Alabaster

Reseña del cómic “Alabaster”, de Osamu Tezuka

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La obra de Osamu Tezuka es tan extensa y variada que en ocasiones es difícil seguirle la pista. La diversidad de historias y géneros con los que se atrevió y triunfó el denominado Dios del manga es igualmente vasta. Lo mismo te contaba las peripecias de una muchacha que se hacía pasar por caballero en un marco de fantasía (sentando además las bases de lo que sería el shojo) que te llevaba a la convulsa Alemania nazi para narrar un drama bélico. Era capaz de trasladar al lector a un Japón feudal mágico repleto de monstruos o de meterlo de lleno en obras de ciencia ficción con tal capacidad de inventiva que ponía en evidencia a los maestros del género. El cómic que hoy nos ocupa pertenecería a este último género narrativo. Con todo, la obra de Alabaster es una de esas historias que a primera vista pueden parecer una cosa y que, ya en las primeras páginas, descubres, sorprendido y con agrado, que Tezuka nunca tomaba el camino fácil. Lo más curioso de todo es que Alabaster (ahora publicada por Planeta Cómic en su biblioteca de Osamu Tezuka), y según su propio autor, fue escrita en un momento de motivación escasa. Argumento oscuro, personajes grotescos e irredentos y grandes cargas de nihilismo es lo que nos encontramos en este cómic que Tezuka escribió en una de sus épocas de gran carga melancólica.

Alabaster es el nombre de un tipo extraño. Un hombre que viste con ropajes oscuros, que lleva capa y que esconde su rostro bajo un sombrero de ala ancha. Un rostro deforme, monstruoso y que rubrica un historia trágica. Antaño Alabaster era James Block, un atleta negro que llegó a lo más alto en varias disciplinas. Pero, como en las mejores historias pulp, donde lo sensacionalista y simplón cobra relieve, James Block lo pierde todo por culpa de un amor no correspondido. Susan Ross, la estrella de televisión que parecía perdidamente enamorada de él, no solo desprecia su color de piel, sino que además confiesa que permanecía a su lado por la fama. Block enloquece. Block intenta matar a Susan Ross y en el trance de tal acción un hombre resulta atropellado. La cárcel es el resultado. En este punto entra en escena un compañero de celda: un anciano que trabajaba como científico y que parece haber perdido la chaveta. Las reminiscencias a El Conde de Montecristo son más que claras. Osamu Tezuka conjuga una amistad de interés entre los dos hombres que se sienten encarcelados injustamente. Uno tiene claro que sus días están contados. El otro atiende y aprende del anciano para llevar a cabo su venganza. Las referencias, inspiración, o como se le quiera llamar, a El hombre invisible de H.G. Wells entran en escena cuando Block abandona la prisión y descubre lo que el anciano le ha legado. Pero el asunto se tuerce y la mente, ya de por sí tocada, de James Block acaba por quebrarse. La principal diferencia con la obra de Alejandro Dumas es que, mientras Edmundo Dantes buscaba una venganza más que justificada convirtiéndose en una especie de pudiente justiciero, Alabaster busca venganza contra todo y contra todos. No es un justiciero y mucho menos un héroe. Todo su odio se vierte contra la humanidad y contra todo lo bello. Alabaster es sin duda el villano de esta historia.

Alabaster es una historia de personas con poca o ninguna moral. Es difícil congeniar con los personajes. Cuando uno nuevo entra en escena, intentas ser su amigo, pero pronto descubres que es alguien vil que solo se mueve por sus intereses. Tezuka crea un elenco de personajes incómodos de una patente profundidad psicológica. La mayoría creados por la propia sociedad, pero todos con la opción de elegir en sus manos. El personaje de Gen es un ejemplo. Un muchacho criado en una barriada pobre afectada por los vertidos tóxicos de una fábrica (un caso que Tezuka toma de la realidad y lo convierte en ficción protesta). Gen no es mala gente, tal vez solo está algo perdido, pero al acabar en las garras de la banda de Alabaster (ahora un consumado terrorista) deberá decidir en quién quiere convertirse. Ami también es otro personaje que se muestra en esa encrucijada. Pero estar cerca de Albaster, ya convertido en un villano de ópera grotesco que mucho debe a El fantasma de la ópera, hace que esa elección se torne más difícil. La aparición de un enviado del FBI llamado Lock Holmes da un poco de esperanzas al lector para aferrarse a alguien con moral y bondad, pero el investigador resulta ser un psicópata narcisista que nos dará un par de escenas angustiosas.

Y, una vez más, me veo en la obligación de lanzar esta advertencia: que nadie se confíe con los dibujitos graciosos, caricaturescos y de corte casi infantil de Osamu Tezuka. Personajes de ojazos y rostro candoroso también pueden moverse por los bajos fondos. Y si de dibujo hablamos solo puedo deciros que Tezuka pone en marcha toda su maestría para ofrecernos personajes inolvidables, escenarios detallados y algunas escenas donde lo extravagante y lo repulsivo pueden mostrar una belleza casi preternatural. El zoo de animales descarnados, el tren de esqueletos o las muchachas con pedazos de cuerpo invisibles son viñetas difíciles de olvidar. Y es que, aunque algunos rayos de luz rondan de cara al final del cómic, lo obsceno y grotesco, así como el nihilismo y la desesperanza, rondan cada una de las sensacionales viñetas de Alabaster.

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