La pasión de mayor quiere ser ternura. Así comienza Ricardo de la fuente este paseo suyo por la niebla que, como bien dice en otro de sus aforismos, es algo que agudiza la vista. O al menos la escritura. Y debe saber de lo que habla porque este pequeño libro rezuma pasión en cada una de sus letras y es a la vez terriblemente tierno. Y brillante. Y sagaz. Y hermoso. Y reconfortante. Y divertido. Y emocionante. Y sabio. Pero por encima de todo, supongo que al autor no le importará que le cite en esto, certero. Según el conocido aforismo de D. José Bergamín la principal característica de un aforismo es que debe ser certero, por encima de cierto. O tal vez sea un apotegma, en lugar de aforismo, porque coincide con la definición de la RAE en que es breve, sentencioso y feliz, además de ser un recurso, admito que un tanto retorcido, para traer a colación la felicidad, que es una de las principales sensaciones que siente uno tras Andar en la niebla un rato probablemente demasiado escaso.
Seguiré apropiándome de las palabras de Ricardo de la Fuente, básicamente porque son más bellas e inteligentes que las mías, y les diré que Para no saber a dónde vamos, vamos demasiado deprisa. Así que se impone un momento de pausa para que sepamos si no a dónde vamos, sí al menos dónde estamos. Andar en la niebla es un libro de aforismos, y no uno cualquiera sino el ganador del IV premio internacional de aforismo José Bergamín. Podría decirles que descubro el género con este libro porque exceptuando a Ernesto Esteban Etchenique, el aforista inventado por Fontanarrosa, no tenía el gusto de haberme cruzado con ninguno otro. Así que procedería hacer una breve introducción al género, pero créanme, difícilmente podría hacerle justicia. Asistí a una charla del propio autor sobre el tema y me pareció deslumbrante hasta qué punto tanto él como otros practicantes del género son capaces de embellecer las ideas con ideario de cuentista y exigencia estética de poeta. No se trata de hacer proselitismo, menos aun de convencer a nadie, si Las palabras se van con los poetas porque las sacan de su rutina, las ideas se van con los aforistas porque las desnudan, las aman y las embellecen, no necesariamente por ese orden, hasta convertirlas en deslumbrantes. Para una idea, convertirse en aforismo debe ser como para una adolescente ir al baile de graduación.
Mi sensación es que debe ser un género extraordinariamente exigente para el autor, expresar brillantemente una idea en tan pocas palabras implica que necesariamente sean esas las palabras y no otras las que deben vestirla y cualquier modificación, corrección o cambio debe ser terrible. Un relato hiperbreve sin el sostén de una historia, sin más hilo conductor que aquel que el aforista, a modo de hilandera de cuento, se ve obligado a transformar en oro sin más rueca que su talento y su paciencia. Lean el siguiente aforismo y piensen si lo que dice se puede decir mejor: Cómo se las arreglarán los buenos escritores para escribir un libro distinto para cada lector. Diría que no, al menos yo no me atrevería a cambiarle ni una palabra. Y lo que dice de los buenos escritores es extensivo a los buenos aforistas, claro, ellos no hacen propaganda de una idea, no son tendenciosos, al contrario, las cortejan, bailan con ella y hacen que disfrutemos sin la menor necesidad de coincidir.
Aun me atrevería a darle una vuelta de tuerca a esta definición personal y por entregas que estoy haciendo del aforismo: una de sus características es que uno lee muchos de ellos y, además de disfrutar, piensa: “¿cómo puede haber expresado tan bien esto que yo he pensado siempre y no he sido capaz de poner en palabras?” O incluso los más atrevidos lo fagocitarán aun más y dirán: “es verdad, yo siempre lo he dicho”. Naturalmente es mentira, uno ni lo ha pensado nunca ni por supuesto lo ha dicho jamás, pero igual que los buenos escritores escriben un libro diferente para cada lector, los buenos aforistas escriben un aforismo diferente para cada uno de nosotros, tan diferente que de hecho nos parece propio. Eso los diferencia de refranes y demás expresiones de verdades tan absolutas como falsas: el aforista no escribe para convencer, sino para cortejar a las ideas. Tan gratificante es leer a un buen aforista como insufrible debe ser leer a uno malo. Y Ricardo de la Fuente es bueno.
Para no tener malos recuerdos hay que tener buenos olvidos, naturalmente, pero para tener buenos recuerdos hay que tener buenas experiencias (o inventarlas, que viene siendo lo mismo) y una literariamente inmejorable es esta rareza que se cierra con promesa de revisitas, de relecturas con ojos de primera vez. Lean Andar en la niebla, recuérdenla, pero sobre todo siéntanla. Lo verán todo con otros sueños.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es