Aquí no, ahora no, de Erri de Luca
Se aprende tarde a defenderse de las palabras. Los dardos que, arrancados de la boca, son las palabras construyen un camino que, desde la infancia más ingenua a la vida adulta más sórdida, nos proporciona la existencia y esos recuerdos que se quedan ahí, escondidos, prestos a salir a través de una imagen, de un simple gesto, y que convierten a un ser humano en alguien que se habla a sí mismo, que habla a los demás por el miedo a quedarse vacío, o precisamente por eso, para poder soltar las amarras de la memoria que se filtra entre las rocas y acaban por convertirlas en arena. Es ese placer, el de recordar, el de hilvanar con tiento y, en ocasiones, algo de sabiduría, lo que me trae aquí después de haber caído rendido a Aquí no, ahora no que, como un silencio atronador que se rompe con la palabra más nimia, más suave, más cercana a una caricia con guante de seda, agujerea el alma y la deja desnuda, desplegados ya todos los disfraces que no podremos utilizar porque la evidencia se impone, la verdad dispara fuerte, vuelve a hacerlo para que todo lo que se encuentra en nuestra cabeza salga disparado hacia afuera, explote anegando cada palmo de las habitaciones que nos resguardan, destruyendo las mantas que de pequeños nos abrigaban del frío, de la lluvia, dándonos el calor que nos faltaba o que, simplemente, buscábamos en unos brazos que no eran los que debían protegernos. Un lugar que tras la ventana refleja el mar y su sabor salado, el de un mar que se convierte en hogar, en un nombre propio que muestra los huecos que un corazón, tras su latido inconfundible, crea y degenera, quizá para salvarse, puede que simplemente por necesidad imperiosa de saberse libre, de poder hablar, de poder traducir en palabras aquello que sólo puede describirse si se siente. Ser, por obligación moral, alguien que recuerda y que se construye a través de los recuerdos. A través de la memoria.
Sorprende encontrarse con libros como Aquí no, ahora no y todavía sorprende más darse cuenta de lo fuerte que puede llegar a ser la literatura, a pesar de que la historia que contiene un libro no supere – o lo haga por por muy poco – las cien páginas. Sorprende, y es difícil hacérmelo sentir, la emoción de sentirte sobrepasado por una lectura y un autor, Erri de Luca que puede convertirse en un guía de recuerdos tan perfecto, tan evocador, tan puño estrujando el corazón que late fuerte y acelerado cada vez que una línea traspasa la piel y llega dentro. Pero lo que no sorprende es cerrar un libro como este y pensar que ya no necesitas más, que ahí está la verdad, la inclemente verdad que corresponde a los recuerdos y que son ellos y no nosotros los que se adueñan de gran parte de nuestra vida. Una conversación entre madre e hijo, entre la imagen que un niño tiene de su madre, y que hace removerse las arenas que habían permanecido arrulladas por las orillas en la playa, por las mareas bajas que no conseguían rozar sus contornos, por esa sal que cerraba las heridas y que contribuían al escozor en los ojos, cuando lo único que pretendíamos era disfrazar las lágrimas para que no nos vieran llorar. Sentir ese miedo a crecer, a perder lo que queremos y a ver a aquellos que nos quieren de otra manera, ni mejor ni peor, sólo distinto, llegando a ponernos a la misma altura pero nunca llegando a descifrar esos acertijos que rompían los esquemas y conseguían hacernos crecer sin saber muy bien cómo habíamos llegado a ese punto. La vida, que gira en torno a un libro. La vida, que se apaga y se enciende con cada página en la que se posan nuestros ojos.
Erri de Luca nos cuenta su infancia, las fotografías que le devolvían una madre que a sus ojos lo era todo, aunque ni siquiera supiera qué significaba esa palabra, todo, la vastedad de ver un paisaje que contiene tantos detalles que somos incapaces de ver el fondo, de verlo entero, agazapados como estamos intentando que la lluvia no traspase nuestro pequeño cuerpo y sintamos de nuevo el abrazo de nuestra madre, o las palabras sabias de un padre al que no entendemos del todo, otra vez esa palabras, que en Aquí no, ahora no se traducen también en la nada, en esa ausencia de significados, de verdaderos significados, que golpean las ventanas, que rompen los postigos y los pilares que sustentaban la razón, la emoción de sentirnos niños, de ser simplemente por el placer de ser, de estar en sitios inadecuados cuando en realidad el tiempo era el adecuado. Las paradojas de una mente que brilla, que convierte lo que escribe en algo importante, en esas huellas que se producen como cadenas que nos atan, de una vez por todas, a la literatura a gran escala. Después de este libro yo no soy el mismo. Soy otro al que no sé muy bien poner nombre.