Reseña del libro “Ana la de Tejas Verdes”, de Lucy Maud Montgomery
¡Qué hermosa experiencia ha sido conocerte Ana!, ¡qué bonita aventura me has hecho vivir! (como tú misma dirías en uno de esos arranques tuyos de felicidad extrema).
Ana la de Tejas Verdes ha logrado conquistar otro corazón más: el mío. Su verborrea sin tregua, su pasión por la vida, su amor incondicional hacia Mathew y Marilla, su preciosa rivalidad con Gilbert, su amistad de “amiga del alma” con Diana incluso antes de conocerla… todo ha influido en mí de una manera tan positiva que no puedo describir con palabras el sentimiento que ahora mismo me inunda.
La editorial Austral rescata esta linda historia, la de una huérfana parlanchina como ella sola, que escribió Lucy Maud Montgomery en 1908. Da comienzo a una saga literaria que ha conmovido y divertido a millones de lectores en todo el mundo desde el momento en que se publicó y que ha dado lugar a varias series y películas para la televisión, todas con el mismo éxito. Y no es de extrañar, porque Ana la de Tejas Verdes está escrito con tal maestría que cada una de sus palabras llega allí donde fue pensada ser enviada. Espero que Austral tenga a bien seguir editando el resto de sus aventuras, porque la presentación que ofrecen en este primer volumen es exquisita. Con una portada hecho por Jesús Sotés que refleja a la perfección el espíritu de esta niña pelirroja que aprende a amar, con el tiempo y mucha paciencia, sus pecas y el rojo intenso de su pelo.
Hay varias situaciones a lo largo de la novela que nos hacen pasar ratos muy divertidos porque Ana la de Tejas Verdes tiene la capacidad de meterse en líos con sólo decir buenos días. Su capacidad de abstraerse de la realidad y de soñar despierta es tan inmensa e intensa, que olvida con facilidad las tareas que tenía entre manos, y lo mismo emborracha sin querer a su querida amiga que echa lidimento en un pastel pensando que es vainilla. Ha sido divertido ver cómo se pinta el pelo de verde pensando que así el rojo desaparecería para siempre y escuchar sus eternos discursos sobre la belleza de Avonlea y de la Isla del Príncipe Eduardo. Sus disculpas cada una de las veces que ha hecho un estropicio y ver cómo conseguía ganarse la admiración de todos los que la rodearan, su rivalidad con Gilbert y la consecuencia de ello: sacar las mejores notas ambos en todas las escuelas a las que iban juntos. Incluso se disfruta viendo cómo manipula a su interlocutor, cuando lo ve necesario, usando aquello de la pobre huerfanita recién adoptada.
Desde luego, es una buena lectura para las edades recomendadas (entre 11 y 16 años) pero también lo es para el resto, sobre todo para aquellos espíritus lectores que disfrutan de personajes entrañables como los hermanos Mathew y Marilla que adoptan a Ana a pesar de haber pedido un chico porque necesitaban ayuda en la granja.
Desde el momento en que el adorable Mathew acude a la estación y buscando al “chico” se encuentra con una niña pelirroja sentadita formalmente en un banco, sabes que aquello es amor verdadero. Ella, con 11 años, que ya pensaba que nadie iría a buscarla, lo tenía todo planeado, se subiría a un árbol, al que ya le tenía echado el ojo y dormiría allí toda la noche. Sería incómodo, pero desde allí “Hay más campo para la imaginación” y eso es lo más importante de todo. Pero desde luego, si el señor lo ve más conveniente, no le diría que no a dormir bajo techo, no sería igual de divertido y romántico, pero ella se adapta a todo.
La sociedad de la época está perfectamente plasmada y los roles impuestos también. Tiene momentos reivindicativos donde vemos a Ana ser alentada por Marilla a estudiar y ganarse su propio sustento frente a otros discursos como que las chicas de bien no deben hacer esas cosas porque las distrae de su verdadero cometido. Es un buen mensaje que imagino que en la época en que fue publicado, debió escocer a más de uno y a más de una. Muy valiente por tu parte Lucy Maud.
Ana Shirley, Ana la de Tejas Verdes ¡qué gran descubrimiento!, ¡qué alegría infundes!, ¡qué felicidad me regalas!
Yo no sé si la Isla del Príncipe Eduardo es tan bonita como la pintas, pero, de cualquier manera, me quedaría con tu versión de esta, porque seguro que hace más llevadera la realidad.