Reseña del libro “Ailoveny Güats”, de Ailoveny Güats
Cada vez que comienzo un libro edito una ficha con un campo dedicado a la categoría a la que pertenece o mejor dicho le hago pertenecer. Ailoveny Güats pertenece a la etiqueta #subversión. He decidido clasificarlo como “autoficción provocadora y escatológica” en torno al deseo femenino, las mujeres libres y las putas. La violencia radical, innata y desgarradora de cada personaje pone en juego espejos deformes del estado del bienestar y la grotesca positividad del neoliberalismo.
Si buscas una lectura sencilla, en plan presentación, nudo y desenlace, con un juicio moral claro de qué personajes son los buenos y cuáles detestas, esta no es tu historia. Lo abrí con dudas y polémicas interiores alrededor de la violencia y la prostitución. Lo he cerrado con un gozoso malestar, la sensación de empacho tras comer mucho dulce y más confundida que nunca. “Si cualquier cosa me pasara, no pondré resistencia. Tengo la sensación de estar sumida en un sueño profundo y agradable del que jamás podrá despertar. Nada va a acabar contigo” (p. 209).
Suelo huir de las reflexiones impuestas por la agenda política. Mi actitud crítica por naturaleza sufre cuando las indagaciones giran en torno a una ley para regular la situación de las mujeres prostituidas o putas, según se mire. Cambio de tema cuando sale el debate entre abolicionistas y regulacionistas, dividiendo feministas. He apartado el tópico de la autosuficiencia en un mundo capitalista y explotador, donde el deseo/placer de las mujeres es mierda.
Sin embargo, el debate está. Toda mujer nace para puta es el título del prólogo de Cristina Morales. Esta escritora punky me convoca desde que leí Lectura fácil. Escucharla hablar sobre su propuesta artística me inclinó a leer Ailoveny Güats, que es el título y la autora de este libro de la colección “La pasión de Mary Beard”, de la editorial Continta me tienes. Sabía por tanto que la propuesta iba a ser bizarra, sórdida, provocadora, inteligente, inquietante y brillante en algunos pasajes. “La literatura debe ser una cosa temible, debe ser tal que nadie quiera casarse con ella” (p.15).
Sufro desde la posición de subalterna privilegiada como mujer blanca dada de alta en el RETA. Leo Ailoveny Güats y se tambalean todos los principios morales que sostienen mi postura. Decir que el tema es complejo es vomitar. Despreciar la trata, a los violadores, agresores proxenetas y puteros, está claro. Comprender y empatizar con Ailoveny Güats desenfoca mis creencias. “Llenar mi estómago, vomitar luego si es preciso. Cerciorarme de que existo, aunque solo sea como cuerpo físico. Probar a ver si alguien intenta follarme” (p. 183).
Que un texto provoque ese tsunami ya es motivo de celebración. Últimamente me cuesta terminar los libros. Siento que puedo visualizar la trayectoria y el tedio me desanima. Con Ailoveny Güats me acerco a la sorpresa, a la curiosidad, al morbo. Cuestiono el valor de los sustantivos y suscribo su manifiesto de las putas como sujeto revolucionario: Apología de la orfandad. Cobra sentido la mirada desde los márgenes y la teoría del desecho. “Todos los que pasábamos por el vertedero sabíamos reconocernos como buscadores de desperdicios, no había ninguna sospecha salvo la sorpresa de la mirada ajena. No había identidad ni nombre” (p. 173).
Escucho a Cristina Morales y a Ailoveny Güats reirse de mí desde el otro lado del espejo y no puedo más que celebrar que me abran los ojos, aunque sea para clavarme alfileres. Con la mirada sangrante puede que llegue a una vida que merezca la pena ser vivida. Y no esta farsa. “Aprendería a hablar latín (…) Haría un club de lectura y sería una más (…) Defendería la belleza del terror de su sublimación” (p. 155).