habrán publicado todavía en España. Yo lo he leído en versión original. Es un existencialista. Quiere decir que está todo el día pensando en qué hacemos en este mundo y qué habrá en el más allá.
–Lo mismo que hacemos todos a diario, sin darnos tanto bombo –dije.
–Sí, supongo que sí. Los españoles sois un pueblo muy dado a la metafísica.
–¿Qué es eso, la metafísica? ¿Algún término de su lengua materna?
–Es usted muy ocurrente, inspector. No, la metafísica es la disciplina que estudia el origen del ser, de dónde venimos, adónde vamos, qué significa morir…
–Morir significa morir, se acabó lo que se daba, finito. Tampoco hay que graduarse en la Sorbona para saber eso.
–Ernesto Hemingway, en uno de sus libros que escribió sobre España, puso que le había llamado la atención un dicho de este país: hay que tomar la muerte como si fuera una aspirina. Yo nunca he oído decirlo, y creo que igual fue invención suya, pero me parece que dio en el clavo, que ahí dejó condensado mucho de la manera que tienen ustedes de ser. El humorismo, por un lado, y por otro el desplante y la naturalidad con que asumen el paso a la otra vida.
–Lo natural es morirse, ¿por qué no habría de tomárselo con naturalidad? Las cosas que nos ocurren hay que tomarlas como vengan. Si sale con barba, san Antón, si no, pues eso… Para lo poco que vamos a estar aquí no merece la pena preocuparse tanto por estos temas.
–Estoy convencido de que a usted le gustaría este filósofo que le digo, Camus. Le abriría una nueva perspectiva en su visión del mundo.
–De la visión ando bien, de momento. Pero cuando quiera mándeme algún libro suyo y lo leeré con gusto, aunque no se crea usted que soy un hombre muy de letras.
Por último, el tercer punto destacable del libro son la pareja de investigadores, el inspector Ernesto Travejo y el guardiacivil que actuará como su segundo, Aparecido Gutiérrez. Son dos personajes carismáticos e interesantes por separado, pero cada escena que tienen juntos aumenta el interés y el enganche. No tienen nada que envidiarle a otras parejas famosas de la novela negra y, de hecho, me encantaría poder leer más novelas protagonizadas por ellos dos.
Durante años el epicentro de la novela negra han sido los países nórdicos con nombres como Stieg Larsson, Henning Mankell, Jo Nesbø o Camila Läckberg; pero cada vez más autores españoles están reavivando un género que ya tuvo grandes referentes en nuestro país hace unos años (Manuel Vázquez Montalbán, Francisco González Ledesma y Andreú Martín). Autores como Víctor del Árbol, Rosa Ribas, Cristina Fallarás, Alexis Ravelo, Dolores Redondo, o los mismísimos Alicia Giménez Bartlett y Lorenzo Silva, que son ya referentes de la novela negra de nuestro país, colocan cada libro que sacan directamente en las listas de superventas. A esta lista ya podemos añadir a Luis Roso que con Aguacero ha conseguido escribir una novela negra al más puro estilo de los grandes clásicos y en la que ambientación, narrativa y personajes conforman un libro cerrado y perfecto que se lee con avidez y te deja con ganas de más.
Lo tengo pendiente y me apetece mucho. Un beso 😉
Pues hazte con él en cuanto puedas porque es una maravilla, sobre todo, como digo en la reseña, sus diálogos y sus protagonistas. Seguro que te engancha tanto como a mí 😉