Ahora, de Brigitte Giraud
Escribía Javier Marías en Mañana en la batalla piensa en mí que aquel que muere, al no cumplir más años, permanece inmutable en nuestra memoria con su última expresión, con el aspecto que tenía en nuestro último abrazo. Como una fotografía (y esto ya lo digo yo) que, colgada en el salón, soporta el paso del tiempo sin más cambios que un poco de polvo en el cristal o unas efímeras huellas digitales en el marco.
Visto desde esa perspectiva, este Ahora de Brigitte Giraud funciona como un manual completo de revelado fotográfico. Así, en analógico. Un paseo detallado por el proceso que va desde el flash desencadenado un milisegundo antes de la muerte, que en este caso es un fundido al negro absoluto, hasta el momento en el que cerramos por primera vez la habitación del salón y la fotografía, ya enmarcada y colgada, soporta el portazo. Síntoma de que ya lo hará para siempre.
Ahora, más concretamente, es el recuento de sucesos que Brigitte Giraud hace de la semana que sucede a la muerte en accidente de tráfico de Claude, su pareja y padre de su hijo. Un accidente absurdo que provoca una muerte estúpida e inopinada y que desata un ritual al que Giraud asiste sorprendida como protagonista y como cronista. Todo ocurre en un país tan cercano como Francia y en un año tan poco extraño a nuestras propias vidas como 1999. Y sin embargo el libro parece a ratos exótico, ajeno, porque observamos en él unos rituales que no son los nuestros o que no nos resultan ya familiares. Por ejemplo, suena muchas veces el teléfono: hay muchos teléfonos en Ahora y la autora pasa mucho tiempo hablando por ellos, e incluso se toma la molestia de describir el código cívico que rige los mensajes de los contestadores. Además, los amigos del muerto tardan días en llegar y a nadie le extraña que no haya urgencia en ellos, como también sorprende que entre la muerte y el entierro haya espacio para discutir con la funeraria, con el organista y hasta para una mudanza. Que quede lugar para el humor incluso, como cuando Brigitte se pregunta asustada si es necesario que el muerto lleve ropa interior.
En este ir y venir con la muerte como telón de fondo nos envuelve y nos seduce la voz de Giraud, que va posándose en cada detalle con ligereza pero a la vez con gravedad. Es la demora lógica de los que despiden a alguien en la estación y solo esperan que el tren se retrase, que no empiece el viaje de aquellos y haya que volver a la casa vacía. En esa agradable minuciosidad con la que describe los detalles se encuentra el valor de este librito bello por dentro y por fuera, que ha de ser leído en invierno, un día de lluvia a poder ser, con una chimenea cerca o un sofá como el de la portada, que nos vaya tragando poco a poco según transcurren las páginas (también les puede valer esto, si no tienen a mano algo mejor).