Reseña del libro “Alzar la voz”, de Ana Alonso
La conquista de los espacios públicos y la defensa de los derechos de las mujeres es una lucha constante que necesita memoria para recordar la genealogía, proyectos para caminar juntas hacia el futuro y algunas historias como esta que registren, fijen y difundan la lucha feminista. En Alzar la voz, Ana Alonso, una de las autoras de referencia de la literatura infantil y juvenil contemporánea, narra en cuatro líneas temporales las vidas de cuatro mujeres libres.
Desde 1916 hasta 2021 quien lee Alzar la voz confirma que las mujeres llevamos años golpeando la pared del patriarcado y aunque su “muerte simbólica” anunciada por las italianas de Diótima ya está aquí, a veces solo vemos la grieta que ha empezado a abrirse, pero que no termina de derribar el dichoso muro opresor. En este libro, no obstante, Ana Alonso enfoca en la esperanza y en los logros pues los derechos de las mujeres van progresivamente siendo reconocidos. “Como si el mundo fuese un lugar agradable y seguro donde no corrías el riesgo de perderlo todo en cualquier momento” (p. 16).
Siempre me llama la atención cuando confirmo el movimiento en espiral de la historia de la humanidad. Leyendo párrafos como este de rabiosa actualidad, por ejemplo: “Si estallaba la Tercera Guerra Mundial, el mundo resultaría destruido dieciocho veces (eso decían los informativos) por las bombas nucleares que se lanzarían mutuamente Estados Unidos y la Unión Soviética” (p. 17). La genealogía que destaca Ana Alonso recorre el siglo XX aunque sabemos que mujeres libres ha habido siempre, de hecho antes de que el patriarcado impusiera su hegemonía y comenzara a diluir o borrar directamente los acontecimientos que no encajaban en su relato. Por eso aplaudo la iniciativa de incluir al final del texto un taller de escritura con claves para contar cada una su propia historia.
A una de las protagonistas le salva su deseo de libertad aderezado con su pasión por las historias: “El aroma de los libros nuevos era para ella el más delicioso del mundo. Los abría con cuidado para no ajarlos y los hojeaba con envidia” (p. 40). La terrible injusticia de la discriminación de las mujeres para acceder a la educación y a los mismos libros queda patente en toda la narración. Acompañada con las excelentes ilustraciones de Luis F. Sanz, que a pesar de su oscuridad, iluminan el mensaje con el proyecto de un mundo mejor.
Como novedad en este tipo de historias, se reconoce que el patriarcado atraviesa todos los cuerpos, no solo los de los hombres que asumen esa posición de dominación como opresores. También muchas mujeres han ejercido de agentes de control y sumisión. La muestra queda patente en alguna madre que está muy lejos de las maternidades feministas que estamos reivindicando estos días. Pero esa ausencia de sororidad hace que salten las alarmas, las reacciones no premeditadas y así comience la transformación de la realidad: “Estas cosas pasan porque algunas mujeres a veces no saben cuál es su lugar. (…) – No, no pasa por eso (…) Había alzado la voz sin darse cuenta” (p. 96).
Entonces, el patriarcado también genera situaciones alejadas de la cultura de paz tan defendida y perseguida por la Ilustración y cuyos cimientos hoy día están temblando. Alzar la voz es una denuncia de una estructura social injusta y contraproducente. Al mismo tiempo, es un argumentario y alegato para que se sumen todas las personas aliadas a la lucha feminista y caminemos juntas hacia el mundo que deseamos: “No saben quiénes son, no se sienten cómodos mirando hacia dentro. Y alguien que nunca mira hacia dentro, es difícil que muestre empatía” (p. 111).
La defensa de los derechos de las mujeres no puede hacerse desde la sombra ni la revolución desde el sofá. Ana Alonso lo deja claro a lo largo de las cuatro historias. Debemos ser visibles, rescatar los referentes y nuestra historia familiar. Y así, el título Alzar la voz queda sobradamente justificado en distintos pasajes hasta el cierre: “Como tú dices, no tengo nada que perder y sí mucho que ganar (…) la posibilidad de alzar la voz” (p. 48). “Existen muchas formas de alzar la voz. Algunas lo hacemos escribiendo poemas. Otras, como mi abuela o mi madre, lo hicieron tomando las riendas de su vida cuando se dieron cuenta de que las estaban encaminando hacia un futuro que no les gustaba nada. (…) Nuestras vidas imperfectas tienen un sentido para nosotras porque las hemos elegido” (p. 111).