Amuleto, de Roberto Bolaño
Hubo una vez un verano donde me acostumbré a leer novelitas de Zoé Valdés en la playa. Fueron lecturas dulces, cortas, con sabor a exilio y a desamor. Las protagonistas siempre eran de alguna manera heroínas que llevaban un amor a cuestas o la nostalgia de una patria a la que no podían regresar.
Mientras iba descubriendo el estilo de escritura dulzón y nostálgico de la cubana, yo miraba de reojo la línea del mar y echaba de menos una patria personal a la que nunca más podría volver: mi juventud. Me daba cuenta que por más que me intentara adentrar en ella, yo seguiría estando donde estoy, viejo y huraño. Y no es que añore esa felicidad ignorante de los años jóvenes (porque ahora soy también a mi manera feliz y joven) pero sí que es verdad que echo un poco de menos la frescura de esas lecturas que llegaban a atraparme día y noche y en las cuales se me iba la vida.
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Cuanto uno más lee, creo que la sensibilidad a la hora de acercarse a unas determinadas palabras es menor. Como si te pincharas cien veces con una aguja y llegara un punto que el siguiente pinchazo pareciera no haberte rozado siquiera la piel.
Con esta premisa, encontrar nuevos autores que te lleguen al alma es cada vez más difícil. Uno tiene sus fetiches y sus tablas salvavidas a las que agarrarse cuando todo falla, claro está, pero encontrar nuevas novelas que te trastoquen lo cotidiano es harto complicado.
Sin embargo, un día llegó, por ejemplo, Bolaño a mi vida. Eso ya lo dije a diferentes personas en reiteradas ocasiones. O también Valdés por aquel entonces. Marguerite Duras y sus frases cortantes. Ahora todos ellos se han convertido en autores fetiche con el paso del tiempo. Autores que casi casi no llamaron ni a la puerta, que vinieron sin avisar porque pasaban por el barrio.
Bolaño me trajo Los detectives salvajes (que fue como redescubrir a Cortázar) y después toda esa sarta de relatos desperdigados en diferentes compendios que formaban su universo personal (Putas asesinas, Llamadas telefónicas,…). Ahora empieza a tocarle el turno a todas sus novelitas cortas (que no son pocas). Ésta, Amuleto, me acabó transportando un poco a esa época veraniega donde disfrutaba de Valdés (de ahí la asociación) y se me metía la arena entre las páginas. Y no es que quiera comparar a Bolaño con la cubana (pues no tienen nada que ver, la verdad) pero la idea del autor en esta novela es la misma a la que normalmente hace mención Valdés: mostrar a una señorita con su amalgama de recuerdos y todas sus andanzas.
No es difícil ir intuyendo aquí el despliegue de medios que Bolaño había empleado el año anterior en Los detectives salvajes: situaciones, relatos, emociones que le embelesan a uno y le hacen suspirar. Como si la historia de Auxilio (la protagonista) fuera una pieza más del puzzle detectivesco que se hubiera desgajado del mismo. Algo como le que le fue pasando cada vez más a Cortázar conforme tenía retazos o cuentos que después desechaba para sus novelas.
Leer a Auxilio ha supuesto también transportarme a otro plano más aparte de la línea del mar y Valdés: es ir directo al punto exacto donde uno descubre unas palabras y le entusiasman de por vida hasta que intenta acabar con todas las que alguna vez produjo el autor.
A veces el camino para llevar a cabo esto es escarpado y probablemente sea el enésimo pinchazo, pero uno nunca olvida cuánto placer sintió en el primer pinchazo hasta haber agotado todas las posibilidades.
Si no, siempre nos quedará la relectura.
Reconozco con vergüenza que no he leído nada ni de Valdés, ni de Cortázar ni de Bolaño… Prometo ponerme a ello cuando la lista de lecturas me lo permita y poder así comentar mis impresiones contigo que, por lo que veo, tienes bastante por la mano a estos autores.
Un saludo
Coincido contigo, Sergio, en el impacto que para mí tuvo el descubrimiento de Bolaño. Devoré “Los detectives salvajes” y “2666” y, desde entonces, me voy dosificando el resto de su obra, al igual que me pasa con la de Cortázar, al que también mencionas. Mirar mi biblioteca y ver que aún me quedan algunas obras de ambos me tranquiliza… aunque siempre nos quedará la relectura, son dos escritores infinitos.
Es curioso como, a pesar de que buena parte de la historia de “Amuleto” ya aparece dentro de “Los detectives”, Bolaño la reescribe convirtiéndola en una alegoría de la historia reciente de Latinoamerica. A medida voy leyendo libros suyos, estoy más convencido de que no existe una “obra menor” de Bolaño.
Judith, si me obligaran (porque es algo que no me gusta hacer) a recomendar 5 autores, la lista sería distinta según el momento o la persona, pero siempre estarían Bolaño y Cortázar.
Saludos,
Javier
Probé a principios de año con “Llamadas telefónicas”, y no tardaré mucho en leer “Putas asesinas”.
Cuando termine los tres libros de cuentos, quizá me lea alguna de sus novelas, aunque “Los detectives salvajes” y “2666” me echan un poco para atrás.
Pero esta no suena mal, asique me la apunto
“Los detectives…” y “2666” engañan por su volumen, pero en realidad se devoran en pocos días. Cada libro formado por cientos de historias como las que ya has leído en los cuentos, que a veces se entrelazan y a veces discurren paralelas, sin mezclarse. Las ramificaciones son infinitas.
Ambos textos son un derroche de energía, vitalidad e imaginación. No los dejes escapar;)
Estoy con Javier: no te dé miedo enfrentarte a ‘Los detectives’ por su volumen. Es una narración extraordinaria. Y la consumirás en muy poco tiempo porque te enganchará como ninguna!
Si has leído Rayuelita, es como una especie de mini-rayuelita más accesible.