Si tuviera que definirme, en la lista de adjetivos no podría faltar «nostálgica». Me atrae todo lo que me recuerde a otros tiempos, en especial, a la infancia. Me gusta recordar lo que entonces me encantaba, a ver si ahora me produce el mismo efecto. Por eso, al ver que Maeva Young publicaba la adaptación a novela gráfica que Mariah Marsden y Brenna Thummler han hecho de Ana de las Tejas Verdes, el libro que L. M. Montgomery publicó en 1908, no he podido resistirme a reencontrarme con la protagonista de uno de mis dibujos animados favoritos.
Cuando yo era pequeña, en la televisión había dos pelirrojas: Pipi Calzaslargas y Ana de Las Tejas Verdes. El color de pelo era la única semejanza entre ellas. Supongo que identificarse con una u otra decía mucho de la personalidad de cada niña. No sé por qué, yo no soportaba ni a Pipi ni a sus amigos: ella me agotaba, ellos me aburrían. Sin embargo, adoraba a Ana. Era tan dramática, tan parlanchina y soñadora que me partía con ella.
Han pasado muchos años, según Wikipedia, ¡treinta! (Telecinco la emitió en España a partir de 1990), por lo que a mí me pilló muy pequeña y, más allá del grato recuerdo, no sabía cuánto me acordaba de la historia. Pero, al leer la novela gráfica, me he dado cuenta de que no he olvidado prácticamente nada.
A quienes no conozcáis esta historia, os pondré en situación: Ana Shirley es una niña pelirroja que los hermanos Marilla y Matthew Cuthbert adoptan para que los ayude en la granja de Las Tejas Verdes. En realidad, ellos querían un chico, pero la que llega es Ana, una cría que, llevada por su entusiasmo, imaginación y sinceridad, siempre la lía o los pone en evidencia. Marilla, más severa, intenta meterla en vereda, Matthew, más bonachón, se lo disculpa todo, pero es irremediable que ambos acaben adorándola. En la escuela, Ana conoce a su amiga del alma, Diana, y a Gilbert, un chico al que odia desde el primer momento y con el que compete a lo largo de los años por ser el número uno de la clase.
Ana de Las Tejas Verdes es una historia de iniciación en la que vemos cómo la pequeña Ana, tan exagerada en sus sentimientos y sus actos, pasa a ser una joven serena y responsable. Vista desde mis ojos de adulta, no niego que desprenda cierta moralina, pero ¿qué queréis que os diga? Será la nostalgia de revivir esas escenas que aún guardaba en un rincón de mi memoria o será que ese dramatismo de Ana sigue haciéndome reír igual que cuando yo tenía cinco años, pero la verdad es que me ha encantado leer la adaptación a novela gráfica que Mariah Marsden y Brenna Thummler han hecho. Aunque sus dibujos nada tenían que ver con los que yo recordaba, el carácter de los personajes y esos monólogos teatrales de Ana estaban ahí. Y por eso yo me la he leído de un tirón con una sonrisa.