“En esencia el arte de matar consiste en convertir en veinte minutos a uno de los animales más bellos de la creación en un picadillo tártaro ante un público alborozado.”
Este libro es, como se puede deducir por el título, un alegato antitaurino en toda regla. Pero no solo antitaurino; se extiende más allá: es una denuncia de esa extraña costumbre española con la que muchos españoles se divierten, oséase: maltratando, torturando, matando, o las tres combinadas, a cualquier pobre animal para festejar cualquier puto evento en honor a tal o cual santo o virgen de cualquier remoto pueblo a lo largo de toda la geografía española. Y, pueblos, hay muchos… Una denuncia que, a estas alturas de la civilización, no debería hacer falta, pero como este sigue siendo un país anacrónico de ranciedad, postureo, caciquismo, adoradores de tallas e imágenes, telebasura, señoritos y flamencos anclados en una tradición arcaica y sangrienta se hace más que necesario.
Un libro elaborado sobre textos publicados en El País durante veinte años. Un libro contra el maltrato generalizado, injusto e histórico al toro, simplemente por el hecho de ser toro, por ser una tradición, (como en su día lo fue el quemar herejes), que tiene más valor aún por venir de alguien que en tiempos fue aficionado a la mal llamada fiesta (pues de fiesta tiene poco ya que incluso los aficionados se aburren) y el cual más tarde comprendió que no podía apoyar más semejante barbarie. En palabras del autor:
“Cuando uno nace y se desarrolla en ese ambiente taurino, acaba por creer lo más natural del mundo pegar bastonazos a unas vacas esmirriadas, llenas de mataduras, que ya venían apaleadas de otras fiestas… Cuando uno vuelve al lugar de aquellos juegos que le hicieron tan feliz y contempla a otros niños embruteciéndose con el mismo juego, de pronto, a uno se le abren los ojos y se le presenta con toda nitidez la crueldad humana.”
Antitauromaquia no da cabida a muchos de los pobres, falsos y peregrinos argumentos de los taurinos para defender las corridas, (ni falta que hace, pues se rebaten solos) aunque a mí sí me hubiera gustado que se hubiera mencionado lo siguiente:
-La tan cacareada vida “regalada” que los taurinos afirman que tienen los toros: según ellos, durante los cuatro o cinco años que viven antes de morir (en realidad menos del 5% llegan a los cuatro años), lo hacen a cuerpo de rey y solo al final de su vida, durante 15 minutos pueden sufrir un poquito. El destete se produce a los cuatro meses, y, para que no sigan mamando untan con pez ardiente los pezones de las madres para que estas impidan a sus hijos mamar. No habla de las marcas a fuego en vivo y las mutilaciones en las orejas. Ni que se les impide el contacto con las vacas. Ni que en el 80% de las autopsias hechas a toros lidiados se encuentran pruebas de sufrir enfermedades como tuberculosis, tumores, hepatitis…
-Tampoco habla de que el toro es un herbívoro y que, por lo tanto, su condición natural es la de huir, no atacar. Ataca cuando es enfurecido, o como reacción a torturas. No dice que 24 horas antes de ser toreado se le encierra a oscuras para que, al soltarlo, la luz y gritos de los cabrones que asisten al ruedo lo aterren y trate de huir saltando las barreras. ¡Huir, no atacar!, repito, aunque la sensación que da es la contraria. Además, los cuernos se le recortan en vivo, le cuelgan sacos de arena en el cuello durante horas, le golpean con sacos de arena en testículos y riñones, le inducen diarrea y le abrasan los intestinos al poner sulfatos y laxantes en el agua y comida para llegar débil. Se le untan con grasa y vaselina los ojos para dificultar la visión y en las patas una sustancia que le provoca ardor y mantenerse quieto. Además, le introducen bolas de algodón en las fosas nasales para obstaculizar su respiración. ¡Eso es querer al toro, y lo demás son tonterías, claro que sí! ¡Eso dicen los muy sádicos; que quieren al toro! ¿Realmente piensan eso? Muchos taurinos, incomprensiblemente, tienen animales de compañía. ¿De verdad pueden pensar eso? ¿Cómo pueden decir que aman a un animal y torturarle o ser cómplice asistiendo a la tortura gratuita de ese animal? Más bien creo que les avergüenza reconocer que tienen en su interior un componente sádico muy elevado.
Pero Vicent no habla de esto porque no es lo que pretende. Su misión es otra, en mi opinión: hacer ver lo incrustada que está en este país la lidia del toro, a pesar de que a día de hoy, más del 73% de la población no apoya las corridas, y sin embargo ahí siguen, pagándose con el dinero de nuestros impuestos y con millones de euros desviados de subvenciones europeas que podrían ser invertidos en fines mucho más necesarios.
El libro trata sobre todo de la historia española, de la división de los españoles en toros o toreros, de lo que gusta aparentar (aunque sea para rebajarse e igualarse a la chusma), de la matanza que comenzó en 1936; ridiculiza, y con razón, toda la parafernalia y teatro que gira alrededor de este mundo de sangre y hace hincapié en no ver por ningún lado ni el “arte” ni la “maestría” que muchos dicen ver en el toreo. Carga contra políticos de derechas y contra los de izquierdas que, ya en 1917 prometían eliminar las corridas, pero luego se dejan ver en los palcos. Desmonta taurochorradas evidentes como la de que Goya defendía la tauromaquia porque hizo grabados sobre ella (por esa misma razón se podría afirmar que le gustaban las guerras y los fusilamientos…), pone a bajar de un burro a ese borracho crédulo que era Hemingway, y trae a colación el tema de Cataluña y su posicionamiento en contra y muchos otros aspectos.
Con Antitauromaquia se aprende mucho de cómo ha sido y, por desgracia, sigue siendo España. Abundan las curiosidades. Por ejemplo, los petos de los caballos. Fue Primo de Rivera quien impuso el peto de los caballos en las corridas. Hasta entonces era normal acabar la corrida con dos o tres caballos muertos con las tripas fuera mientras el torero seguía a lo suyo. ¡Pues hubo manifestaciones y reyertas diarias con navajas durante algún tiempo! (Aunque cabe decir que en realidad el peto no les protege, simplemente lo simula, pero solo sirve para ocultar las heridas y que el público no vea las vísceras. Alguna vez se han llegado a introducir los intestinos de nuevo y se han cosido las tripas para que aguanten. También a muchos caballos, para evitar relinchos de espanto y dolor, se les amputan las cuerdas vocales).
Pero Vicent no se limita a llamar tauromaquia al maltrato al toro. También habla de la divertida “fiesta” de tirar a una cabra desde un campanario, de arrancar el cuello de unos gansos colgados en una cuerda, de atravesar a un gato con siete espadas, de atar una lata al rabo de un perro y correrlo a palos, de las novilladas (en las que unos aturdidos, jóvenes –tan jóvenes que por edad podrían equipararse a bebés humanos– animales son torturados y humillados de manera atroz simplemente porque unos imbéciles se divierten así…)
Está claro que este país se merece los políticos que tiene al intentar por todos los medios mantener agonizante una barbarie que más pronto que tarde está abocada a su desaparición a pesar de sus desesperados intentos (bajada del IVA, declaración de BIN,…) de sacarla a flote.
Esta obra es una merecida crítica a la estupidez, brutalidad y crueldad que este país tolera en pleno siglo XXI. Son 84 textos cortos que cualquier antitaurino, animalista, o, en general, cualquier persona mentalmente sana, debería leer.
Antitauromaquia se completa con acertadas ilustraciones intercaladas de El Roto, fiel a su estilo sutil, de pocas pero afiladas palabras, que sientan igual que una espada clavándose en lo más hondo del corazón.
“La única emoción de la lidia consiste en sorprender dentro de uno mismo el deseo inconfesable, nunca reconocido, de que suceda la tragedia en el ruedo para poder contarla. ¿Abandonaría la plaza un buen aficionado si tuviera la certeza de que iba a morir el toro. En la corrida todo lo que no es muerte es tedio. ¿A qué buen taurino no le hubiera gustado estar en la plaza de Linares cuando el toro mató a Manolete?
Unas páginas cargadas de trágica verdad, crítica, denuncia y empatía, que no deberían hacer falta escribirse, pero que visto el panorama, se hace vital y necesario. Porque, a la larga, uno se acostumbra a todo y se desensibiliza con la exposición repetida de cualquier imagen, por cruel que parezca la primera vez. Este no es un libro duro, aunque tiene partes que lo son, pero sí es un libro que cuenta verdades como puños. Ojalá sirva para aportar un granito de arena para acabar de una vez con esa salvajada que identifica a este triste país. Hace mucho que va siendo hora.