Hace bastante tiempo ya que leí los microrrelatos de Iwasaki y recuerdo que, conociendo como conozco el asunto de los micros, me sorprendieron mucho y para bien porque no esperaba encontrar tanta historia, tanto mundo, tanto miedo y tanta sorpresa en unos textos que tenían de media unas diez líneas. En el casi centenar de ellos (no sé exactamente cuántos micros eran, pero serían unos noventa) se incrustaba como si nada, con una facilidad envidiable y magistral, –como cuando cruzas una frontera entre países, esa línea política que solo aparece en el mapa, ahora estoy en Francia, ahora en España…–, lo macabro, lo fantasmal, lo tétrico… con la cotidianidad y las actividades más mundanas para conformar un episodio pesadillesco tras otro, como los que se dan muchas veces en la realidad.
La adaptación al cómic, quince años después de su publicación, es fiel a esos micros y estos se van reproduciendo íntegros a lo largo de las páginas, ya estén estas divididas en viñetas o no.
El cómic se divide en tres bloques: difuntos, infantes y monstruos y, la descripción de la temática es bastante obvia.
Predominan los temas de muerte de algún miembro de la familia, fantasmas, miedos infantiles que se vuelven reales, transformaciones y lo fantástico, todo ello salpimentado en la mayoría de los casos con un humor muy negro y con rapidez. El esquema básico es el típico del microrrelato de terror: una suave e inocente introducción o composición de lugar que suele, aunque no siempre, omitir una parte importante de la trama, pero que no impide la comprensión de la historia; un breve desarrollo; y un final que acostumbra a tener un giro sorpresa (o no) y que puede ser, o no, la componente anteriormente omitida.
Después de la lectura del cómic yo recomendaría que se leyera el libro, ya que en el tebeo tan solo se recoge una selección de los noventa y pico microrrelatos, y, personalmente, considero que Ajuar funerario es uno de los libros de microficciones imprescindibles para aquellos a los que les guste esta forma de literatura en pequeñas dosis y sustos. Un clásico actual.
El dibujo, sin ser algo que destaque especialmente, cumple con su función y se ajusta al tono de cada micro. Además, me ha convencido bastante y me han hecho gracia los guiños mediante esas actualizaciones o adaptaciones a iconos populares de hoy en día, sobre todo en las presentaciones de cada bloque (La novia cadáver, las gemelas de El resplandor y el demogorgon de Stranger things), pero también la aparición en una misma viñeta, por ejemplo, del Drácula de Coppola, de Elvira, de Vampirella; o del Nosferatu de Murnau en otra, o incluso la autorreferencia a un libro del propio Iwasaki (Helarte de amar) que lee una mujer en la cama. Esos son detalles que no solo deben tenerse en cuenta sino que relajan la tensión acumulada. Como también lo hacen los tonos suaves y pastel del inicio de los relatos. Por esos colores iniciales parece que están contándonos un cuento para niños en donde todo es paz, amor y armonía, pero ya sabemos que al final se nubla el día y en un periquete tenemos la tormentosa pesadilla encima.
Repito lo dicho. Ajuar funerario es indispensable para los amantes del terror y del microrrelato. Si no se ha leído el libro, este será un buen gancho.