Retumban tambores de guerra. Silban las flechas sobre las cabezas de soldados asustados. Luego impactan en escudos o en carne fresca. Aúllan los combatientes heridos. Lloran como niños los hombres. Piden clemencia, llaman a sus madres. Mueren en el barro; perecen en soledad. Relinchan los caballos antes de aplastar a la infantería. Luego las espadas hablan: pronuncian funestas palabras de muerte. Refulgen al principio, sangran después. No hay honor en la guerra, solo afán de supervivencia. “Solo hay honor si se gana”. Mejor ser un cobarde vivo que un héroe que se pudre bajo tierra. Supervivientes a toda costa. Gente imperfecta que en tiempos duros busca salvar el pellejo; a cualquier precio. Cobardes, granujas, salvajes y farsantes que hacen lo que pueden para sobrevivir. De esta clase de hombres, de esta clase de mujeres, Joe Abercrombie entiende un rato. Y, en Antes de que los cuelguen, segundo libro de la trilogía de La primera Ley, ellos son los protagonistas.
La guerra, lejana en La voz de las espadas, ahora, en Antes de que los cuelguen, ha llegado hasta las puertas de sus hogares. Cruenta y despiadada. Sangrienta e imparable. Bella y minuciosamente descrita por Joe Abercrombie. No todos se enfrentarán igual a tal fatalidad. Algunos elegirán su rumbo, otros solo cumplirán órdenes a regañadientes. En el primer grupo encontramos a Bayaz, el primero de los magos, y al variado conjunto de hombres y mujeres que comanda. Un conjunto formado por viejas glorias, espadachines valerosos pero solo de boquilla, molestos parlanchines o salvajes intratables. Pero todos con una habilidad que los hace únicos. Una banda que muestra más similitudes con los forajidos de Los siete magníficos que con los paladines de La compañía del anillo. Si en La voz de las espadas Abercrombie nos esbozó, con sumo cuidado, personajes y situaciones, en su continuación nos dibuja, con todo lujo de detalles y con mayor ritmo, como éstos evolucionan para adaptarse a los derroteros que toma la historia. Sí, algunos de estos personajes son verdadera escoria (moralmente hablando), pero solo por separado. Juntos aprenderán a ser mejores, a ser menos ruines e, incluso, a hacer lo correcto. “Pequeños gestos y tiempo. Así es como se consiguen las cosas”. Joe Abercrombie nos regala unos personajes creíbles que en esta segunda novela, y a medida que aprenden a confiar en sus compañeros, nos muestran un poquito más de ellos. Cuentan el porqué de sus acciones, de las leyendas que preceden a sus nombres o de los actos, crímenes o hazañas, que cometieron en el pasado.
Ahora hablemos del segundo grupo. De esa gente que deja que otros elijan su destino. De esos que asienten pero piensan en un no rotundo. Sí, hablemos de Glokta. El personaje estrella de Antes de que los cuelguen. El cínico tullido es enviado, junto con sus esbirros, a defender una ciudad sitiada. Una empresa con pocas posibilidades de éxito que le obligará a hacer pactos inverosímiles. “Un hombre perdido en el desierto debe aceptar el agua que se le ofrezca”. Y si defender una ciudad no fuera suficiente, le ordenan, además, investigar un complot que podría acabar con sus maltrechos huesos en una tumba. Imaginad a Sherlock Holmes; la versión más avinagrada de él intentando esclarecer el más violento de los crímenes. Imaginad que el telón de fondo de dicha investigación es la batalla de El Álamo, ese épico asedio ocurrido en Texas, en el lejano y violento oeste. Dejad de imaginar, pues Joe Abercrombie ya hace tiempo que lo hizo y lo escribió.
Pero Joe Abercrombie no solo crea personajes memorables, también describe lugares de forma tan precisa que hace fácil imaginarlos. Páramos estériles, ciudades abandonadas, bosques cubiertos por la niebla… Todos esos lugares se convierten, a través de las palabras leídas, en enérgicos fogonazos de imágenes muy vívidas que asaltan la mente. De idéntico modo ocurre con todas esas batallas repletas de violencia; solo una imagen sería capaz de superar las gráficas descripciones. Sangre, vísceras, muerte, vencedores y vencidos. Y luego, por supuesto, están las tramas. Directas, al grano, sin rodeos absurdos o subtramas de las que no se saca nada en claro. Por ello, Antes de que los cuelguen, y a pesar de ser un tocho, se lee sin dificultad. Se abre por la mañana, te sumerges en él y cuando vuelves a sacar la cabeza, la luz del crepúsculo baña tu sala de estar. Y es que te zambulles en Midderland y las encarnizadas batallas que acontecen a lo largo del territorio atrapan toda tu atención. Te subyugan. Todas esas masacres. Toda esa esperanza entre tanto horror. Ese amor, y sexo, entre tanto odio. Todas las traiciones y la camaradería. Por supuesto, el desconsuelo, y la nostalgia por el hogar; pero también el coraje que empuja a seguir luchando en busca de paz. A la caza de un final digno. Un final que únicamente hallaremos en El último argumento de los reyes, tercera y última novela que completa la trilogía de La primera ley.