Almas brujas, de Helena Cosano
La vida crea heridas, pequeñas grietas que se ensanchan y que nosotros intentamos arreglar con las lágrimas, con los besos que damos o que perdemos, con las caricias que, furtivas bajo las sábanas de una cama fría, serpentean por la piel de quien amamos e incluso odiamos. Volamos, siempre, buscando la libertad, pero sin encontrarla, encadenándonos en mitos y leyendas, en ideas irracionales y sueños que nos visitan a la noche, creados por la mano de un dios que juega con los destinos de los pobres mortales que caminamos por las aceras. Será la vida, o será que nosotros siempre queremos aquello que no tenemos, pero el caso es que deseamos, deseamos latir y deseamos corazones, beber de otra persona, amanecer con ella al lado. Almas brujas es un paseo por esos deseos que se convierten en imprescindibles, pequeños caminos llenos de piedras pequeñas, que rozan nuestros pies descalzos, pero que nos invitan a pensar que estamos vivos, que respiramos entre tanta masa, entre tanta multitud, encontrado el uno entre un millón, nuestro uno entre un millón, y así alejarnos de la soledad, o quizá simplemente ahondar en ella, intuyendo que no estamos preparados para ser felices, para lanzarnos de lleno a la piscina, a esa piscina que somos nosotros, que somos dos y que no lo somos, porque respiramos y nos ahogamos en el mismo fango, o en la misma tierra, o incluso en el aire cuando intentamos emprender el vuelo. Porque volar sin alas no es posible, pero a veces con ellas tampoco. Buscar la libertad, añorarla, romper los eslabones, dejar en el suelo las mochilas que no nos describen. Eso es lo que se vive aquí, eso es lo que roza el corazón a un leve soplido de las letras.
Cuando uno descubre a Helena Cosano piensa que cómo es posible no haberla encontrado antes. Es como esa clase de juguetes de nuestra infancia que encontramos en cajas antiguas, en cajas llenas de polvo, que nos trasladan a otra época, a otro universo, y que incluso hacen que las lágrimas se agolpen en las cuencas de los ojos. Es disfrutar, sin ambages, sin las indecisiones que pueblan los portales a los que entramos día a día, sin el cerrar los ojos cuando llega la hora de desconectarse del mundo. Porque hay que vivirlo para saberlo. Hay que entender que en Almas brujas vamos a encontrar poder, vamos a encontrar todo el volcán que entra en erupción y quema aquello que toca la lava, que en nuestro caso es la sangre, la que recorre las venas y nos da la vida, la que convierte un simple libro en la diferencia, en el punto exacto en el que el agua empieza a hervir, a quemar. Es como un pequeño cerco que no se va, que se pega a la ropa, cosido a las costuras de nuestra piel, a los talones cada vez que huimos de algo. Ella, la autora, dispara con su pluma, con su forma de entender que en la literatura hay que ser valiente, hay que darlo todo, hay que entregarse en cuerpo y alma a lo que las palabras nos quieren decir y después traducirlo, a otro lenguaje, a un idioma que entendemos todos aunque no lo hayamos aprendido. Y descubrir a Helena es como descubrir a una amazona, a una jinete que cabalga contra el viento, o ayudándose de él, aplastando el suelo que los cascos del caballo traspasan y convierten en grava, en polvo que se irá volando, como si tuvieran las alas que en nosotros están rotas, y que necesitan aprender a volar. De nuevo.
Pero si algo destaca en este libro de Helena Cosano son las voces diferentes que nos hablan desde sus relatos. Unas voces que parecen sacadas de tres autoras distintas, pero que son ella misma, en una suerte de triple personalidad, de tres personas que nos hablan desde diferentes posiciones, en otros ángulos donde la luz no llega o, que si lo hace, es con intensidades distintas. Desde la oscuridad a la luz, desde las tinieblas que abrigan un corazón helado a otros espacios donde los latidos son fuertes, calientes, tan duros como los escudos que nos creamos. Almas brujas, con todo, son relatos que no lo parecen. Porque uno pudiera empezar a leerlos pensando en la posibilidad de no encontrarse, de no intuir qué es lo que nos quiere decir la artífice de las maravillas, pero en un segundo, quizá ya en la primera frase, nos damos cuenta de la disección, de la radiografía del alma humana, de la gravedad que nos ancla a sus palabras, impidiendo que la mente se disperse, se eleve a otros sitios, haciéndonos olvidar lo que estamos leyendo. Es el interés, el profundo interés por una voz que renueva, que lo embellece, que crea imágenes oníricas y llenas de ese aire de épocas pasadas, y visiones, percepciones de lo que somos y lo que seremos, olvidándonos por un instante de nosotros mismos, para caer de lleno en lo que es, al menos en la escritura, Helena Cosano, una pequeña diosa entre tanto mortal con el tiempo perdido.