Imagina qué pasaría si todo acabara. Si un día te despertaras y vieras que todo lo que hay a tu alrededor ya no es como era antes. Si estuvieras en un mundo en el que solo rige la ley del más fuerte. Si casi toda tu familia hubiera muerto. Si tuvieras trece años y no supieras qué hacer para sobrevivir.
Eso es exactamente lo que le pasa a Anna, una niña siciliana que tiene que ver cómo todos los adultos de su alrededor mueren lentamente a causa de un virus atroz. Todas las personas mayores de catorce años son aniquiladas por él; entre ellas, sus padres. Este virus la deja huérfana y con la obligación de hacerse cargo de su hermano pequeño, que no es demasiado consciente de lo que está pasando. Anna se ve obligada a madurar de golpe, a convertirse en adulta y a sobrevivir. Aunque, por otra parte, sabe de sobra que cuando cumpla los catorce años ella también morirá. Entonces, ¿para qué esforzarse si todo se va a acabar dentro de poco?
Al leer el libro me he topado con sentimientos que, sinceramente, no esperaba encontrarme. Niccolò Ammaniti nos describe la historia desde el punto de vista más crudo posible. Nos la cuenta tal y como sería, sin adornos ni florituras. Las descripciones hacen que sientas dolor, asco, miedo, impresión y ansiedad a la vez. A medida que iba pasando las páginas, era capaz de vivir la angustia que Anna sufría, de ponerme en su piel y sentir las cosas al mismo tiempo que ella. Había momentos en los que la dureza de las palabras de Ammaniti me hacía plantearme si sería capaz de seguir leyendo. No demuestra ningún miramiento a la hora de describirte un cadáver putrefacto o contarte cómo Anna pasa por encima de cuerpos de niños sin inmutarse apenas. Pero es eso precisamente lo que hace que no puedas parar de leer. Sus descripciones son como telarañas, que te enredan y hacen que quieras saber más detalles sobre la historia.
Es un libro que ha hecho que me pregunte qué haría yo si estuviera en una situación como la de Anna. No sé si sería capaz de tener la entereza que ella demuestra a lo largo de la historia o si me daría por vencida ante la primera dificultad. Tener que buscar comida, sin luz ni agua corriente, cuidando de un niño tan pequeño y al que dentro de poco voy a dejar solo, con alimañas rodeando mi casa y con el resto de humanos que seguramente se hayan convertido en seres peores que esas alimañas…
No sé, quizá el instinto de supervivencia sea mucho más fuerte de lo que pienso, quizá fuera capaz de encontrar una última esperanza a la que aferrarme, como le pasa a muchos de los personajes de esta historia. Ya se sabe, ante estas situaciones falta tiempo para que salgan a la luz los más supersticiosos. En este caso, hay algunos que creen que todavía existe un adulto con vida y que si le encuentran y hacen una serie de ritos, podrán vencer al virus. Anna incluso llega a toparse con un chico que cree que existen unas playeras que si te las pones hacen que no te contagies jamás. Ante esto, Anna se demuestra bastante escéptica, no cree que exista ese adulto milagroso y mucho menos que una playeras vayan a hacerla inmune al virus. Pero sin un objetivo no puede vivir, debe desafiar a la muerte como sea; es entonces cuando se le ocurre la idea de que fuera de la isla en la que vive puedan existir todavía adultos. Y así comienza su viaje junto con su hermano, hacia la Península italiana, buscando un motivo por el que seguir con vida.
De lo que estoy segura es que después de leer este libro va a costarme mucho recomponerme de toda la explosión de sentimientos que he sufrido. Anna es un personaje que llega muy adentro, que se queda con uno cuando termina el libro. Lo demás pasará a un segundo plano, pero Anna se hará inmortal dentro de nosotros, sea cual sea el futuro que nos depara.