Al principio me cogió con cierto recelo. Le había llamado la atención por mi sinopsis, pero no sería la primera ni la última vez que un atrayente párrafo en la contraportada de un libro le hacía perder el tiempo. Poco a poco se fue dando cuenta de que en mis hojas había una historia digna de ser impresa y de que mi estructura era de lo más original que iba a ver en mucho tiempo. Seguramente fue por eso que, sin ser yo excesivamente pequeño, me devoró en pocos días, que se le hicieron eternos al no saber qué futuro le esperaba al pobre capitán Barnes. Cuando pasó sus ojos por la última de mis frases se le puso una media sonrisa complaciente en el rostro y noté que estaba satisfecho consigo mismo por haberse dejado llevar por aquel primer párrafo.
Este es, a grandes rasgos, el estilo narrativo que uno encuentra en las páginas de Anatomía de un soldado, que publica en español la editorial Sexto Piso. La historia de cómo el capitán Tom Barnes pierde sus piernas y la manera en que discurre su vida a partir de ese momento tiene dos alicientes especialmente notables. El primero de ellos es que Harry Parker, su autor, habla, por desgracia, desde la experiencia. En el año 2009, cuando era oficial del ejército británico y estaba destinado en Afganistán, tuvo la mala fortuna de pisar una mina cuando regresaba hacia su base por un terreno que no había sido evaluado. Consiguió salvar la vida milagrosamente, pero nada pudieron hacer los médicos con sus piernas. No cabe duda de que la historia de Barnes está irremediablemente unida a la de su creador. El segundo aspecto que destaca de este trabajo es que la narración, lejos de dejarla en manos del propio protagonista o del siempre socorrido narrador omnisciente, la asumen distintos objetos que se encuentran cerca de los lugares donde ocurren los hechos.
Es una lectura extraña, pero al mismo tiempo muy atractiva. Me costó acostumbrarme a su singularidad, no voy a negarlo. No siempre es una bota la que te cuenta cómo llega su dueño al autobús del ejército o una mina antipersona la que te explica, con todo lujo de detalles, la manera en la que ha sido fabricada. Para mí, este experimento estilístico tiene aspectos positivos y negativos. Para bien, además de la mera originalidad, que nunca hay que menospreciar, destacaría que las narraciones están realmente bien construidas y te hacen sentir como si estuvieses viendo lo ocurrido desde el prisma de un vaso de cerveza o de una pierna ortopédica, lo cual tiene mucho mérito. En su contra podría argumentar que la falta de continuidad narrativa —tanto porque cada vez es un objeto el que habla como porque hay continuos saltos temporales en la historia— hace que en ocasiones sea algo costoso seguir el desarrollo de los acontecimientos.
También es necesario destacar las descripciones que hace Parker en este trabajo, ya que éstas son enormemente potentes y verosímiles. El británico no tiene compasión del lector cuando quiere hacerle sentir cuan duros son los momentos por los que el protagonista pasa desde el atentado, tanto a nivel físico como psicológico, y refleja con toda crudeza las situaciones más precarias. Sin duda este es uno de esos libros en los que se nota la diferencia entre los escritores que relatan desde la documentación y aquellos que han vivido cosas similares a las que cuentan.
No voy a esconder que no me gustaría leer decenas de libros escritos a la manera de Anatomía de un soldado. Al fin y al cabo, las buenas historias no suelen requerir de grandes florituras estilísticas. No obstante, tampoco negaré que he quedado enormemente satisfecho con esta lectura, ya que aúna una emocionante historia de superación y una llamativa y poderosa forma de volcarla sobre papel.