Ya está de vuelta. Ya estaba tardando ocupado en limpiar la cueva siguiendo las instrucciones de Alfred, nuestro gothamita oscuro favorito. Y la ha dejado reluciente por si recibía visitas inesperadas, aunque claro, siendo él como es, de inesperada tendría poco y si la limpia será por algo.
Bueno, pues decía que ya está de vuelta y esta vez no va a meternos en una aventura detectivesca ni de intriga y misterio, sino que va a ser una carrera pura y dura. Una carrera de 800 kilómetros, una contrarreloj llena de obstáculos que, salvando muy mucho las distancias, en ocasiones me recordaba a esa gran película que es Ratas a la carrera. Que sí, que no tiene nada que ver, pero a mí me lo recordaba, cosas que tenemos mis sinapsis y yo…
El caso es que Batman tiene que llevar Dos Caras a un lugar que ambos conocen pero el villano bipolar ha prometido a quien le libere (y él nunca miente), la fortuna de los tres mafiosos más gordos de la ciudad (el Pingüino, Máscara Negra y el Gran Tiburón Blanco) y, si nadie lo hace, hará públicos en la red los secretos de todos y cada uno de los ciudadanos de Gotham, incluída, claro está, la identidad de Batman, la cual él ya conoce.
Como siempre Batman confiará en la bondad de la gente, pero tal vez tenga que cambiar de opinión y pagar su error. O tal vez no… Hasta su destino, el Caballero Oscuro volverá a pasarlo mal, (porque en el fondo le gusta pasarlas putas, lo vive, lo goza, es su destino, él lo ha elegido, sino cualquiera podría ser el Cruzado Enmascarado), y se adentrará, lejos de Gotham y a plena luz del día, en maizales, carreteras secundarias estatales, tuberías y ríos que desembocan en cascadas, peleará sobre trenes que recorren altos puentes y estrechos túneles, será perseguido por asesinos a sueldo, pueblerinos, villanos típicos y atípicos, y sufrirá mucho. Sufrirá dolores y traiciones. Y usará muchos, muchísimos batjuguetes que salvarán su murcielaguil pellejo.
Pero, al menos, no estará solo. Le acompañará Duke, ese nuevo Robin negro, pese a que ni Duke necesita a Batman ni Batman necesita a Duke. O eso se dicen ellos mientras se miran las pupilas…
All-Star Batman: Yo, mi peor enemigo es además de una suerte de road-movie un viaje febril y frenético que nos permite conocer un pasado común, un pedazo de infancia compartida por Bruce Wayne y por Harvey Dent, y nos invita a penetrar un poco más en la psicología traumatizada de Dent.
El tomo cuenta con otra historia, La rueda maldita, que, por lo visto, acaba con un maldito “Continuará…”. Una aventura en la que veremos cómo se desenvuelve Duke casi casi en solitario, con los frentes abiertos de sus padres obligados a permanecer en un aislamiento perpetuo por culpa de una toxina que el Joker les inoculó y los mantiene bajo impulsos homicidas, y con la tarea de aportar datos sobre el último ataque de Zsasz.
El nombre de esta trama hace referencia a una versión comprimida de todo el entrenamiento que Batman ha llevado a cabo junto con unos principios inculcados por Alfred sobre la identidad humana. La rueda tiene partes y a medida que Duke vaya superándolas su psicología se decantará hacia uno u otro de los extremos… ¿Héroe o villano?
Ambas historias, independientes entre ellas, conforman un cómic la mar de disfrutable, muy majete de leer, con alguna que otra agradable sorpresa, con unas relaciones Batman-Duke-Dos Caras bien desarrolladas y con el añadido además de haber conseguido que Duke me empiece a caer medianamente bien, más que nada por su mérito de no cagarla.
Un cómic más de acción que de pensar con el que pasar una buena tarde y que promete (ya veremos si cumple), ser el inicio de una original y renovadora etapa. Un cómic “limpio”, que se lee como un tiro, con un dibujo con el que, lo confieso, me ha costado conectar pero que al final ha acabado gustándome, y un cómic, en definitiva, al que poder volver de vez en cuando. Y eso ya es mucho decir sobre un cómic.
Agradablemente sorprendido.