Reseña del libro “Anatomía de Kay”, de Adam Kay
¿Eres de esas personas a las que les gusta un buen programa de risa, pero disfruta casi tanto informándose con un documental interesante? Pues Anatomía de Kay es como un buen monólogo de humor sobre el cuerpo, en el que además de reírte, aprendes algo de medicina. Algunas cosas ya las sabrás, por supuesto, porque está dirigido a jóvenes adolescentes, pero no te importará en absoluto repasar la lección, porque gozarás mucho leyéndolo.
La ternura atraviesa todas las bromas y aparatos o sistemas del cuerpo humano. Adam Kay es alguien que respeta a las criaturas y les ofrece conocimiento verdadero y científico en sus propios términos. Es decir: culo, caca, pedo y pis. Aunque se subtitule Un manual muy completo del cuerpo humano, de manual tiene todo menos lo aburrido. El estilo es llano y directo con llamadas a la acción para quien lo lee. Su tono escatológico y como escrito por un monologista, acompaña armoniosamente su aspecto didáctico.
Anatomía de Kay es su primer libro dirigido al público juvenil. Y sorprendentemente no lo hace nada mal. Su anterior profesión de médico ha fundamentado el contenido y además como guionista de televisión, sabe componer el ritmo narrativo del guion para que funcione el qué decir, y cómo y cuándo decirlo. No me extraña que su debut literario tuviera tan buena acogida que lo llevaran a la pantalla en el formato de la serie Esto te va a doler que me recuerda al emblemático Patch Adams.
La lectura de Anatomía de Kay es ágil como nunca lo fue la de un libro de texto de ciencias naturales a pesar de compartir el índice. Cada capítulo trata de un órgano o de una parte del cuerpo, como la piel, el corazón o la sangre. Y cada uno finaliza con dos apartados que abundan en su rollito escatológico. En “Las preguntas de Kay” responde a cuestiones sugerentes sobre el tema, tipo: “¿Por qué tengo pelusas en el ombligo?” o “¿Por qué me suena el estómago cuando tengo hambre?”. Y la sección “¿Verdad o mentira cochina?”, te invita a decidir si crees o no en afirmaciones como: “Las uñas continúan creciendo después de la muerte”, “Los dedos tienen músculos” o “Los astronautas respiran pipí”.
Pertenece a la colección de Siruela de “Nos gusta saber”, pero añade el valor de pasárselo en grande en el camino del conocimiento. Estoy segura de que si los materiales obligatorios de ciencias naturales tuvieran este corte editorial, habría una mejora sustantiva en las notas. De hecho, si eres profe de esta asignatura o incluso, llámame loca, madre o padre, ya lo estás incluyendo entre las lecturas recomendadas. Verás lo gratificante que es ver a tu alumnado leer con una sonrisa en la cara.
Por último, en las páginas finales del libro puedes encontrar un glosario, unas pequeñas sugerencias para ampliar información y un índice analítico, que te vendrá genial para localizar en qué página hablaba de lo que sea que te interese: la membrana de la célula, el hipocampo o “el término pijo para culo”. Pero Anatomía de Kay no sería lo que es sin sus ilustraciones. Entretenidas y divertidísimas muchas de ellas, acompañan muy bien al texto, ayudando a su comprensión. Y prácticamente en todas las páginas hay alguna. No me extrañaría nada que a veces abrieras el libro solo por placer de ver sus dibujos.
Que fuera gracioso ha sido una sorpresa inesperada. Aunque he de reconocer que tampoco esperaba que ampliara mi conocimiento. Al fin y al cabo está destinado a pekes. Se agradece compartir ese rato de lectura y risas intergeneracional. Por si quieres más, Anatomía de Kay consta de un diploma en el que se certifica que la lectora “ha aprendido todo lo que hay que saber sobre culos, sangre, pulmones, mocos” y puede ejercer como médico o médica “más o menos”. ¿No crees que te quedaría genial en tu despacho?