Reseña del libro “Anhelo de raíces”, de May Sarton
¿Puede, un jardín, convertirse en hogar? ¿Pueden, los libros, colmar las horas del día y llenarlas hasta decir basta? ¿Puede, la poesía, ser el reflejo escrito de una misma? La respuesta, para la poeta inglesa May Sarton, es sí. Las flores, la lectura y los versos llenaron su vida, la acompañaron, hicieron de amistad, amor, calidez y luz para la escritora de Anhelo de raíces (Gallo Nero, 2020).
Siempre digo, de ese título, que es como una flor. Una pequeña joya. Repleto de vivacidad y emoción la lectura de este jardín es harmoniosa, plácida. May Sarton, nos lleva de viaje, el que emprendió al comprarse una casa en un lugar remoto de Nueva Inglaterra durante la década de los años sesenta, y en el que el mundo vegetal, así como sus gatos, tuvieron una presencia más que decisiva. De hecho, fueron la presencia.
A través de la escritura, de los poemas, de la creación de sus libros de poesía y de la muerte, el crecimiento y la evolución del jardín según las distintas estaciones, Sarton nos deja entrar en aquello que la conmueve, en aquello que hace que quiera la vida, en aquello por lo que vale la pena la poesía. Y la luz, la distinta luz; la luz de las palabras, la belleza contenida en ellas pero, también, la luz natural, esa que no se ve entre la lluvia y la niebla, esa que es protagonista absoluta en un día de sol primaveral. Esa que adorna las flores del salón de lectura y les da nuevas formas, nuevas dimensiones, y las pinta y adormece y las adorna en su silencioso baile. Esa luz retratada e inmortalizada en la poesía de la poeta.
«Sabéis que nada cobra vida
sin oscuridad.
Así como nada
florece sin luz».[1]
Así, el libro, con sus libros y flores y luz y escritura es la misma May Sarton. Lo leemos y conocemos partes de ella, íntimas, delicadas. Porque se debe poseer belleza para describirla, nombrarla, admirarla. Y ella, nómada que se ha convertido en sedentaria gracias al jardín de su nueva casa, por el que sufre según el tiempo, en el que piensa cuando debe marcharse a dar clases o conferencias, se nos muestra a través de todo eso, describiéndonos sus flores favoritas, como llegan a enternecerla y calmarla su presencia; nos cuenta esa página, ese párrafo, que la ha conmovido y que ha subrayado, como la luz de mayo y de octubre, esa que se mantiene hasta tarde, esa que se va temprano, y con la que juegan sus gatos, que van y vienen de esa casa con jardín.
También, en la narración, hay espacio para el pueblo y su gente, para llorar muertes de vecinos y celebrar vidas, para contarnos tradiciones que ya no se mantienen, aunque han quedado en la memoria, e intercambios de comida que sirven para afianzar relaciones entre las personas que comparten calles. Retazos de vida cotidiana descritos con la máxima sensibilidad y precisión.
Y hay, sobre todo, ese paso cadencioso de las estaciones, la naturaleza de las hojas del otoño y la nieve de invierno, el renacimiento de la primavera y la lentitud del verano.
Anhelo de raíces, como bien dice el título, es ese deseo de verse reflejada en algo, de sentirlo como tuyo, de crear vida a tu alrededor y alcance. Es, como con las flores y las palabras, sentir que plantas una semilla y que florece. Y que esa flor atrapa la luz. Esa luz.
[1] Sarton, May (1971). A Grain of Mustard Seed.