Al empezar a leer Años de sequía (que, por cortesía de Salamandra, he tenido el privilegio de tener entre mis manos antes de su publicación, en forma de galeradas), decidí aprovechar la circunstancia del total anonimato que proporcionaban su encuadernación no definitiva y el hecho de tratarse de una autora novel, para hacer algo que normalmente no puedo evitar hacer, que es leer todo lo que puedo acerca del libro, el autor, opiniones al respecto, etc. Cierto, es una oportunidad que hasta hace muy poco era impensable a la escala actual –como mucho, se podía consultar alguna reseña publicada en prensa o confiar en opiniones de conocidos y amigos que hubieran leído el libro antes–, pero que, para qué negarlo, en muchas ocasiones estropea parte del gozo de ir descubriendo el misterio de un libro. La información, pasado cierto punto, es contraproducente y roba la inocencia que se necesita para gozar plenamente de cualquier cosa. Así pues, Años de sequía ha sido un total descubrimiento, y desde estas líneas invito a los amables lectores a elegir esta novela.
En realidad, Años de sequía es una novela sencilla y bien escrita, algo que no es tan habitual encontrar y que debe de ser muy poco fácil de producir. Es el debut de la autora australiana Jane Harper, pero no parece una primera novela, y lo digo en un sentido elogioso, porque no cae en el defecto, muy común entre autores noveles, de querer mostrar todo lo que uno sabe, y de querer condensar en una novela todas las novelas e historias que uno lleva dentro. Jane Harper se ha limitado a escribir una historia de crímenes y de misterio, la cual, a su vez, se desdobla en dos historias, dos sucesos de la vida de unos mismos personajes en dos etapas distintas de sus vidas –adolescencia y edad adulta–, pero que comparten muchas características: el misterio, la pérdida, la tragedia, la sensación de culpa, el impulso de huida y el contrario a éste, el impulso de enfrentarse a la realidad, por luctuosa y terrible que sea, y de tratar de encontrar respuestas que no podrán cambiar lo que ha pasado, pero sí, quizá, encontrar a los culpables y castigarlos, restituir el orden allí donde ha brotado el caos, y proporcionar algo de consuelo a quienes sufren. Por todos estos estados emocionales y estos retos pasan los protagonistas de Años de sequía, Aaron Falk, principalmente, y un par de amigos y aliados que encontrará en su camino, algunos de ellos amistades del pasado del que huye, y otros, nuevos amigos en los que deberá aprender a confiar.
A través del periplo de Falk, el protagonista, y su enfrentamiento al mal y al crimen, Jane Harper nos muestra también una historia a la cual aquélla está superpuesta, y que es tan interesante, si no más, puesto que, si bien muy pocos debemos encarar crímenes y violencia desatada, en cambio todos hemos de encararnos a nuestros fantasmas, sean cuales sean. En el caso de Falk, vemos a un hombre que huyó del pequeño pueblo donde nació, un enclave física y socialmente cerrado, muy lejos de las grandes ciudades y donde todavía imperan leyes que nada tienen que ver con lo convencional, lo establecido y las autoridades oficiales, y al que ahora debe regresar, y donde el mismo odio reconcentrado y sañudo que lo hizo huir no sólo no se ha disipado, sino que lo ha estado esperando. Un odio alimentado por prejuicios, mentiras, creencias ciegas que se adoptan porque llegan de boca de vecinos y conocidos y porque uno intuye que es mejor estar del lado de los fuertes y de los numerosos, aunque no tengan razón. Falk se verá amenazado por las fuerzas de un mal imparable y brutal, pero también, quizá de forma más aterradora, por un tipo de mal más sutil, menos físico, pero más difícil de combatir porque contra él nada pueden hacer la lógica, la deducción, las pruebas y los testimonios fidedignos: el mal sustentado y alimentado por la mentira, la arbitrariedad y la ley del más fuerte.
A Jane Harper no le ha temblado el pulso a la hora de dibujarnos con heladora fidelidad un cuadro antropológico, social y simbólico donde la fuerza arrasadora de la sequía histórica que asola Australia es reflejo fiel de los códigos férreos, agostadores, irrompibles y recalcitrantes que regulan la vida y las relaciones de las comunidades humanas completamente cerradas al exterior. Pero, precisamente por la cerrazón y la hostilidad del lugar y de la sociedad donde se desenvuelve, destaca más aún el coraje de Aaron Falk y su infatigable búsqueda de la verdad, que, por dolorosa que sea, siempre demuestra ser el único antídoto contra el mal.
Años de sequía es una novela en la cual se entrelazan en perfecta simbiosis anécdota y simbología, configurando una obra que es a la par una lectura muy entretenida, de ritmo impecable y recursos narrativos muy bien usados –destaca el uso narrativo del flashback, que, lejos de ser un guiño caprichoso de la autora, forma parte del andamiaje de la trama y del desvelamiento gradual de la verdad, o verdades, presentes y pasadas– y un alegato en contra de la sinrazón, los prejuicios y las creencias infundadas, y a favor de la posibilidad de los nuevos comienzos y de la capacidad del ser humano de reinventarse a sí mismo.