Amado mío, de Pier Paolo Pasolini
¿Cuanto tarda, el amor, en ser una pequeña tortura? ¿Es ya, desde los inicios, un concepto al que intentar encontrarle ese halo de tragedia? O, por el contrario, ¿es en los finales, cuando la edad va avanzando, cuando nos damos cuenta que el amor ha sido un sufrimiento sobre el que escribir y que sentir? Puede que el amor, en sus infinitas formas, en todas las variantes de las que somos capaces de entender, sea complicado de describir, difícil de descifrar, como si tuviéramos que encontrar la fórmula adecuada que nos llevará a entenderlo a la perfección. Y aun así, por mucho que lo intentemos, seremos incapaces de hacerlo por mucho que utilicemos las palabras que brotan, que salen de una garganta oxidada por el paso del tiempo, y que son traducidas al papel en pequeñas historias que nos llegan a los lectores para que encontremos esa pieza que falta y que es tan complicado de encontrar. Amado mío puede ser muchas cosas, pero entre ellas está la de ser una especie de expiación de un deseo, de un sentimiento, de un amor, que nació un buen día y que, en tiempos coléricos como los pasados e intolerantes como lo están volviendo a ser ahora, reclama la posición de lo que significa amar a alguien, despertar de la juventud y encontrar en un cuerpo aquel objeto al que agarrarse, al que amar, al que anclarse para que la marea no nos lleve a lugares lejanos en los que ya no tendremos ningún tipo de salvación. ¿Para qué existe el amor? Yo, a veces, todavía me lo pregunto. Y puede que sea en esos interrogantes donde hallemos una respuesta que no esperábamos encontrar y que supondrá un antes y un después. No sólo para el autor, sino también para el lector, que indaga en las letras como un detective que se pierde entre los informes de toda una vida, como la de Pie Paolo Pasolini.
Siempre que, en el mundo editorial, aparecen rescates de textos que habían permanecido inéditos de autores se me crea la misma pregunta en la mente: si el autor los había dejado sin publicar, ¿en qué convierte al lector que los lee? Siempre que abro un libro de estas características – que, sin ser biografías al uso, lo parecen -, acabo por tener la sensación de ser un poco voyeur y se me escapa ese pudor que llevo dentro pensando que lo que estoy leyendo había estado en algún lugar, escondido de cualquier ojo, y ahora lo tengo en mis manos. Amado mío son dos novelas cortas que tienen un nexo de unión – aunque ninguno de los personajes tengan nada que ver, y las historias sea diferentes – y es el hallazgo del amor, de un amor inesperado y culpable, y de un amor que no se entiende, a menos que se interprete como un pecado que llevará al protagonista a una especie de condena desde el mismo momento que nace. Así, y no de otra manera, es como se vivía antes el amor entre dos hombres, un amor que podía haberse vivido de una forma tranquila, sosegada, o todo lo contrario propio de la edad, pero que a ojos de la sociedad era repudiado y tenía en su interior algo demoníaco o presto a convertirse en una denuncia por escándalo o algo peor. Pie Paolo Pasolini, artista donde los haya, construyó estas historias desde las entrañas – e incluso, en un texto al margen de las novelas que también aparece en esta edición – con el perdón pegado en los labios por haber sido escritas, prueba irrefutable de la podredumbre que asoló todo un mundo, que juzgaba por el simple hecho de amar a quien, se presuponía, no debía amarse.
Surgen de esta forma dos historias – Actos impuros y Amado mío, que da título a esta recopilación – en una especie de declaración de lo que supuso la creación de un sentimiento, de la vivencia de un amor juvenil y fantasioso, de un amor sexual y erótico, de un amor al abrigo del sol y de las orillas de las playas, que podrían haberse convertido en profundos ejemplos de una sensibilidad que agotara los corazones de todo aquel que lo leyera. No fue así, o al menos no lo parece. Lo que sorprende es que, a pesar de haber pasado todo el tiempo que ha transcurrido, una lectura como esta en la que Pier Paolo Pasolini se retrató desde la distancia, no sorprenda nada de lo que aquí se cuenta, esa sensación de cometer algo que está prohibido, puesto que los años pasan pero los tiempos parecen repetirse. Puede que, una vez leídas estas dos novelas, uno se pare a pensar en que los artistas siempre tienen una maldición a sus espaldas. La del autor podría haber sido la de amar. si eso fuera así, sería una tragedia, aunque en el fondo también suponga para el lector una gran experiencia.